Contra el destino nadie puede, suena a bolero cursi, pero es verdad. Ese bebé parido en Villa Fiorito, un barrio, entre los más pobres, de Buenos Aires, llegó a ser, con el correr del tiempo, nada menos que Diego Armando Maradona, a pesar de que madre natura lo fabricó más bien pequeño y, encima, medio gordito, quien podría imaginar, pues, que en ese formato pudiera ser futbolista y futbolista no de cualquier manera, sino conforme a un formato imposible de repetir.

I.

El destino fue, pues, haciendo su mandado, le cosió su vida al balón y Maradona resultó, a partir de los 17 años, el genio que se tenía previsto, un jugador de los que no ha habido muchos en la historia. Hasta donde me alcanza la memoria han sido muy pocos los futbolistas capaces de hacer tantas cosas insólitas en una cancha, pocos con un pie izquierdo, suerte de sombrero de mago, de donde salían, en vez de conejos, balones en parábola. Pocos con su genialidad puesta a prueba por la televisión dos o tres veces por semana, durante al menos una década, más de mil partidos ante millones de testigos en cada ocasión, que lo convirtieron en el atleta más admirado de la aldea global, y también, en el más vigilado, no solo en su desempeño en el campo (jamás nadie fue sometido a semejante control de calidad), sino también en su vida privada, puesta en una vitrina bajo la mirada de todos, sujeta al juicio de cualquiera. Por eso unos dicen que Dios inventó el fútbol pensando en Maradona, mientras muchos se van al extremo de afirmar que Maradona lo jugaba como si fuera Dios.

II.

Si Maradona fuera mudo sería perfecto, reza un grafiti que leí hace unos años en una pared de la capital argentina, reflejo, me parece, de la preferencia por el atleta eunuco mental, por la aséptica figura del “ejemplo-para-la-juventud”, el ciudadano minusválido que se limita a hablar del deporte y a recomendar las bondades de una tarjeta de crédito o del último celular que salió al mercado, sin que nadie espere oír de él su opinión sobre el aborto, la inflación o una guerra en quién sabe cuál lugar del planeta. Maradona, al contrario, hablaba hasta por los codos, casi ningún tema le ha resultado ajeno (le ha faltado un poquito de ignorancia, diría Cantinflas), tampoco el de la política, desde luego, e, incluso, cometió la imprudencia de criticar a los directivos de la poderosa y corrupta FIFA, muchas veces con buenos argumentos.

Maradona fue, pues, lo contrario de figuras como Pelé, siempre políticamente correcto, o como Beckham, siempre comercialmente correcto. Y no hablemos de Cristiano Ronaldo y Lionel Messi, por mencionar a dos insignes mudos de la actualidad.

III.

Cierto, el fútbol fue su gloria. Si volviera a nacer, volvería a ser futbolista, repetía a cada rato.  Pero también su calvario: un per cápita de patadas, zancadillas y empujones sufridas, sin duda entre los más altos de la historia, también de medicamentos para poder jugar, aún lastimado, la pelea con algunas autoridades del fútbol mundial, la cocaína y la efredina, el corazón a punto de infarto y, sobre todo, la presión de cierta opinión pública, empeñada en crucificarlo y hasta psicoanalizarlo en nombre de la rectitud, el decoro y las buenas costumbres. “He vivido cuarenta años que equivalen a setenta”, declaró en cierta oportunidad.  También solía decir: “De una patada fui de Villa Fiorito, un barrio muy pobre de Buenos Aires, a la cima del mundo y allí tuve que arreglármelas yo solito”. Tal vez esta sea la frase que explique mejor la manera como transcurrió su vida.

Siempre le resultó incómodo a los jefes del balompié. Tuvo la mala ocurrencia de apoyar un sindicato de jugadores, se hizo amigo de Fidel, respaldó a Chávez, se vinculó a Menem, se tatuó en el brazo al Che Guevara y se colocó un zarcillo en la oreja cuando aún era pésima costumbre hacerlo. También tuvo la infeliz idea de drogarse y la mala suerte de que se supiera y se le sancionara por ello. Demasiados defectos juntos como para que alguna empresa se atreviera a contratarlo para un anuncio comercial. El Mundial de Estados Unidos –en donde salió positivo en un test antidopaje– significó el capítulo final de su vida como futbolista. “Es como si me hubiesen cortado las piernas”, declaró cuando lo sancionaron. Yo diría que le cortaron la vida, pues poco después inicio un período de excesos, enfermedades y conflictos emocionales que conspiraron constantemente en contra de su salud.

IV.

Falleció ayer a los 60 años que transcurrieron lo más parecido a un tango. Sobra decir que lo admiré y creo que no hubo justicia ni comprensión con los errores que cometió en su vida. Estoy seguro de que “la mano de Dios” volverá a ayudarlo, como lo hizo en el Estadio Azteca, en el Campeonato Mundial de 1986 y que en algún lugar, allá arriba, lo estarán esperando Gardel, Evita y Quino junto a Mafalda.


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