El domingo en Brasil el expresidente izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva derrotó al presidente de derecha, Jair Bolsonaro,en la carrera presidencial más reñida de la historia del país. Aunque Lula era el favorito, cualquier resultado era posible. En la primera vuelta de las elecciones, Bolsonaro tuvo un desempeño mejor al pronosticado en las encuestasy desde entonces la ventaja de su adversario —como lo demostró el resultado— se venía cerrando. Que Lula lograraderrotar a un presidente en ejercicio en una región donde los presidentes que se lanzan a la reelección rara vez pierden estaba lejos de ser una certeza.

Pero los retos que confronta ahora Lula son aún mayores a los de la campaña. Hace dos décadas, Lula gobernó Brasil durante un período de extraordinario crecimiento económico que sacó a millones de personas de la pobreza. Esta vez gobernará en un entorno político y económico muy desfavorable, con pocas posibilidades de replicar los éxitos de su primer gobierno.

También enfrentará un desafío que están enfrentando otros presidentes latinoamericanos: votantes que pierden rápidamente la paciencia si no ven mejoras rápidas. En el caso de Lula, que fue encarcelado por corrupción antes de que sus sentencias fueran anuladas por motivos procesales, el escepticismo de los votantes podría ser aún mayor. La montaña rusa que ha sido su carrera política podría fácilmente terminar en un chapuzón.

Cuando Lula llegó al poder en 2003, el mundo era un lugar diferente. En América Latina, la primera década de este siglo fueron años de alto crecimiento económico y progreso social, impulsados por la boyante economía de China y la demanda insaciable de ese país por las materias primas de la región.

Durante la primera presidencia de Lula, las exportaciones de Brasil a China se septuplicaron y la economía creció en promedio más del 4% cada año. El desempleo se redujo casi por la mitad y la inflación por dos tercios.

Es verdad que Lula se aseguró de que el auge de los precios de las materias primas beneficiara a todas las clases sociales, utilizando la bonanza para crear programas sociales que ayudaron a reducir la pobreza y ampliar la clase media.Pero también es verdad que el desempeño de Brasil no fue estelar cuando se compara con el del resto de América Latina. La bonanza de esos años benefició a la región entera y algunos países como Chile, Colombia y Perú crecieron mucho más que Brasil.

Ahora Lula se enfrenta a un escenario radicalmente distinto. Desde el fin de la bonanza, América Latina se ha estancado. La economía de Brasil en particular sufrió dos golpes casi letales: la recesión de 2014-2016 y la pandemia de 2020, que acarreó la peor contracción en la región en doscientos años. En la última década, Brasil creció en promedio 0,3% al año; el ingreso por cabeza está 10% por debajo de su pico en 2013.

Ahora la economía brasileña muestra signos de mejora. Los precios más altos de las materias primas y el gasto electoral masivo de Bolsonaro han impulsado la actividad económica. El Fondo Monetario Internacional estima que el PIB crecerá 2,8% en 2022, una tasa superior a la que predijeron la mayoría de los analistas a principios de año. La inflación, aunque todavía alta, se ha enfriado más de lo esperado y el desempleo está en su punto más bajo desde 2015.

Sin embargo, esta vez Lula no tendrá a sus espaldas los fuertes vientos de la economía global. La alta inflación y las altas tasas de interés conllevan la amenaza de una recesión global y una caída de las inversiones en la región. China, el principal socio comercial de Brasil y otros países latinoamericanos, se encuentra en medio de una desaceleración económica que tendrá un profundo impacto en América Latina. Esto explica por qué muchos economistas, a pesar de sus pronósticos positivos para 2022, prevén un bajo crecimiento de la economía brasileña en los próximos años.

Además del complicado panorama económico, Lula enfrenta una situación política compleja. En las elecciones del Congreso, el Partido Liberal de Bolsonaro fue el gran triunfador. Si bien el Congreso sigue estando fragmentado y ningún partido tiene mayorías, el Partido Liberal obtuvo más escaños en ambas cámaras que cualquier otra organización política. Los tres estados más poblados de Brasil serán gobernados por aliados cercanos de Bolsonaro.

En el último año y medio los ciudadanos de Perú, Chile y Colombia han elegido a presidentes izquierdistas. Las seis economías más grandes de la región ahora están gobernadas por la izquierda. Pero esta «marea rosa» es parte de otra tendencia más importante que nos ayuda a entender mejor no solo lo que está pasando en la región sino los desafíos que enfrenta Lula. En América Latina los votantes están castigando a los partidos y políticos que están en el poder. Si excluimos a las dictaduras, fuerzas de oposición han ganado las últimas 15 elecciones. Más que un giro ideológico, estamos viendo una rebelión contra el statu quo ha beneficiado a la izquierda en varios países donde gobernaba la derecha.

El problema para estos nuevos líderes es que las mismas fuerzas que los llevaron al poder pueden volcarse contra ellos rápidamente. Ya sucedió en Chile, Perú y Colombia, donde la popularidad de los presidentes de izquierda se desplomó poco después de su elección. Los votantes latinoamericanos están demostrando ser menos tolerantes con los gobiernos que no cumplen con sus promesas, independientemente de su ideología.

Una promesa central de la campaña de Lula fue el regreso a los días prósperos de su primera presidencia. Pero este objetivo es inalcanzable a menos que cambie el panorama económico mundial. Irónicamente, el mensaje que ayudó a Lula a ganar las elecciones podría ahora hacerle la vida más difícil, inflando expectativas que son imposibles de satisfacer.


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