Cada arruga de su rostro, cada pliegue que adquirió con el vertiginoso paso del tiempo, las manchas en sus manos, aquellas que delineaban los 91 años de un alma engrandecida, excéntrica e irreverente, llena de locuras, de experiencias buenas y malas, de aciertos y desaciertos como a todos nos ocurre, fueron dibujadas y matizadas por el camino que en vida decidió tomar.

Fue así, entre paletas de colores únicos y fantásticos, entre óleos delirantes y acuarelas desafiantes, que un hombre, un artista, deslizó sobre la vida sus sueños, con el ímpetu que enarbolan la locura y la pasión, segregando con euforia aquello que amaba: su arte.

Sus ilusiones, sus pinceles, ya no estamos seguros si empleados como herramientas artísticas o armas de denuncia, enaltecieron su alma y fue el orgullo de las Islas Canarias donde por primera vez vio esa luz que lo acompañaría por siempre. Y le dio orgullo también a esta Venezuela, otrora hermosa y gentil que lo enamoró y en la que por más de sesenta años vivió feliz sin imaginar que, cansado y llegando al final de su tiempo, su desenlace sería cruel e inmerecido.

Sí, Antonio Otazzo era pintor y no uno cualquiera. Uno talentoso y extraño que decidió ejercer una profesión romántica. Aunque lo hizo diferente, de manera excéntrica, como debe ser, ya que junto a la música, escultura y poesía, que también lo apasionaron, es de las actividades que más tiene que ver con el corazón, el arte de amar y de crear.

El Salvador Dalí de América, al que también apodaron “el Loco” porque en cierta ocasión y en varios idiomas estuvo horas en el patio de su casa gritando incoherencias que hicieron dudar de su cordura, el pintor que se ofendía cuando comparaban sus trabajos con los de Armando Reverón y es que, a fin de cuentas y con todo respeto, algún toque deben tener los virtuosos que destacan en cualquier área, ya que tienen la fuerza de quebrar paradigmas y marcar la historia, a ese hombre, le arrebataron la vida.

Dios, qué impotencia, qué rabia, qué injusticia, ¡qué indignación!  Antonio Otazzo fue asesinado en la Venezuela que amó y que escogió como refugio para el resto de sus días, en un país que muchos no reconocemos porque algunos de sus habitantes se han transformado en monstruos. La Venezuela decente, que es la mayoría, hoy está de luto y eso duele.

Nos entristece cómo, de manera inmisericorde, despiadada y cruel, el alma buena de un artista, un ser humano talentoso y deliciosamente irreverente, como muchas otras veces, abrió la puerta para ayudar a necesitados y contarles sus historias; pero, en esta ocasión, dejó entrar a la muerte que traidora golpeó y apuñaló su cuerpo y sus sueños.

Maestro Otazzo, tenía razón cuando afirmó que “el mundo está lleno de maldad” y el culto que a la muerte le tuvo en vida, hoy es parte de su existencia.

¿Demencia o genialidad? Seguramente las dos en armonía perfecta, no lo dudo, pero eso ya no importa. Lo importante es que se haga justicia porque ese artista canario era un venezolano que bañaba sus brochas con el mar Mediterráneo y para pintar, las impregnaba con el amor de esta tierra caribeña que lo sedujo y luego, como un ángel con las alas amarradas, lo vio morir. Antonio Otazzo y todos aquellos que han sido víctimas de crímenes, necesitan y merecen justicia.

Maestro, con vergüenza y tristeza, Venezuela le dice adiós. Se llevará con usted la esencia de la Vía Láctea, la que pintó en el techo de la sala de su casa, en donde permitía que proyectos irreverentes se concretaran sobre lienzos virginales. Se llevará no su piano de cola, sino los acordes que con sus manos no volverán a ser tocados porque el sentimiento que usted les imprimía eran únicos. Con su muerte, la música enmudeció, los colores alegres se vistieron de luto y el arte, hasta que los culpables paguen, quedará con la balanza desnivelada, inclinada hacia el lado del mal como ha estado durante más de veinte años. Pero tenemos la esperanza de que su Bolívar pensante, esa obra que lo llenó de fama y orgullo en una época donde aún existía el respeto y la libertad, logre ver la justicia desde el mutismo de su marco.

Otazzo, vidente y brujo, contaba que conversaba con Picasso quien, “con pantalón corto y franela blanca”, le anunciaba que él sería el mejor pintor del mundo. Ahora, entre almas, podrá darle las gracias en divertidas tertulias junto a tantos pintores que han marchado ya.

Maestro, por favor, salude a Armando Reverón y a Pedro León Zapata. Dígales que, por difícil que parezca, seguimos tratando de recuperar esa luz de justicia y paz que ahora los cubre a ustedes, la misma luz que necesitamos para que Venezuela vuelva a ser el país que amaron. Un fuerte abrazo, al final, todo saldrá bien.

@jortegac15


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