La tecnología es una herramienta indispensable en el mundo actual y del futuro. Ella ha trastocado por completo los espacios de una postmodernidad que también azotada por la pandemia del coronavirus, representan el cómo la vulnerabilidad del ser humano y del planeta tienen en ambos casos los efectos de contradictorias formas de vivir para intentar sobrevivir, la primera desde una concepción de desenvolvimiento en el plano de esa vida, y la segunda en el sentido propiamente dicho de la preeminencia existencial.

Vemos un mundo en el cual, a pesar de tener una inmensidad de recursos tecnológicos éstos solamente parecieran incrementar no sólo la dependencia de la humanidad en términos de una desmedida lógica del capital, sino que ante el desarrollo implacable de las permanentes “actualizaciones tecnológicas”, los denominados países del “tercer mundo” que además rechazan la educación y la investigación como sus principales afluentes del conocimiento, prefieren la politiquería y la bazofia armamentista –irónicamente importada de las potencias tecnológicas– demostrando un evidente analfabetismo político que termina llevando a sus pueblos hacia una especie de apocalipsis antropofágico desde un punto de vista sociohistórico.

De hecho, en el contexto del régimen político que tiene el poder en Venezuela el analfabetismo político deriva en uno peor que está asociado con el uso de las tecnologías convertidas en redes digitales, y que en el caso de aquellos autodenominados de “izquierda” que dicen representar al madurismo, en ellos es tan pobre el pensamiento, tan estéril su discurso, y tan fragmentarias sus palabras, que ante cualquier crítica sólo derivan las definiciones de “traidor”, “vendido”, “imperialista” o alguna alusión generada en el andamiaje zoilo y tartufista que llevan en sus alicaídas estructuras cognitivas.

En esa mal llamada “izquierda” madurista hay tres grupos plenamente identificados. El primero orientado en la génesis de una perversa cúpula que impone el ritmo de un interminable discurso de confrontación donde el odio, el rencor, el resentimiento y el deseo de aniquilar a quienes consideran sus “enemigos” políticos debe concretarse para alcanzar lo que llaman “revolución”, en la cual, mientras ellos jamás nos muestran sus cuentas bancarias, ni hacen públicos sus estilos burgueses de vida, matizados con lujosas viviendas y vehículos, vistiendo ropas de marca, y degustando los más costosos vinos y bebidas escocesas, rodeados de guardaespaldas, únicamente profesan citas machacadas de ”vivir y vencer”, donde el Twitter pregonado en el valor de miles de dólares de un iPhone  impregna un mensaje o etiqueta  a sus séquitos para que vayan a “luchar”.

En tal sentido, el segundo de esos grupos está integrado por una seudointelectualidad política, muchos de ellos en una septuagenaria y octogenaria senectud que en vez de estar aportando soluciones ante la espantosa crisis que atraviesa el país, intentan con alteraciones y desviaciones de la historia justificar el desastre de miseria y pobreza con la orden de que nuestros males son culpa de “sanciones”, “bloqueos” y “amenazas”. O sea, algo así como el ladrón que argumenta que sus robos son por culpa del hambre que genera el “capitalismo”, siendo esa máxima quizás la razón por la cual “la corrupción no existe para éstos individuos”, y si llega a existir es para otros, pero nunca para ellos ni la cúpula, aunque ambos grupos vivan de lo que denominan “dólar criminal”.

El tercero y último de éstos grupos lo conforman los llamados “colectivos”, “tropa” y “guerrillas digitales”.  Son la demostración más palpable de la ignorancia en términos de analfabetismo en todos los componentes de vida – ¿recuerdan las “maticas de acetaminofén?- . Allí vemos una pésima ortografía y redacción, la mayoría de veces plagada de insultos, obscenidades y frases que demuestran la sumisión pensativa. Es más, se llega a ver desde el anonimato – prohibido por la demolida “Constitución” – claros llamados contra terceros, o en su defecto a seleccionar el rol de las víctimas políticas con el propósito de establecer en la población un perpetuo amedrentamiento, es decir, el lenguaje convertido en basura es su principal fuente de historia.

En síntesis, los tres grupos del analfabetismo político de “izquierdistas” en Venezuela tienen un solo nombre: el madurismo en todos sus componentes de politiquería y destrucción humana, en donde lo tecnológico sólo los asiste para la corrupción, la mentira y la inmoralidad.

 


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