Los ídolos siempre serán parte de la vida. Son los escogidos los que logran que su existencia adquiere la categoría de perpetuidad. Las imágenes de sus gestas gloriosas correrán entre ríos de voces, en aquellas palabras que harán metástasis con el recuerdo.

Con Diego Maradona queda la sensación de que el balón jamás tendrá una caricia similar. Esa forma única de hacerla sinfonía, arte y esencia propia de un magnifico teatro con una obra monumental. El más humano de los inmortales. Cada uno está compuesto de virtudes y errores. Jamás observamos un mejor jugador.

Mi edad no me permitió disfrutar lo mejor de Pelé, apenas unas fugaces imágenes de un viejo jugador con algunos mágicos chispazos en el Cosmos de Nueva York. Menos Alfredo Di Estefano como saeta haciendo del Real Madrid una delicia para la retina. Tampoco la máquina de River. Solo en los cromosomas del pasado podría encontrarme con el Uruguay extraordinario de los principios de la alegría futbolera. Así que no se trata de compararlo con nadie, él tocó el cielo deportivo hasta colocar su nombre en el mito. La leyenda crujió entre los abismos de un universo avasallante.

Diego Armando Maradona fue un verdadero fenómeno. Se lleva la gloria de una zurda excepcional, un mago que nos llenó con su arte. Nos quedamos con sus goles inolvidables. En lo referente al gran Diego Maradona me quedo con el genio, sus yerros no forman parte de estas palabras, jamás observamos un futbolista de esa magnitud. El arte en estado puro. Una caricia de la zurda mágica con el balón embelesado por el talento. Hizo el más hermoso gol de todos los mundiales, la gesta heroica frente a los británicos, los ingleses desperdigados ante aquel torrente de ingenio bajo el fuego del templo azteca. Fue su particular venganza frente al grosero episodio de unas Islas Malvinas arrebatadas desde 1933 al pueblo argentino, aquella humillación fue contrarrestada en una cancha donde les demostró con un gol idílico que nunca se borrará en los anales de la historia.

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@alecambero


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