Foto: mazo4f.com

El país se sigue cayendo a pedazos por causa del dolo y la negligencia de la hegemonía despótica y depredadora, y muchos de los que están llamados a defender los derechos del pueblo venezolano, se encuentran tranquilazos en sus particulares ocupaciones, más pendientes de sus respectivos intereses -legítimos o no- que del interés colectivo o del bien común.

Qué pena. Así sólo se beneficia el continuismo. Y aunque éste sea un momento oportuno para «hacer lío», como recomienda siempre el papa Francisco, acá lo que se considera políticamente correcto es hacer el juego de tramoyas comiciales, diálogos inútiles para el cambio, y justificaciones rebosadas de ambigüedad y sofismas. Y ello en variados dominios políticos, económicos y sociales.

«Hay que ser pacientes»… plantean algunas voces de reconocida prudencia. Pero, ¿cómo se puede ser paciente con injusticias atroces, con el desprecio de los derechos humanos, y con el notorio latrocinio del poder y su periferia? En estas situaciones, no se trata de paciencia ni de prudencia. No. Se trata de acomodo y complicidad.

La formación de una gran causa cívica que ofrezca esperanza a la nación es objeto de burla por los tranquilazos, si no de maliciosa oposición. Prefieren quedarse con sus parcelitas de poder, acaso con sus prebendas dinerarias, antes que impulsar un cambio radical hacia la democracia, la libertad y la justicia social.

Le dan la espalda a la población. Y no les importa. De los mandoneros del poder no se puede esperar otra cosa. Los tranquilazos, con todo y sus disimulos, no se quedan atrás.

Para salir adelante, Venezuela tiene que superar muchos obstáculos. Este, el de los tranquilazos, es uno de ellos. Su insidia confunde, descoloca, paraliza y hace mucho daño.

Y mucha fuerza y compromiso es lo que necesitamos los venezolanos para salir de la catástrofe y entrar en un camino positivo.


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