Por Adolfo Gómez*

El relato de Florentino González sobre el asalto al Palacio de San Carlos el 25 de Septiembre de 1828 para eliminar al Libertador Simón Bolívar es muy interesante y descriptivo de los eventos de esa trágica noche.

Por ejemplo, dice que brillaba la luna llena con una claridad émula de la Luz del sol.

Continúa su detallado relato: «Cuando rompimos, pues, la puerta de su cuarto de dormir, ya Bolívar se había salvado. Nos salió al encuentro una hermosa señora, con una espada en la mano, y con admirable presencia de ánimo y muy cortésmente nos preguntó ¿qué queríamos? Correspondimos, con la misma cortesía…»

Debió ser una situación socialmente incómoda, pues en aquella pequeña ciudad, que el presidente o dictador tuviera de compañera esta dama, además extranjera, que exactamente no vivía con él, pero sí compartía tiempo, tanto en el Palacio de San Carlos como en la hoy llamada Quinta de Bolívar.

Este relato hace pensar que Florentino no la conocía o no sabía quién era Manuela Sáenz, quien residía en una casa de dos plantas en la Plazuela de San Carlos, Calle 10 entre Carreras 6 y 7 desde principios de febrero de ese año.

José María Espinosa aproximadamente a mediados de ese mismo año visitaba frecuentemente al Libertador, pintando su óleo y unas miniaturas, y aunque también pintó a Manuela no dice nada de ella en sus memorias.

William Greennup en Londres escribe a su esposa Mary en Bogotá, y le dice que sir Robert Wilson, padre de Belford Wilson, ayudante de Campo de Bolívar, le leyó una carta del coronel Patrick Campbell, secretario de la Legación Británica en Bogotá alertándolo sobre la conspiración septembrina. Curiosamente en su carta Campbell, quien vivía en Bogotá, se refería a Manuela como la dama limeña que vivía con Bolívar, y a quien tampoco conocía.

Ahora moviéndonos más abajo y unas décadas después, la señora Bates quien hizo una larga y accidentada navegación alrededor de América del Sur, hizo una escala en Paita, puerto ballenero al norte del Perú en 1850, lugar donde permaneció con su marido durante cuatro semanas en casa del cónsul americano, Alexander Ruden, quien era soltero, hecho que Bates destaca esto en su memoria del viaje y se queja de no tener compañía femenina.

Extraño, que en esa pequeña población en esos años, que quizá solo contaba con unos 4.000 habitantes, el cónsul no le hubiera sugerido visitar a su muy buena amiga Manuela Sáenz, quien era una destacada y conocida residente que además hablaba inglés y francés.

No obstante otros viajeros dejaron memoria de la presencia de Manuela, tales como Bousingault que dejó un relato detallado, así como Le Moyne, quien al visitar a Bolívar en compañía del Consul General de Francia a finales de 1828, dice que fueron recibidos por una señora llamada Manuela Sáenz, la misma que en la noche del 25 de septiembre de ese año había expuesto con tanto valor su vida para salvar la del Libertador. Además otros visitantes como Garibaldi, Ricardo Palma, también dejaron memoria de sus visitas sobre la valiente amante de Bolívar.

Todo esto curioso y aunque no explicable no deja de ser interesante, el cómo la llamada Libertadora del Libertador tendría máxima importancia para unos y curiosamente para otras sería ignorada. O sea, que la historia en cuestiones de protagonismos, es obvio, que la importancia de Manuela Sáenz desde siempre no ha sido del agrado de otras personalidades por razones que al indagarlas al parecer no son precisamente de hechos históricos.

Manuela Sáenz, a quien la historia ha llamado la Libertadora del Libertador, aún no ha sido justamente reconocida en su contexto de su magna acción no sólo por salvarle la vida a Bolívar en una noche de conspiración, sino porque es evidente que sus acciones sobrepasaron no sólo la fidelidad por el hombre que marcó su vida amorosa, sino porque ella fue una inteligente mujer que también estuvo dentro de un campo de lucha independentista clave para los pueblos del Sur.

*Ingeniero

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