Si algo caracteriza a este momento histórico es la polarización política y ella, como casi todo, tiene su expresión más genuina en el lenguaje. Como señaló Wittgenstein  y se ha dicho hasta el cansancio, los límites de nuestro lenguaje son exactamente los mismos que los de nuestro conocimiento y, tal como apuntó mucho antes Linneo, si desaparece el nombre de las cosas se esfuma igualmente lo que sabemos de ellas. Con esas premisas  por delante, no es de extrañar que este sea el tiempo de la neolengua y los calificativos. Los neologismos para calificar al contrario están, pues, a la orden del día en esa especie de intransigencia que nos va royendo las entrañas y de la cual tiene mucha culpa ese maniqueísmo procedente de eso que llaman ahora “corrección política”, o lo “políticamente correcto”, esmeradamente impuesto por los consabidos “progres”.

Tanto es así que en Estados Unidos unos 150 intelectuales de tendencia izquierdista, entre los que se encuentran el inefable Noam Chomsky, Gloria Steinem, Margaret Atwood o el ícono feminista JK Rowling, han publicado una carta en la revista Harper’s, en la que llaman a echar el freno y combatir la “intolerancia hacia las perspectivas opuestas” y la “moda de la humillación”, ante “la tendencia a disolver asuntos complejos de política con una certitud moral cegadora«. Cómo estarán las cosas cuando el perro muerde a su amo, como dice la conseja popular. Y es que la Rowling, por ejemplo y después de sus posiciones públicas contra el movimiento “trans”, se ha visto sujeta a un pertinaz escrutinio en el que se le exige incluso  que reescriba sus libros. Como apunta la periodista Aja Romano, copartícipe de la corriente no binaria queer, sus seguidores han terminado siendo más progresistas que los libros y la mujer que los escribió.

Pero mientras se habla de posverdad o de cultura líquida, para definir los actuales momentos en que la solidez de la  realidad de que disfrutaron nuestros ancestros nos ha abandonado y se discute una serie de conceptos ideológicos, donde, por seguir con el ejemplo que atañe a la escritora, la lucha por la igualdad femenina queda anulada debido a esa ideología que ve a la sexualidad como un constructo sexual que cancela la diferencia entre hombres y mujeres; o se debate cómo las grandes corporaciones, dueñas de las redes sociales, inducen y manipulan la voluntad de los votantes y simpatizantes de cualquier posición social o política, nuestra agenda sigue marcada por la relación que mantenemos con el movimiento, que surgió en nuestro país tras el golpe de Estado a Pérez, al que llamamos chavismo. El tren de la historia y del pensamiento parece haber pasado, pues,  de largo, al tiempo que  nosotros seguimos aparcados en un andén viejo y retrógrado, sin apenas tiempo para pararnos a pensar o debatir. Y es que, como lo demuestra la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) 2020, realizada por la Universidad Católica Andrés Bello, 96,3 % de nuestra población vive en la pobreza y de ella 79,3% no tiene ni siquiera cómo cubrir los gastos de la canasta alimentaria; y, como se sabe desde el tiempo de los antiguos griegos, que filosofaban en banquetes y comilonas,  con hambre es muy difícil pensar.

Pero independientemente de lo acertado o no de las nuevas tendencias ideológicas y de que a nosotros nos hayan mantenido esclavizados y encadenados en lo profundo de una caverna platónica, lo que sí sabemos hacer muy bien, porque el teniente coronel se encargó de transferirnos ese gustillo por el insulto y la injuria, es participar en la moda de la polarización y de los neologismo despectivos. Así, por ejemplo, hemos tomado partido en la contienda electoral norteamericana, por lo que a nuestro país afecta este hecho, y hemos corrido a tildar de magazolanos a los que se decantan por una de las dos corrientes   ̶ por aquello, según entiendo, de Make America Great Again, eslogan de la campaña de Trump ̶  un calificativo ofensivo que no se compara con el de obamistas, de deriva lógica;  o, alguno, traicionando su supuesta fe religiosa y la caridad que dice predicar, ha tenido la desfachatez de utilizar el escatológico lenguaje del régimen para caracterizar de “bioterroristas” a unos paisanos que vuelven al país derrotados por las necesidades y la falta de trabajo.

La pregunta que surge entonces es: ¿cuándo volveremos a ser seres sociables y mostrar respeto por nuestros compatriotas, sin caer en esa horrenda práctica que hemos heredado del chavismo?


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