Con la muerte de Luis Manuel Esculpi se va no solo un gran amigo sino mi último contacto firme con la política, con mi familia política. La nombro así, de manera tan vaga porque ella se había disuelto en esa cosa difusa y ahora en delicado estado de salud que llamamos la oposición. Pero para ubicarla, ella venía del sector de “los históricos” del MAS, la que rompió con el partido cuando apoyó a Chávez y, sin duda, eran sus figuras fundamentales. En más de tres décadas, en las que participé, hicimos cosas muy diversas: partidos políticos, diarios y otros media, grupos de opinión, libros, cogobierno con Caldera, oposición incesante a los gorilas que nos aplastan… Pero sobre todo para mí fue, además del afecto, la cercanía con sentimientos últimos sobre la política. Ser de una suerte de izquierda a la deriva, en nuestro caso siempre fracasada, más una expectativa que otra cosa de un imaginado socialismo en democracia; socialismo de verdad, democrático de verdad. Seguramente una quimera, pero eso nos hacía coincidir así ese fondo estuviese velado a los ojos del país y hasta de parte de nuestra conciencia.

Pero el tema es Esculpi, Luis Manuel. Dentro de poco habrá que hablar de los cien años de Pompeyo. Ya no tengo fraternos y prolongados compañeros, sino un santoral. Y bien Luis Manuel o Héctor José, le decían de una u otra manera, el segundo es su seudónimo de guerrillero urbano que se le quedó adherido, para mí siempre fue un político curioso que ocupó cargos de mucha importancia y tuvo lugares destacados en tiempos y momentos decisivos sin hacer mucho ruido. En el golpe de abril, ahora se puede decir, por sus contactos con la cuestión militar por haber ocupado años la Comisión de Defensa del Parlamento, que avalaba o detenía los ascensos, nada menos.

Siempre en cargos de importancia desde haber sido, adolescente, cabeza del clandestino movimiento liceísta del PCV de Caracas hasta coordinar la comisión de estrategia de la “MUD” hasta su muerte, pasando por parlamentario destacadísimo, jefe guerrillero, dirigente de partidos y asociaciones, etc. Todo el que conocía los meollos de la política venezolana sabía de su importancia y de su sabiduría en el enrevesado mundo de su devenir. Pero pocos venezolanos deben conocerlo.

Si algunos adjetivos se han dicho en estos días para describirlo es su honestidad sin mácula, su alergia a la publicidad mediática, su equilibrada sapiencia y experiencia de que hacer política es muy complicado donde pocas veces valen las estridencias; su sencillez vital, no recuerdo una corbata suya, sus informales maneras de orador. Por eso muchos se sorprendían de su refinada cultura de lector devoto, de amante de las artes plásticas, por ejemplo, cuando lo confesaban y que nunca exhibía gratuitamente. Para mí y supongo que para no pocos otros representaba un arquetipo de un deseable modelo de político, sabio y silencioso, que dedicó toda su vida al día a día de los combates y tareas del oficio, casi siempre duros e ingratos, y que descuidó la búsqueda de una imagen propia en nombre del amor a su oficio de buscar el bienestar de su pueblo siempre postergado, de donde surgió, y que nunca perdió de vista, objeto primordial de su incansable pasión de vida.

Yo lamento no tener ya quien me de algún dato escondido para un artículo estancado. Y los suyos, como decía Teodoro, cuando los usábamos en Tal Cual, eran santa palabra.

 

 


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