El populismo es propio de la demagogia, la simulación, la hipocresía política más conflictiva. Muchos ciudadanos solamente quieren que les digan lo que desean escuchar. El populismo también es querido, tanto en el lado de las ideologías de derecha e izquierda, pues quienes lo utilizan son conscientes de que, en el caso de ser aceptadas sus propuestas, tendrán éxito en el campo electoral, que es lo fundamental para los dirigentes o líderes políticos, traducido en poder. El populismo en su especificidad tiene toda una intención revelada, manipular al pueblo con palabras básicas para enfrentar situaciones económicas y sociales, menospreciando el intelecto humano. Lee Kuan Yew, el “padre de Singapur”, decía: “Nosotros decidimos lo que es correcto, no importa lo que la gente piense”.

Ahora bien, para los expertos en populismo “no todo liderazgo carismático es necesariamente populista, pero los liderazgos populistas son casi siempre carismáticos. Por su forma de apelar al pueblo, prometiendo su salvación, el populismo requiere una jefatura extraordinaria capaz de encarnar esa promesa. Aunque la relación entre populismo y carisma no ha sido trabajada suficientemente, por lo general las aproximaciones al populismo incorporan el carisma como característica regular. Esa asociación entre ambos fenómenos quizá se entienda mejor cuando constatamos que para el populismo el orden político no es asumido como producto de un vínculo racional-legal, sino como derivado de un “orden revelado” según ha puesto de manifiesto Loris Zanatta, quien ha intentado establecer la conexión entre populismo y ethos religioso. El carisma, esa cualidad extraterrenal que, como indicara Weber, permite al líder que lo posea ser percibido como enviado de Dios, viabiliza la ruptura populista. En el caso venezolano, como se sabe, el liderazgo de Hugo Chávez provisto de un fuerte carisma impulsó tal ruptura”.

Cuando Maduro alcanza la primera magistratura, ya se ha producido entonces un proceso de rutinización del proceso bolivariano que se ve enfrentado a la necesidad de darle continuidad a su dominación sin la presencia de su genuina autoridad carismática. A conciencia de su nula vinculación carismática con la gente, Maduro intenta compensarse replicando profusamente el discurso populista de su mentor al mantener la “frontera política entre el pueblo y su otro”. Como bien señala Laclau, “no hay populismo sin una construcción discursiva del enemigo”.

El populismo del siglo XXI moviéndose dentro de una comprensión pragmática se atrevió a construir neo políticas socioeconómicas que apuntaban al beneficio coyuntural de los más vulnerables, los estratos sociales D / E. En la gestión Maduro la práctica del populismo es un subterfugio “salvador”, esta solución que, al principio se aceptaba atreves de sus misiones como políticas de buena voluntad e imponiendo la justicia social hacia los más desposeídos con sustancia redentora. Sin embargo, la crisis económica conspira con las practicas populistas que solo queda en nivel efectista, sin solucionar el todo de los problemas sino algunas pequeñas partes, el populismo revolucionario quedo sin la magia necesaria para hechizar un pueblo sufriente.

El déficit de carisma ha sido compensado por Maduro perpetuando las prácticas populistas que distinguieron al liderazgo de Hugo Chávez. Con ello es posible conjeturar que es factible replicar el discurso populista aun sin la presencia del ingrediente carismático. La realidad actual de Venezuela es una advertencia a todos los ciudadanos del mundo, situación que convoca a una reflexión final, para darle paso a la razón el populismo es un tránsito complejo y hasta contradictorio que, al principio, puede resplandecer como una democracia. No obstante, cuando se analiza llegamos a la conclusión lógica, el populismo puede provocar que la democracia se debilite o incluso se convierta en autoritarismo, caso concreto, Venezuela..


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