Desde hace un tiempo viene especulándose, pública y privadamente, que Nicolás Maduro no se presentará a la reelección en los venideros comicios presidenciales. Esas especulaciones se basan en que el mayoritario rechazo a su figura llevaría al PSUV a considerar el relevo de su nombre como candidato presidencial y buscar una alternativa para ganar audiencia y competitividad.

Hay por el contrario, razones para argumentar que Maduro será el candidato del régimen. En sistemas dictatoriales, por lo general, los jefes no se apartan voluntariamente del poder, a menos de que estén incapacitados físicamente. Los cambios en el vértice son producto de conspiraciones en el seno de la cúpula y eso no pareciera estar ocurriendo; hay, sí, preocupación por los bajos números en el cogollo y descontento controlable en cuadros medios y bases del chavismo. Para un Maduro sujeto de un proceso judicial en la Corte Penal Internacional, de un ofrecimiento de recompensa por su captura de parte de Estados Unidos, el mantenimiento en el poder y su condición de candidato son las principales garantías  para negociar con fuerza su seguridad ante escenarios adversos; un descenso al llano en el contexto actual lo coloca en una situación de gran vulnerabilidad. Por otro lado, dentro de la dirigencia del régimen o en su entorno no hay  figuras con capacidad de refrescar su imagen y revertir significativamente el mayoritario rechazo al mismo. En año electoral, una conspiración gatopardiana en el seno de quienes detentan el poder para echar a un lado a Maduro o un proceso competitivo y abierto de escogencia de un candidato del sector puede derivar en una suerte de Caja de Pandora. Finalmente, el chavismo trabaja para crear un escenario electoral favorable a sus propósitos continuistas; el CNE aún no pone fecha de elecciones ni el TSJ se pronuncia sobre la inhabilitación de María Corina.

A comienzos de año, en una entrevista con Ignacio Ramonet, en el segmento final de la misma, interrogado sobre si sería candidato dijo: “…es prematuro todavía. Apenas el año empieza. Solo Dios sabe… No Diosdado, Dios”. Más adelante le atribuye a Chávez estar donde está. De la entrevista, aunque evade precisiones al respecto, no es inferible el paso al costado, más bien comunica la impresión de que siente que su rol de presidente ha sido desempeñado exitosamente y de que no lo considera amortizado.

En discurso pronunciado, el lunes 8 de enero, un Maduro en talante recio e intransigente exige a Estados Unidos “levantar todas las sanciones existentes y sin condiciones” y apostilla que “lo logrado solo es la activación de algunas licencias…”. Es evidente que ese mensaje más que hacia el interlocutor literal es dirigido a sus aliados, pares de la nomenclatura, base de apoyo partidista y social (un tanto desmoralizada por la primaria opositora y el referéndum) para demostrar firmeza y dominio de la situación.

La intensa actividad desplegada por el aludido y su nivel de exposición pública no es la de alguien en vísperas de renunciar voluntariamente al rol en desempeño. Su discurso, este lunes 15 de  enero, en la AN (usurpadora) ratifica su intención de seguir donde está.

No se observan síntomas ni actitudes indicadoras de que Maduro y la nomenclatura roja  sufran del Síndrome del Pato Rengo.


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