María Corina Machado
Foto AFP / Federico Parra

 Todos sabemos que María Corina tiene razón. Todos sabemos, por tanto, que una negociación entre los sectores de oposición unidos y el régimen, con miras a una solución política de la crisis nacional, no es viable. Al menos no en las circunstancias actuales de minusvalía de la causa democrática. Sin embargo, y paradójicamente, la tesis de un diálogo inclusivo que se traduzca en unas negociaciones serias, y que nos lleven a su vez a elecciones justas, transparentes y con la debida supervisión internacional, sigue presentándose como la única opción “objetiva” para aquellos incautos y soñadores, tanto de Venezuela como de la comunidad internacional, que no acaban de entender que quien está al otro lado de la acera es un criminal y delincuente armado hasta los dientes, sin deseos ni necesidad de conversar seriamente.

Hablamos de una casta política que tiene como razón y objetivo existencial mantenerse en el poder a costa de lo que sea.

¡Escuchen a María Corina!

María Corina grita, pero nadie parece reparar en lo que quiere transmitir. Es como si el mundo oyera, pero no escuchara. Por eso, seguro que mucho extraña María Corina los tiempos de Donald Trump, pero sobre todo de aquel asesor de seguridad nacional, John Bolton, ese que nos decía a cada rato que todas las opciones estaban sobre la mesa, y que hacía soñar a María Corina con aquel desenlace de la serie de Netflix: Jack Ryan, en la que una mujer con los pantalones bien puestos (ella misma, pues) derrocaba a sangre y fuego –con la ayuda de una operación comando de los Estados Unidos– al señor Maduro, quien se veía, por cierto, menos acompañado de lo que hoy día se aprecia en la vida real. No se puede negar que a muchos seguramente les encantaría un desenlace espectacular de ese tipo.

Lo cierto es que para María Corina las cosas han dado un paso hacia atrás. Tal vez varios, que estima peligrosos. Más allá de la unidad requerida de todos los factores de la oposición a la que ella no ha querido contribuir, digamos, “más por sus convicciones que por aspiraciones políticas”, lo que más le preocupa a María Corina son los riesgos que percibe pudieran estar derivando del nuevo giro que la administración Biden está imprimiendo al tratamiento de su relación con la dictadura de Maduro. Le desespera, pero seamos honestos, a todos nos angustia, cada vez que los principales voceros de la Casa Blanca y del Departamento de Estado nos vienen con el cuento de que las políticas y aproximaciones de la anterior administración están sometidas a revisión.

En estos días lo dijo nuestro querido profesor Félix Gerardo Arellano: “…la administración del nuevo presidente estadounidense está dispuesta a ceder el protagonismo del caso venezolano a sus socios europeos”. Más concretamente ha señalado: “Estados Unidos está muy dispuesto a no ser el director de la orquesta, quiere apoyar a Noruega, Europa, al Grupo de Lima, a otro, y formar parte de la estrategia”. Y esto tiene mucho sentido por aquella suerte de doctrina de los tiempos de Obama, de quien Biden fue vicepresidente, y que se basaba en el principio de las obligaciones y cargas compartidas con sus aliados estratégicos. Todo esto concordaría con la aproximación multilateral que la Casa Blanca ha decidido otorgar a la crisis venezolana.

La Unión Europea y Estados Unidos

Y no es para menos, María Corina, al igual que muchos de nosotros, tomó nota, con cierta suspicacia, de las declaraciones recientes del alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad Común, Josep Borrell, quien, dos días antes de su encuentro con el secretario de Estado, Antony Blinken, en Bruselas, valoró positivamente las anunciadas elecciones para alcaldías y gobernaciones en Venezuela, pautadas para diciembre de este año, asociando las mismas a lo que considera “una nueva oportunidad” para un acuerdo político.

Nuevamente el tema de las negociaciones, que incluirían condiciones electorales apropiadas, es sin duda una de las tantas y recurrentes pesadillas de María Corina. Pero lo que más podría generarle un paro cardíaco es la idea por allí ventilada de que Estados Unidos y la Unión Europea lleguen a un acuerdo respecto a un eventual desmantelamiento de algunas de las sanciones, si el régimen de Maduro muestra “señales de buena voluntad para negociar”. ¡Tranquila, María Corina!

Para muchos entendidos está claro que abordar la situación venezolana empleando una visión multilateral, esto es, coordinando posiciones, sobre todo entre Bruselas y Washington, pudiera rendir grandes frutos. No obstante, estaría por verse si la delegación del liderazgo de tal estrategia a Europa, por parte de Estados Unidos, lograría los objetivos perseguidos. Y es que existe cierta convicción y no menos presión dentro de los círculos políticos europeos, e incluso en el seno del Congreso norteamericano, respecto la idea de un relajamiento de las sanciones impuestas al régimen de Maduro, bien sea por razones humanitarias o como medio de apertura para un entendimiento político de las partes. Una aproximación a la que con gusto se abocaría Borrell, pero que podría correr el riesgo de darle más oxígeno al status quo en Venezuela. Por lo demás, algunos consideran que esta sería una vía tortuosa y muy prolongada en el tiempo, sin garantías de resultados concretos.

La recurrente estafa del régimen

María Corina volvió a referirse en estos días a la nueva estafa de Nicolás Maduro. Nos dijo: “Como destruyeron la economía y les han quitado las fuentes de financiamiento criminal, están desesperados porque les quiten las sanciones”. En ese marco se inscribiría el falso diálogo promovido por el régimen que es una trampa en la cual pudiera caer nuevamente la comunidad internacional. María Corina también está de acuerdo con la estructuración de una coalición de las democracias de América y Europa, pero no con el fin de relajar las sanciones sino más bien endurecerlas, para así crear una verdadera fuerza coercitiva, una amenaza real, que coloque al régimen en una posición verdaderamente comprometida que lo obligue a ceder e incluso a una negociación efectiva; eso sí, una que garantice “la salida del régimen y la liberación de Venezuela”.

Mientras tanto, los eventos de la semana pasada en la localidad fronteriza de La Victoria, estado Apure, suman elementos a las razones expuestas por María Corina sobre la caracterización de una dictadura con la que algunos sectores recomiendan dialogar y negociar. El señor Nicolás Maduro, para asegurarse una de las cada vez más escasas fuentes de recursos ilícitos, ordenó el despliegue de un contingente del combo Fuerzas Armadas Bolivarianas – FAES para proteger a una de las dos facciones disidentes en pugna de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), que se disputan –para nuestra vergüenza– un pedazo del territorio venezolano, constituido en aliviadero y canal seguro para el negocio del trafico de drogas. La descarada complicidad y protección del régimen de Maduro a la facción de las FARC liderada por Jesús Santrich e Iván Márquez, bien pudiera desatar un conflicto mayor que, incluso, involucre a las Fuerzas Armadas de Colombia, y que nos depare ciertos escenarios insospechados.

Es posible que María Corina piense que por ahí vienen los tiros. ¿Será?

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