Cooperar con el continuismo de la hegemonía, acudiendo a unas votaciones fraudulentas de raíz, lo que permitiría al oficialismo alardear de que ha sido «legitimado institucionalmente», equivale a rendirse. Y lo que es peor, a rendirse con el pretexto de que se lucha a través de la participación electoral. Se le podrán dar muchas vueltas al tema, no faltarán los exégetas que redactarán pronunciamientos enjundiosos. Todo eso, en realidad, ya está en marcha, pero hacerse parte de una notoria farsa comicial significa que, o no se tiene conciencia de la farsa, o que se busca algún provecho particular al respecto. No sabría decir cuál de las dos cosas es peor.

Algunos voceros de la hegemonía han declarado que el reciente informe de la ONU es una «agresión a Venezuela». En realidad, lo que el informe confirma, documenta, prueba, es que hay una agresión a Venezuela por parte del poder establecido. No hay ámbito de los derechos humanos que escape a la agresión continuada y cada vez más represiva. ¿Por qué habría de ser una excepción el ámbito de los derechos electorales? Si las elecciones son un instrumento capital de una democracia, no lo pueden ser para una tiranía, a menos que esta configure tramoyas para tratar de engatusar. ¡Y vaya si la hegemonía roja sabe configurarlas!

Cierto que el no-cooperar con el fraude no es suficiente. Se necesita mucho más para lograr que se encauce políticamente el masivo rechazo de los venezolanos a Maduro y los suyos, como consecuencia, entre otros factores, de la crisis humanitaria que padece la nación. Pero cooperar con el fraude hace más difícil que se pueda luchar por el bien común, por el inicio de una etapa democrática, con todo el apoyo interno y externo, político y humanitario, que sea posible, en los amplios términos que establece y exige la Constitución formalmente vigente y el derecho internacional.

«El bien común fundamenta el derecho a la legítima defensa individual y colectiva». Consagra el Catecismo de la Iglesia Católica en su punto 1909. El compromiso y el esfuerzo para que el bien común no sea una ilusión vaporosa, en medio de la destrucción generalizada del país, sino que se convierta en el camino constructivo hacia el porvenir, fundamenta la lucha contra el continuismo y la rendición, y en favor de la democracia, la justicia y la libertad.


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