Harold Bloom, grande entre los grandes

El posmodernismo intelectual, una suerte de hijo adoptivo de la Escuela de Frankfurt con un marxismo reajustado, es el responsable de una serie de dislates y de neodogmas, aunque sea el principal acusador de las llamadas metanarrativas. Su blandengue relativismo, su hipócrita buenismo, ha conseguido que no tomemos por cierta ninguna afirmación, ninguna conclusión, que todo termine en un cuestionamiento permanente y en una era que descree de la razón y el progreso. Básicamente se jura enemistad a todo aquello que suponga un constructo y posibilita que todo pueda tener la misma validez lo que nos lleva a elevar la invalidez ontológica como el neodogma por excelencia. Lo que subyace en medio de la deposición y el yo acuso es la negación de toda propuesta para crearle pies de barro a la historia, al arte, a la literatura y a cualquier paradigma. El grande entre los grandes, Harold Bloom, agrupa estas tendencias en lo que ha llamado la Escuela del resentimiento, y que forman feministas, marxistas, materialistas históricos, multiculturalistas, neohistoricistas, deconstructivistas, estructuralistas, afrocentristas, ideólogos homosexuales y una lista enorme que se deriva de ellos. El objetivo no es otro que el desprecio y juicio a las conquistas de la civilización occidental. La negación a Occidente le abre la puerta a su suplantación por un peligrosísimo multiculturalismo donde están en jaque el Estado, la familia, el individuo, el secularismo, la democracia liberal, la economía de mercado y la competencia. Ante esto, se privilegian los planteamientos identitarios de género, raza, religión, sexo, minorías que aspiran a ser opresoras, un lenguaje que asume la neutralidad, la corrección política, y hasta la forma de ingerir alimentos como el veganismo convertido en epifanía hipster. Está sobre la mesa la aspiración a que todos seamos mediocres y que nadie se destaque. Lo que podría ser en principio una sana forma de discusión ha pasado a ser una filosofía del desencanto con todo lo que somos. Comerse un churrasco de carne se convierte en una manifestación ideológica y el problema no es que veganos y carnívoros convivan, sino que los primeros están dispuestos a que la carne desaparezca del menú occidental y que los carnéfilos tengamos que ajustarnos a la deslucida carta de los herbívoros. Pongo un ejemplo cultural para que veamos el carácter de las nuevas imposiciones: la fiesta taurina. En uno de sus diálogos, Critias, Platón habla de la Atlántida, de un hombre con palos, cuerdas y una espada enfrentado a un toro-divinidad al que se sacrificaba y cuya sangre y carne tomaban y comían los reyes atlantes lo que nos lleva al origen de la tauromaquia como génesis civilizatoria. Como sostiene la doctora en Estudios Novohispanos, la mexicana Fernanda Haro Cabrero: “¿Qué importancia tiene la sangre del toro durante el sacrificio? La sangre podría significar aquí el soporte material del alma y el canal o transmisor de la naturaleza divina que beben los atlantes para así comulgar con la sabiduría de Poseidón y gobernar a su pueblo sin afectarlo”. Si hay alguna fiesta que combine arte, lectura antropológica, cultura, civilización, el ethos poético y la tradición es el toreo. Sus enemigos opinan que hay maltrato, pero no se quedan allí, sino que se han propuesto taxativamente su degradación y eliminación. Yo puedo esgrimir que en el fútbol hay violencia y ultraje, racismo, irracionalidad de los fanáticos, pero jamás se me ocurriría el prohibicionismo. La ética novedosa impone y veta mientras la conculcación de los derechos de los otros no vale nada ante el manual de cumplimiento obligatorio para la sociedad en reacomodo.

