Se van las personas y siempre quedarán sus sonrisas y su risa contagiosa. Se van y nos dejan las memorias de sus emociones compartidas, sus visiones, sus hechuras, sus discursos, su temple, su obra y su don de gente. Por supuesto, de gente buena. Porque la gente maluca, definitivamente, no tiene ni don de gente y se morirán solos y descompuestos porque ya venían así ¡unos bichos de su madre con todo y ropa! Pero, la gente buena, que somos más y que sí tiene don de gente, puede llegar a ser memorable. Sobre todo, si además tienen el don de hablar en lengua y de ver el ángel y el duende que hay en el otro ¡y hasta de detectar dónde hay duendes de verdad y hacer que se materialicen para que otros también puedan gozar de su presencia!

En este momento de nuestras vidas, cuando se nos han ido tantas personas queridas, va haciendo uno, de manera más constante, el doloroso y terrible ejercicio de tragar grueso y continuar… De engullir el trozo de pescado, grande y grueso, para que baje la espina atorada en la garganta… De sumergirse y casi ahogarse como un náufrago en las propias lágrimas y, después, días y noches después, salir de allí hasta que diosas y dioses dispongan otro despacho, otro despecho… Salir de allí, empapado y ojeroso hasta en el alma, con un hueco que ya no encontrará relleno ni zurcido posible… Estarse allí o salirse de allí con varios tramos de silencio… El estupor ha sido tan grande, es tan enorme, que no hay sonido que interfiera porque no se puede ni escuchar… Es como si todo dejara de sonar… campana sin badajo, canto de mudo, la laguna Estigia, el páramo en pelotas, los caños del delta del Orinoco al alba… Porque quienes se han ido, se han llevado un sí mismo que era una joya con la que nos sentíamos capaces de admirar…

Razón tiene aquel cante andaluz: algo se muere en el alma cuando un amigo se va… Esa sevillana es testimonio de cómo toca asimilar las despedidas… Así como los gitanos, nos toca cantar de duelo con la partida del amigo, de la amiga, del familiar…. Hay una desgarradura y más huecos nos quedan en el entramado de las dudas ¡y nos lo recuerdan los gitanos con verso y música y que no paren los pies de tanto taconear, que no paren los palos! Los palos del flamenco, los aplausos para el artista que ha salido de la escena…. Ese vacío que deja el amigo que se va… ese amigo que se va… es como un pozo sin fondo que no se vuelve a llenar…

Tú ¡y que me perdonen diosas y dioses! No tenías edad para irte todavía… por despedidas como la tuya es que me viene sola esa cosa de que la muerte es una impertinencia. ¡¿Por qué no se morirán más bien los bichos malos de su madre con todo y ropa?! ¡¿Por qué no se morirán todos los malucos de una buena vez y para siempre?! ¡¿Cuándo llegaremos a encontrar la fórmula que les elimine a todos y nos dejen tranquilos?! ¡¿Ah?! Aunque suene a soberbia… Sí ¡claro que aparece la soberbia! Una soberbia parecida a esa con la que los toreros salen de la faena, como las sopranos salen de su aria compleja y hermosa, con la que tú salías del escenario, sonriendo y elevando el mentón, porque sienten que ha sido brillante la actuación… Un orgullo se alebrestaba en ti. Siempre lo recordaré. Siempre recordaré ese tono altanero y risueño. Un digno orgullo de quien sabe que todo el esfuerzo de meses ha valido la pena para salir allí al ruedo y brillar por minutos haciendo de marqués o de príncipe o de doctor o de cómico de la legua y que la gente quede boquiabierta… Un orgullo, una altanería y una soberbia que, a fin de cuentas, no era más que una plasticidad ¡nada más y nada menos! Una naturaleza de bambú, una elasticidad, una ternura para entrar y salir de los personajes con facilidad jabonosa y volver a entrar en otro momento vuelto enano de circo, temerario lanzador de cuchillos, risueño hombre bala disparado por los aires o mago que hace trucos sonoros apareciendo y despareciendo pelotas invisibles con simples bolsas de papel…

Fueron muchos los viajes compartidos, los cuentos intercambiados, las risas y esas seriedades tuyas que no eran más que un agudo silencio, una aguda observación para disertar y afinar los sentidos y presentar nuevas perspectivas ¡tan claras! Tan claras que pudiste desarrollar un ojo tremendo para hacer de la fotografía otro de tus oficios preferidos ¡con tanta gracia y tan buen gusto! ¡Con tanta asertividad en el encuadre que uno quedaba perplejo ante tanta belleza!

No le queda a uno más que darles gracias a las diosas y los dioses por haberte tenido entre nosotros y agradarnos la vida con tu presencia, mi eterno y querido amigo y compañero en este arte de birlibirloque. Ojalá heredemos parte de lo que compartiste con nosotros, ojalá que tu bebé y tus otros hijos ¡así como tu amado sobrino ya lo ha hecho! saquen esa mirada que se perpetúe en imágenes de sueño. Ojalá -que como también lo hace tu compañera- podamos seguir viendo a los duendes que pueblan el espacio y tomar con ellos algún miche callejonero y reírnos con ellos hasta de las simples cosas o de las profundas y poder recordarte siempre en la sutileza, así como en la fiereza de las luces y de las sombras ¡Hasta siempre, amigo del alma!

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