Los retrovisores en un vehículo cumplen una sola función como es la de mostrarnos que hay detrás del mismo. Lo traemos a colación en el sentido en que no tiene mucho sentido quedarnos pegados o estáticos en el pasado, incluso sabiendo que ese pasado fue generoso, estable, productivo como ocurrió en la otrora Venezuela de hace poco tiempo. No es necesario contratar una costosa medición, estudio o encuesta para determinar que el país, por supuesto con sus traspiés o fallas, era un país y sociedad con un rostro e indicadores radicalmente diferentes a lo que hemos visto y vivido en estos años de llamada “revolución bolivariana”.

De tal manera que poco ayuda quedarnos pegados viendo los retrovisores de una Venezuela que prácticamente desapareció, y que requiere ser vuelta a concebir, a parir en todas las aristas que puedan pensarse, no es sólo un tema de macroeconomía, industrias, cifras, capacidad productiva, ahorro, poder adquisitivo, servicios públicos, cifras e indicadores que por supuesto importan, sino además la imperativa necesidad de recuperar y tener institucionalidad, Estado de Derecho, justicia, educación, salud, seguridad y unas instituciones, procedimientos, una dirigencia y servidores públicos que se conciban en torno al ser humano, a la persona y ciudadano.

Las reformas por impulsar son muchas y relevantes, algunas en el corto plazo, otras a mediano plazo y también a largo plazo, todas en su conjunto orientada a recuperar un país, una sociedad y unos venezolanos que merecen otras condiciones de vida en todos los órdenes. Requerimos un Estado fuerte no autoritario, que se ocupe como el padre se ocupa y vela de sus hijos. No le quitemos los retrovisores al vehículo porque evidentemente hacen falta y cumplen una función, pero es menester avanzar en medio del caos, en medio de esta horrenda crisis con mil aristas y situaciones degradantes a la condición humana.

Progresividad y regresividad conforman y representan el camino que el país ha recorrido en estas últimas décadas. Este país es generoso, plagado de recursos naturales, recursos energéticos, minerales, hídricos, humanos y para usted de contar. Una variable explicativa para dar cuenta de estos vaivenes, de estos avances y retrocesos, de estos accidentes históricos o de la situación actual está en nuestra clase política (tanto en el gobierno como en la oposición), en nuestra dirigencia, para muchos muy precaria, una dirigencia en orfandad no de dinero sino de formación, visión, orfandad en valores, en comprender el papel de ser servidor público, en consciencia histórica y ciudadana, una dirigencia que no procesa y asume la nobleza que debe tener la política al servicio del hombre.

No hay semana o día donde no leamos frente a tantas noticias nefastas de robos, corrupción, protestas, suicidios, atracos y demás, también noticias de venezolanos que brillan a lo largo y ancho del globo terráqueo. Reitero lo que he puesto por escrito y expresado en numerosas conferencias, la riqueza de Venezuela no está en el petróleo, en el coltán, en el aluminio o en Orinoco, en Cabimas, Mucuchíes o Puerto Ordaz, sino en cada venezolano, en cada aula de clase de nuestras universidades, en cada iglesia, en cada médico, artesano o venezolano de a pie.

No merecemos este presente que agobia, que lesiona, que conculca no sólo derechos sino conculca la paz, el sosiego, la armonía. Los venezolanos hemos pagado precios muy altos con nuestras erráticas decisiones, con decisiones emotivas que han sido un salto al vacío. Sigo usando los retrovisores y ese pasado cercano sólo me sirve de referencia de un país que floreció, que albergo a todo el que vino de Italia, España, Turquía, China, Colombia, Chile, Argentina, Ecuador, Cuba, Honduras o del resto del mundo en busca de trabajo, progreso, estabilidad y felicidad. Venezuela nos dio a los nacidos aquí y a los venidos de otros lugares hasta hace poco todo eso y en cantidad. Por cierto, más allá de algunos connacionales delincuentes que han ultrajado con sus actos a la venezolanidad, la comunidad internacional le ha pagado –salvo excepciones– muy mal a Venezuela y a los venezolanos.

Tal vez la única ganancia que quede de estas últimas décadas -donde hemos visto la degradación de la condición humana, el sufrimiento humano, las enfermedades, la corrupción, la injusticia, el dolo y demás– sea el aprendizaje de no ser indolentes, de no actuar por pasiones, si algún acto debe ser racional es elegir no sólo presidentes, elegir oficio, elegir carrera, elegir a la esposa y no hablo de convertirnos en autómatas, en robots insensibles y en automático pero si tener un poco de mesura en nuestras acciones y decisiones.

El camino por recorrer es interminable en términos de lo que hay que recuperar. Olvídense de brujos, pitonisas, técnicos exquisitos, gerentes con masters en Harvard que pueden ocasionalmente ocupar puestos de dirección. Lo que el país necesita es políticos dignos, serios, responsables, partidos políticos modernos, solidos, disciplinados más no autoritarios, agendas claras, mucho trabajo, establecimiento de prioridades, evaluación y seguimiento. La observancia de la Constitución Bolivariana de Venezuela de 1999 no puede seguir siendo discrecional sino imperativo. Hay que recuperar los resortes morales de la sociedad venezolana volverlos a edificar sobre la fe, el trabajo, el valor agregado, la educación, la honradez, el hogar, la condición humana. Así que limpiemos los retrovisores y volvamos a parir a Venezuela como tierra generosa y llena de bendiciones.

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