María Corina Machado: Llamaré a los presidentes de izquierda tras ganar
Yuri CORTEZ / AFP

Algo bueno puede surgir de hablar y escuchar, 

no solo de hablar. Escuchar es parte de ello”.

Konrad Adenauer

De alguna manera todos, por lo menos los hijos de Occidente, somos liberales. La modernidad está unida indefectiblemente a esta doctrina política, y si luego de su hegemonía intelectual aparecieron fuertes contendientes, principalmente el socialismo, las ideas básicas que rigen nuestra vida (en lo político, económico y social) tienen su fundamento todavía hoy en la doctrina liberal. La democracia que queremos es en principio liberal, pues protege nuestros derechos, limita la arbitrariedad y se rige por el imperio de la ley. Nuestro constitucionalismo es orgullosamente liberal, pues garantiza los derechos e impide la concentración del poder.  No fue sencillo el reconocimiento de las ideas fuerza del liberalismo; permanentemente se discuten, son vulnerables y frágiles ante el poder despótico, resultando que cuando las perdemos es que reconocemos su valor.

El liberalismo clásico, una creación predominantemente inglesa, se diversificó sin perder su raiz, en múltiples formas de enriquecimiento,  con aporte de ideas  que sin abjurar del manantial original, enriquecieron su legado. Así surgió un liberalismo tolerante y abierto, que penetró sin arrogancia, más bien se compenetró, con otros acervos doctrinarios, en aras de la convivencia que posibilitará el reconocimiento del otro, el compartir una experiencia común que diera estabilidad a la democracia. Hay un liberalismo conservador y un liberalismo progresista, como un liberalismo que armoniza en aras del bien común, por ejemplo con la socialdemocracia o la democracia crisitiana, e incluso llegando a aceptar el Estado de bienestar.

Ese liberalismo creador, de ideas y sin pretensiones rígidas de convertirse en una ideología cerrada, es el liberalismo que yo admiro, por su capacidad de entender los cambios de las sociedades y hacer propuestas que impidieran el naufragio de la libertad. En el siglo XIX hubo dos grandes liberales (por cierto eran amigos que se admiraban mutuamente) que comprendieron su época, analizaron sus tendencias profundas e intentaron encausarlas hacia un mundo libre y abierto. Ellos fueron Tocqueville y Stuart Mill. Esa tradición de liberalismo abierto y tolerante la han seguido relevantes pensadores del tormentoso siglo XX. Es el caso para solo mencionar algunos de mis preferidos, de Aron, Rawls, Dahrendorf , Kelsen y Bobbio.

Existe hoy un segundo liberalismo, ideológico, rígido y dogmático, donde predomina el énfasis económico sobre lo político, con el peligro acechante de hacerse autoritario e intolerante, pues termina despreciando la democracia, al ponerla al servicio del libre mercado. Es el neoliberalismo, surgido adrede como un movimiento conscientemente ideológico en los encuentros de Mont Pelerin, Suiza, a partir del año 1947, con sus dos grandes promotores: los teóricos de la economía Hayek y Friedman.

Por último, existe un tercer liberalismo, más utópico que ideológico, el llamado movimiento libertario, cuyo propósito es revivir el individualismo manchesteriano, eliminando si es posible el Estado, con indiferencia hacia las realidades históricas que constituyen las sociedades y sus inevitables coerciones.

María Corina Machado, mujer corajuda y valiente, se ha definido como liberal, e intenta a través de la metodología democrática obtener el poder para proponer, en la medida de lo posible, y dentro de las realidades de Venezuela, un programa liberal. Tal tarea es absolutamente legítima y por supuesto goza de mi mayor respeto. Mi deseo es que se oriente por el liberalismo de ideas, escuche las voces de la tolerancia y el sentido de la realidad, y así evite los cantos de sirena, para bien de su hipotético acceso al poder, tanto del neoliberalismo como del movimiento libertario, el primero por ideológico y el segundo por utópico, en un época que nos exige unidad, entendimiento y reconciliación entre los venezolanos de buena voluntad.


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