Desde hace algún tiempo, investigaciones en el área de la Psicología Social han venido mostrando al pragmatismo y a lo que se ha dado en llamar el “utilitarismo transaccional”, como una de las características resaltantes y conductualmente más salientes entre muchos venezolanos.

Cuando hablamos de “pragmatismo”, la primera referencia es sobre la escuela filosófica del mismo nombre creada en Estados Unidos e Inglaterra a finales del siglo XIX, bajo la orientación de pensadores como William James y John Dewey, según la cual lo único verdadero es aquello que funciona.  Desde el punto de vista positivo, esa corriente pragmática del pensamiento ha ejercido una notable influencia en la sociedad moderna, al enfatizar la importancia de encontrarle la utilidad y el “sentido práctico” a los conocimientos, y ponerlos al servicio de la transformación de las cosas. El pragmatismo habitual encontrado en muchos venezolanos tiene, de hecho, muchas ventajas que pudiéramos discutir en otro artículo. Sin embargo, y hablando específicamente del terreno político, una mala o inadecuada comprensión del pragmatismo como el que se ha observado hoy en día en algunos sectores puede terminar generando prejuicios, inacción y parálisis.

Un equivocado o primitivo pragmatismo político hace que sólo se observen los resultados más evidentes o rápidos de las acciones, en desmedro de consecuencias más trascendentales e importantes, aunque no tan visibles e inmediatas. Así mismo, una mala utilización del pragmatismo político hace que se desechen todas aquellas consecuencias que no encajen con los prejuicios iniciales de la persona, lo que representa justamente la negación de lo planteado por el pragmatismo filosófico.

Una persona con pragmatismo primitivo necesita saber con certeza las consecuencias inmediatas de sus acciones, porque de lo contrario se inhibe en realizarlas. Así, por ejemplo, un beisbolista preso de pragmatismo primitivo sería un estruendoso fracaso, porque como nunca sabe qué lanzamiento le va a hacer el pitcher, entonces decide no batear. Es como si dijera: “Hasta que no sepa o esté seguro qué es lo que me va a lanzar el pitcher, entonces no bateo”. Lo mismo pasaría con un estudiante primitivamente pragmático, quien decide no estudiar para el examen porque no sabe cuáles van a ser las preguntas que le harán. Es como si dijera: “¿Cómo y para qué voy a estudiar el tema 11, si no estoy seguro de que lo van a preguntar?”.  Ambos, pelotero y estudiante, están condenados al fracaso producto de la inacción generada por su primitivo e inmaduro pragmatismo.

El pelotero exitoso es aquel que se prepara y entrena para que cuando llegue el momento de batear, lo pueda hacer bien no importa cuál sea el lanzamiento que tenga que enfrentar. El estudiante inteligente es aquel que estudia y se prepara lo mejor que pueda, justamente porque no sabe qué le van a preguntar, pero tiene que estar listo para enfrentar con éxito y ventaja lo que venga. De igual manera, nuestra labor como venezolanos de estos tiempos de mengua e incertidumbre es estar preparados, precisamente porque lo único que sabemos es que tendremos que luchar, aunque sin la claridad de qué tipo de lucha o de situaciones por afrontar nos esperan.

Mucha gente está angustiada porque no sabe qué va a pasar en Venezuela. Esa incertidumbre y falta de claridad sobre lo que nos viene, lejos de conducirnos a la inacción y la parálisis, nos debe mover a reforzar la organización popular en todos los rincones del país.  Es el momento de acompañar las luchas sectoriales de quienes están luchando por su dignidad y sus derechos, aunque la censura mediática no los haga visibles: los trabajadores de la salud y de las universidades, los gremios y sindicatos, los estudiantes y educadores, los jubilados, los trabajadores de la economía informal, los obreros, desempleados y perseguidos.

Es también el momento de decidirse con fuerza y de manera prioritaria a aprovechar la campaña electoral de la primaria para repolitizar al país y avanzar en su articulación y organización. Y, finalmente, insistir en reforzar las organizaciones sociales de base y en no abandonar la estrategia democrática –la única que funciona- y que incluye el votar como una de sus tácticas más eficaces. ¿Para qué? dirán algunos. La respuesta es simple: precisamente para que pasen cosas. En un país donde –como lo hemos advertido en otras oportunidades- los tiempos reales corren más rápido que los tiempos constitucionales, hay que estar preparados. Todas las salidas democráticas son factibles, pero sólo cuando exista una mayoría contundente y organizada que las haga posibles.

La tarea de estos días es organizar un tejido social tan efectivo, fuerte y heterogéneo que pueda viabilizar y hacer posible una válvula de escape que permita, cuando sea necesario y posible, una salida democrática a la crisis de dolor e indigencia. Lo demás, es –de nuevo- sólo primitivismo pragmático. Como decidirse a no batear ni a estudiar.

@angeloropeza182


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