La fiesta taurina tiene un origen milenario

Uno de los objetivos más acusados es la competencia. En los últimos años vemos cómo se la señala, se la ataca, se la persigue. Yo estudié en un colegio donde todos los años se reconocía a los mejores en las diversas disciplinas: el mejor alumno, el mejor deportista, el mejor lector, el más diestro en los idiomas. Desde que doy clases sigo una práctica: cada vez que alguien realiza el examen más destacado, le pido al resto de la clase que aplauda. No pienso terminar con esa costumbre porque soy un firme creyente de la competencia y sus bondades. Naturalmente, creo en la competencia leal vinculada a la ética como señalaba Adam Smith. En estos días las hermanas Caula, Sandra y Sabina, filósofa la primera y bióloga la segunda, publicaron en la edición en español del New York Times, un interesante y debatible artículo titulado: “Más Margulis, menos Darwin”, sobre la base de las investigaciones de la bióloga Lynn Margulis por la cual: “la cooperación es el origen de uno de los más importantes saltos evolutivos: el de las células simples a las complejas, sin el cual no habría organismos pluricelulares y la vida se reduciría a un conglomerado de bacterias. La simbiogénesis —esto es, la asociación, integración y cooperación entre diferentes especies para originar nuevas formas de vida— tuvo que aceptarse entonces como una fuerza evolutiva esencial.” De allí las autoras saltan a la descalificación de la competencia y de toda la evolución darwinista, sin tomar en cuenta que muy probablemente esa eventual cooperación inicial entre las células las haría más fuertes, aptas y competentes. Esta postura de las autoras las hace defender conceptos como este: “Garton Ash pide a los liberales aprender de sus errores para responder a los “abrumadores retos de nuestra época”, como son el cambio climático, las crisis de salud y la amenaza del autoritarismo…. ¿Cuáles son esos errores? Haber olvidado la importancia de la solidaridad y del sentimiento de pertenencia a la comunidad, imposibles sin la cooperación. Haber olvidado esos viejos valores contemplados por muchos liberales clásicos, para abrazar “un liberalismo económico unidimensional”, dice Garton Ash. Integrar las ideas de Margulis podría ayudarnos en ese sentido”. O: “Pero el auge contemporáneo de populismos y autoritarismos, y la destrucción medioambiental del planeta, nos lleva a preguntarnos si no entendimos a medias la evolución: más que la competencia, sobrevivimos por la cooperación.” Tenemos el descrédito del liberalismo, porque sus errores han traído el cambio climático, las crisis de salud y el autoritarismo. De modo que la profusión de tiranos y de déspotas es una secuela de la democracia liberal. Vaya, uno se sorprende.  Y que hayamos sobrevivido gracias a la cooperación, más que a la competencia, no es más que una conjetura que se licencian y que carece absolutamente de prueba para convertirse en el colofón de todo lo afirmado. Por cierto, que la cooperación que también se entiende por solidaridad ha sido la bandera de los paraísos que la izquierda marxista ha querido construir en la tierra. Me pregunto quiénes tendrán un mejor nivel de vida: si los cooperadores de Corea del Norte o Cuba o los capitalistas competentes de los Estados Unidos de América o de la República Federal de Alemania. Por cierto, el pobre Darwin recibe bofetadas inmerecidas ya que fue Herbert Spencer el creador del concepto de la supervivencia del más apto, aunque la selección natural del viejo Charles implicaba la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida, para lo cual urge ser competente.

La doctora Lynn Margulis

Como en el caso de los veganos que quieren prohibir el consumo de carne, las autoras reivindican el tema de la cooperación y eclipsan la competencia. No se trata de negar las virtudes de la cooperación, pero denostar de la competencia es desconocer un factor intrínseco en los individuos que los hace luchar por el reconocimiento, y convertirse en factores de la construcción de la historia. Sin competencia habría una grisácea e intolerable igualdad. La evolución de la sociedad occidental ha alcanzado sus esplendores gracias a la competencia y ha expresado sus miserias cuando ha querido reducirla. Como no creo sino en la igualdad ante la ley, la igualdad a rajatabla que se quiere fijar en la sociedad de nuestros días no es más que un ardid para el establecimiento de candados ideológicos y mordazas. La competencia y la cooperación pueden encontrarse en un espacio común, porque no se excluyen entre sí. La diferencia entre las sociedades libres y las amordazadas es que en las primeras la cooperación es una decisión sobre la base de la solidaridad con los demás. Lo demuestran sin más los grandes filántropos de Estados Unidos como la familia Rockefeller, Bill Gates o Warren Buffett. No puedo masticar la óptica de desarticular el individualismo, y reducir todo a un proceso de integración comunitaria y de complementariedad. Esto significaría volver a la ilusión de los juegos utópicos que tantas deformaciones ha traído desde Platón hasta Gramsci. Y estas afirmaciones negadoras de la competencia no ocultan su vocación por articular una hegemonía de nuevo cuño.

Charles Darwin

Hablemos para reivindicar la competencia y sus extraordinarios aportes de dos casos históricos recientes. Incluyamos también a la cooperación. En primer lugar, la propia pandemia del covid-19 ante la que los laboratorios farmacéuticos comenzaron a competir trayendo como consecuencia, un elenco de vacunas para enfrentar el virus. Una vez obtenidas, por lo menos examinando el caso de las políticas de salud pública en Estados Unidos, fueron dadas de manera gratuita a la población y a otros países. El liberalismo económico fue la base que permitió esa competencia y sus resultados. ¿Se habría obtenido el mismo efecto por una vía distinta a la competencia? Me parece que no porque estaban envueltas cuestiones como el reconocimiento, el prestigio, el honor, la superación, la excelencia, el llegar primero, todos elementos de primerísima importancia que expresan y sostienen el propósito de ser mejores. De otro lado, está la apuesta por alcanzar el espacio que libraron Richard Branson y Jeff Bezos. Demostraron que la iniciativa privada, el liberalismo económico una vez más, es un factor de cambio, que la empresa sigue estando en el centro de la discusión por la motivación y la generación del avance; que el deseo de superación trae superación, que la nota distintiva sigue partiendo del individualismo. Que el “egoísmo”, una palabra conceptuada como antipática y que no debería serla, es el principio y la piedra fundacional de todas las sagas civilizatorias. Y que después de todo, esas victorias civilizatorias pasan a ser patrimonio de la humanidad.

Richard Branson

A la deposición posmoderna si algo hay que reconocerle es su contribución a la duda más que a las conclusiones inequívocas. Por ello, no nos toca más que mirar de reojo y con aprehensión cuando nos someten a una conclusión tan peregrina como pretender patear a la competencia, cuando el mundo libre es producto de ella. La burguesía liberal, demócrata, competidora, innovadora, es la razón de ser de las mayores dichas de la creación humana. De modo que es temprano todavía para disponer que el señor Charles Darwin se vaya a las duchas y abandone la competencia.

Jeff Bezos

@kkrispin

 


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