Nuestra directora de cine Margot Benacerraf ha sido galardonada por el gobierno francés con la Orden Nacional del Mérito. No solo estamos ante el reconocimiento a unas obras de arte deslumbrantes, sino también a extraordinarios servicios a la sociedad.

Margot Benacerraf es una creadora de filmografías que superan las barreras nacionales para formar parte de un elenco de proyección universal; pero, a la vez, es una extraordinaria servidora de la sociedad venezolana y una ciudadana ejemplar. El gobierno de Francia distingue, en una sola decisión, cualidades artísticas y virtudes cívicas.

Como se sabe, Margot Benacerraf alcanza celebridad en 1952 cuando filma Reverón, un trabajo minucioso y colmado de afecto sobre el gran pintor venezolano y sobre sus circunstancias; y se convierte en encarnación de lo más elevado del séptimo arte cuando gana el Premio de la Crítica del Festival de Cannes por su obra maestra, Araya, exhibida en 1959. Nadie la conoce en Francia cuando llega con los rollos de su filmación, no tiene relaciones personales ni padrinos influyentes. Solo Araya va en su equipaje, y gracias a ella deslumbra a un jurado sorprendido y a un público conmovido. Desde entonces es, para propios y extraños, una referencia imprescindible de la creación artística.

Margot Benacerraf no dirigió otras películas, pese a que tenía la posibilidad de obtener recursos para grandes producciones y el fervor de los espectadores. ¿Por qué? Se dedicó a ayudar a los cineastas que estaban empezando, quienes, ya maduros y con obra, la reconocen como su maestra. Y algo más trascendente, sin duda:  fundó la Cinemateca Nacional. La creación de un lugar para la memoria y la crítica del cine, que no existía y era una inexcusable omisión del mundo de la cultura, se debe a su empeño. También otras iniciativas culturales que no caben en la estrechez de nuestras líneas. Realizó muchas de ellas a través de nuestras páginas con la entrañable compañía de María Teresa Castillo, quien fue figura esencial de esta casa y presidente del Ateneo de Caracas.

Una sala del Ateneo de Caracas llevó el nombre de Margot Benacerraf y hoy lo lleva la sala  de cine de la Cinemateca Nacional, su creación. El espacio de proyecciones de la Escuela de Artes de la UCV también la honra, en medio del júbilo de los estudiantes que  se alegran  cuando visita sus predios, pese a que la dama que se les acerca se caracteriza  por el empeño en pasar inadvertida. Su modestia la ha alejado de las cámaras y de las presentaciones públicas, pero nadie puede olvidar sus contribuciones a la sociedad. El Nacional no disimula su regocijo por el galardón que le ha concedido Francia y porque todavía sigue luchando por un sobrio civismo del cual es  paradigma.

 


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