Lo sucedido en Brasil puede tener muchos nombres. Y como siempre, chocan la escuela materialista, el número de votos, versus la escuela espiritualista, lo colectivo del deseo. Del deseo humano que es insaciable, aunque limitado, con algunas honrosas excepciones debidamente registradas en los anales históricos. Volar, por ejemplo.

La ganancia de Lula nos plantea, cuatro días después, un panorama político complejo por no decir preocupante. Todo el continente latinoamericano, con dos o tres honrosas y pequeñas excepciones, se tiñe de rojo, justo ahora que los militares brasileros parecen haber metido baza en las tales elecciones. No sabremos si el ganador hizo trampa, pero sí estamos seguros que ganó por una mínima diferencia al presidente en ejercicio, característica común a todos los gobiernos de la izquierda en el poder en México, Argentina, Chile, Perú, Bolivia y Colombia, por supuesto. Aquí, Petro ganó por escasos 700.000 votos, algo mínimo si se compara con otras contiendas electorales internas previas. Los partidos tradicionales que han querido mostrar su casta en las últimas semanas, se han cobijado bajo la tutela y guía de los nuevos mandatarios que siempre, a diferencia de sus antecesores, buscan conciliar con sus enemigos ideológicos. La izquierda de hoy, es lo rosado progre de la extrema zurda, algo que llama la atención y exhala cierto vaho de tranquilidad, aunque muchos analistas prevén un futuro de extremos, como en los casos de Cuba o Nicaragua o la misma Venezuela.

Muy complejo para el actual presidente Petro, lidiar con 50 millones de habitantes (52 con los desplazados forzados de Venezuela) cuya característica principal es la vacilación. Colombia no ha sido de izquierdas, ni marxista, ni mucho menos maoísta, para no mencionar al castrismo, una vulgar banda de tránsfugas que dizque “liberaron” zonas a través de su unigénito ELN, sobre cuyo sexto intento de diálogo pedirá su colaboración el presidente colombiano al sátrapa Maduro, a fin de traerlos a la carreta de la tal “paz total”. A nadie se le niega un voto, reza un adagio electoral muy común y es de entender que en la línea de valores, actitudes y comportamientos conductistas de B. F. Skinner (1904-1990), la debilidad en los valores llena de interrupciones las actitudes y vuelve errático el comportamiento final, el voto, que siempre identifica a las sociedades maduras y de avanzada. Ni en Colombia, ni mucho menos en Brasil, que parece un continente con más de 215 millones de ciudadanos, se da esa efervescencia democrática de elegir con pragmatismo y buscando el bien comunitario. El CVY, o “CÓMO VOY YO” parece ser el denominador común de la gente del pueblo, subyugada por la necesidad diaria de sobrevivir a pesar de las dificultades. “El más amigo es traidor y el más verdadero miente” como reza la fábula. Y un voto secreto, en medio de la clase alta y/o media y en un lugar cómodo, oculta la verdadera intención que fácilmente puede marcar a un candidato de izquierda para que llegue al poder y empiece a generar incertidumbre con sus decisiones. Tal como lo ha hecho Petro estas semanas y como lo percibimos para Lula como presidente electo.

“Las relaciones entre Colombia y Brasil serán estrechas”, dijo Petro que le dijo Lula en una llamada telefónica y en respuesta a un encendido “Viva Lula” que el mandatario colombiano había tuiteado.

Entretanto se aclara el enredo electoral en Plan Alto, Petro pagó la primera visita al dictador Maduro buscando tres objetivos principales: regularizar el comercio fronterizo, convencerlo de la necesidad de que avenga al eln a un nuevo proceso de paz e inducirlo a que se reintegre como miembro de la OEA y de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, justo ahora que está siendo señalado de violaciones de los mismos derechos humanos que olímpicamente ignora.


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