En la enciclopedia en línea gratuita “Wikipedia”, la cual ayuda “mucho más que bastante” a quienes tenemos la inquietud de transcribir lo que imaginamos, se describe a Luiz Inácio Lula da Silva, también conocido como Lula da Silva o simplemente Lula, como un político brasileño, fundador del Partido de los Trabajadores, quien nació en Caetés, estado de Pernambuco, el 27 de octubre de 1945. Hasta aquí lo sencillo del relato, fuente para una usual admiración.

Pero el juicio con respecto a este obrero metalúrgico obliga a “la sumatoria” de otros quehaceres. En efecto, no de muy alta estatura, se ha casado 3 veces y a su actual esposa Rosângela da Silva la enamoró estando preso, quien ha de estar animada para el alumbramiento de aquel que sería el hermano o hermana de Fábio Luís, Sandro Luís, Lurian Cordeiro, Marcos Claudio y Luís Cláudio da Silva. El líder político de 9 dedos, como solía llamarle despectivamente Jair Bolsonaro porque había perdido uno en su oficio de mecánica, es, como concluye la narrativa del citado “portal”, el 39º y actual presidente del “gigante de América Latina”.

En la misma fuente se señala a Luiz Inácio como el “líder” del Foro de Sao Paulo, circunstancia para ubicarle en el espectro político internacional como “un hombre de izquierda», esa especie de dama con la cual han bailado y hasta dormido más de uno en las Américas, quedando confundidos. Fue creado, como se lee, por el Partido de los Trabajadores de Brasil, en São Paulo, fundado por el propio Lula, en 1990. Su finalidad,  “debatir sobre el escenario internacional post caída del Muro de Berlín con el objetivo de combatir las consecuencias del neoliberalismo en los países de América, miembros con derecho a voz y voto, a diferencia de los de Europa y Asia con acceso únicamente a “discursear”. El voto de los últimos está limitado a las providencias en las denominadas “comisiones especiales”. En “La Cartilla de presentación del Foro” se lee “Fundación: 1 de julio de 1990. Eslogan: Por una nueva integración de Latinoamérica. Sede: Sao Paulo, Brasil. Miembros: 123 partidos y organizaciones de América. En la calificación comunista que ha recibido ayuda, sin lugar a duda, “el silabario” al pretender referirse a la filosofía del partido, usando la palabra “posición”, a fin de calificarlo de “centroizquierda a izquierda”. El dilema, ante la diversidad conceptual de la descripción, pudiera expresarse, pasaría por definir con cuál de las dos nos quedaríamos, pero, incluso, en el extremo opuesto “centroderecha a derecha”. Particularmente, cuando en el siglo XXI se escucha con bastante asiduidad que tanto la derecha como la izquierda han quedado como léxicos para discutir, sin llegar a conclusiones. Son reveladoras, más bien, del acentuado dilema de la civilización, que da vueltas y vueltas tratando de ubicarse, atemorizada de no dejarse abrazar por lo maléfico. Son víctimas, se suele manifestar, del verbo “periclitar”. Se han tornado en indicaciones electoreras para la opinión pública y de las estrategias de campaña a fin de captar el voto de determinados sectores, mediante la explotación de las ideas individualistas y autoritarias.

El liderazgo político suele fortalecerse en la promesa por un mundo igualitario y desvanecerse cuando “el ofrecimiento” no se cumple. Las causas del fracaso, diversas, pero, tal vez, una de las más determinantes es “la demagogia”, la terrible “práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular» (RAE). En Gálatas 3:28 quedó escrito: “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús”, evidencia de que “el ser iguales” como que viene de antaño. Y, también, bastante un poco después, ya que se observa que en criterio de Platón “la auténtica” consiste en dar “lo igual según naturaleza a desiguales en cada caso”. Pero más cercano aún a nuestra época es la pregunta: ¿Qué es la igualdad política, social y económica? Se contesta: “Eso significa que todos los ciudadanos son considerados iguales ante la ley, tienen derecho a votar, participar en elecciones y exigir justicia”. Y con un determinante agregado: “A menos que todos seamos tratados por igual, independiente de nuestra casta, religión, condición económica, educación y género, no podemos ser calificados como socialmente iguales”. En el contexto real de nuestros días escuchamos que “tanto las providencias del mercado como las del Estado han creado en el último siglo economías que benefician apenas a un número muy pequeño de ciudadanos extraordinariamente ricos, a costa de los demás (Desigualdad económica en el siglo XXI, Joan Miguel Tejedor-Estupiñán)”. También se lee: “Thomas Piketty, azote de los ricos. Una década de verdades incómodas y pocos avances… Pese a su enorme influencia intelectual y académica, la desigualdad sigue aumentando y el debate sobre la fiscalidad global continúa más abierta que nunca”. La conclusión que deriva de los comentarios no es otra de que si el Estado y el poder público tienen justificación es, precisamente, para estatuir y materializar sociedades igualitarias y equitativas. El abismo entre los pocos que lo alcanzan y los muchos que no, termina definiendo el rumbo humano y con este el de los pueblos. Y así ha sido desde la conquista, los imperios y hasta hoy, época complicada por incierta.

No sabemos si sería acertado o gustaría, que este razonamiento, ni remotamente de aceptación mayoritaria, condujera a ubicar al actual primer magistrado de Brasil por allá en la lejana China, donde pareciera que se trabajara más y se hablase menos. Y si el otrora metal mecánico de nueve dedos se ha planteado que así como las empresas de Occidente buscan mejores provechos en aquel régimen atípico por una presunta “democracia”, sin lugar a dudas, “restringida”, por lo menos, en cuanto a “la libertad de la palabra” y el “voto desproporcionado”, por demandarse para todo, se refiere. “The Media” revela, a manera de ilustración, que “62,9 % de las empresas estadounidenses en China aseguraron ser más optimistas con respecto a sus negocios en el gigante asiático tras la victoria electoral en Estados Unidos del candidato demócrata, Joe Biden, que derrotó a un Donald Trump bajo cuyo mandato las relaciones con Pekín se deterioraron notablemente”. Una pregunta, tal vez, impertinente, se sentirá Biden contento con Luiz Inácio, por la coincidencia de que “en China como que es la cosa”.

A manera de conclusión, lo que sí pareciera evidente, es que el 39º presidente de Brasil, país bien llamado “el gigante latinoamericano”, haya ido a sus encuentros con Xi Jinping para que su tercera esposa “Janja” se exhibiera como “primera dama”. Pero, tampoco, para llenarse los bolsillos de granos de comunismo puro para convertir a Brasil en un sembradío rojo.

Lo que sí deberíamos pedir a la “Providencia” es, por lo menos, que “Luiz Inácio” no se convierta en un “Jair”.

@LuisBGuerra


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