Durante 51 minutos Ignacio Ramonet hizo de pitcher para Nicolás Maduro. Una práctica de bateo en la que lanzó nueve bolas suaves y por el centro para que el bateador de turno hiciera swings a las gradas vacías del Teresa Carreño, sobre las que se desparramaron los enormes logros de la revolución bolivariana durante 2022 y el futuro promisor de ese bolívar ―el que alguna vez fue signo monetario, no el otro― que minuto a minuto hace agua frente al dólar imperial tan apreciado por los lados de Miraflores.

Fue el primer domingo del año, día de resaca y para no pensar en pamplinas.

Ramonet nació en el pueblo marinero de Redondela en la costa gallega, famoso por el choco ―también sepia o jibia― que en su tinta y con arroz, o en empanada, es para chuparse los dedos. El choco es un molusco cefalópodo que tiene una capacidad asombrosa para el camuflaje. Ramonet eligió el negro ―flux, camisa, medias y zapatos― para hablar de la luminosa revolución. Negro, incluso, el bigote y el cabello ―no Diosdado― a sus 79 años. El poder de la tinta del choco.

El choco, por cierto, es primo del pulpo. Ya sabemos que Maduro, según su cuenta de Twitter, es hijo de Chávez. Y Ramonet… Ramonet es catedrático de teoría de la comunicación, lo que supone que propugna cierta asepsia profesional frente a un entrevistado X o N. En este caso, tocó N, que anda en plan de estrechar manos por el mundo y recolocar su maltrecha gestión ―acosada por la derecha cerril, no por sus disparates endógenos― y Ramonet, sin empacho que esto va de comida, no vaciló en exigirle que explicara sus «exitosas» giras internacionales, la «espectacular» victoria sobre la hiperinflación y, exprimiendo la asepsia, qué más podía decir sobre este «milagro económico» venezolano.

Fue tan cuidadoso el pitcher ―¿o será catcher?― que la guerra de Ucrania es tan solo un conflicto. Fue Maduro quien llamó guerra a la guerra, sin nombrar al invasor, como antes, en chanza se decía no hables de Vietnam delante de Nixon, cuando merodeaba un pitiyanqui en una tenida de ñangaras.

Maduro, cuyo apoyo a la invasión rusa es un exabrupto histórico para la diplomacia venezolana, dijo que “esa guerra que hay en Ucrania forma parte de los dolores parturientos de un mundo que va a surgir”. Y, desatado, prometió ser vanguardia en el nuevo mundo, siguiendo “las ideas de Bolívar, las ideas de Chávez, las ideas de la diplomacia bolivariana”. Todo en nombre de la paz y la convivencia, vaya.

Al final, Ramonet, bajando la cabeza, agradeció la entrevista ―un eufemismo― y deseó éxitos a la “revolución bolivariana”. El periodismo es una baja en tanta dicha.


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