Algunas universidades privadas del país están implementando nuevas estrategias de marketing para hacer sostenible su viabilidad financiera. Sin embargo, tales iniciativas pueden desvirtuar la esencia del alma mater.

En teoría, las universidades cumplen tres funciones: docencia, investigación y extensión. Esto significa que forman profesionales demandados por el mercado laboral; desarrollan investigaciones que aportan conocimientos y soluciones a la sociedad; y se relacionan con las comunidades para abordar retos comunes.

No obstante, lo que hemos visto en los últimos tiempos es algo diferente: instituciones enfocadas principalmente en captar o graduar jóvenes que aspiran desempeñarse en un mercado profesional deprimido y sometido a constantes cambios. Esto tiene una razón de ser: la matrícula estudiantil sigue la principal fuente de ingresos de estas instituciones, y hacia ella están orientados los principales objetivos de marketing.

En efecto, la gestión de marketing sigue haciendo énfasis en la oferta de estudios en pregrado y posgrado, y los presuntos beneficios que ofrece la obtención de una licenciatura, una maestría y un doctorado. Pero de un tiempo a esta parte han incorporado cursos, diplomados y otras opciones de menor exigencia, incluso en áreas que no tienen relación con el perfil original de la institución. Por ejemplo, una institución especializada en ingeniería termina ofreciendo cursos de odontología y redes sociales, mientras que una casa de estudios con un claro perfil humanístico, amanece brindando cursos de gastronomía y celdas solares.

Otra novedad la constituyen las actividades de entretenimiento juvenil que repercuten en el posicionamiento de la institución y las percepciones del mercado estudiantil, aunque tampoco se relacionen con la esencia del alma mater. Aquí entran los campeonatos de pádel, las competencias de videojuego y otras opciones de entretenimiento que despiertan emociones, fortalecen la identidad con la marca y generan ingresos financieros.

Lo curioso es que, en este concierto de posibilidades, la investigación y la producción de conocimientos son elementos con poca presencia, casi brillan por su ausencia. En las redes sociales de estas instituciones, por ejemplo, la investigación tiene poca frecuencia en los contenidos que se publican, y recibe pocos comentarios o aprobaciones del público estudiantil, síntoma inequívoco de que constituyen un área que despierta poco interés o tiene poco respaldo. Con las actividades de entretenimiento ocurre lo contrario.

La investigación sigue siendo el patito feo, se desarrolla con exiguos recursos, contados institutos activos y escasas publicaciones periódicas. Aparte de ello, los autores venezolanos están en una enorme desventaja respecto a sus homólogos de Estados Unidos, China, Francia, Brasil y otros países, porque sus salarios son extremadamente bajos, y porque deben desempeñarse en un entorno institucional complejo, así como en un universo estudiantil que se interesa muy poco por la investigación, y no asiste a congresos ni foros académicos con tales propósitos, caso contrario de lo que acontece con las sagradas actividades de entretenimiento.

Una universidad basa parte de su prestigio, reputación e imagen no solo en la oferta académica de estudios y la calidad de la enseñanza, sino en su capacidad para generar investigación, nuevos conocimientos, y por hacer que la investigación tenga una alta valoración en todos aquellos que hacen vida en la casa de estudios. Los festivales gastronómicos, las competencias de pádel y los torneos de videojuego pueden contribuir a los objetivos financieros de estas instituciones, pero pueden alterar su esencia.

@humbertojaimesq

 

 


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