The Holdovers (2023)

“El rabí lo miraba con ternura

Y con algún horror(¿cómo? se dijo)

Pude engendrar este penoso hijo

Y la inacción dejé, que es la cordura».

Jorge Luis Borges. El Golem, 1958

 

A la que ahora, como descubrimiento moderno, llaman Inteligencia Artificial fue  minuciosamente descrita en 1932 por el intelectual británico Aldous Huxley desde su irónica  novela Un mundo feliz, donde vertió su profundo conocimiento sobre ciencias, religiones, políticas  y tecnologías de su entorno previo a  la Segunda Guerra Mundial. Con frases de Shakespeare alternó su escepticismo. Obra maestra del género Ficción Sarcástica. Allí está la sociedad digitalmente avanzada como escenario del hombre robotizado desde máquinas que lo esclavizan hasta la dependencia absoluta y el disparate. Mundo cómodamente frío, inodoro, insípido. De imaginación fantasmal profética en 80 años pasó a testimonio aterrador de nuestro tiempo.

Releerla produce angustia, desaliento y hasta cierto punto  bastante culpa por no encontrar la manera fija de atenuar tamaña dictadura cotidiana. Sin embargo, siempre hay escapes de ese laberinto, posibles de alcanzar por momentos casi sublimes desde de esa misma tiranía electrónica a través de las artes musicales, literarias, plásticas, escénicas que milagrosamente alivian y reactivan la admiración y el respeto por la creatividad humana todavía libre, en pequeña y noble escala.

Es lo que alcanza la reciente película estadounidense The Holdovers, vocablo de difícil traducción al castellano y significa “los que permanecen”, en este caso quienes por motivos ajenos a sus deseos deben seguir aislados en su lugar habitual de oficio, estudio, trabajo, durante unas vacaciones navideñas. Uno de sus temas centrales ahonda el conflicto entre soledades y convivencias impuestas por igual. A la vista ningún aparato último modelo que permita evadir esos duros dilemas con sus traumas sociales, psicológicos y físicos, por lo que deben  afrontarlos día a día, frente a frente, cada minuto, pues la circunstancia obliga.

Hasta hoy la crítica especializada en filmografía califica la superficie de esta joya  indistintamente como divertida, delicada, sensible, cálida y hasta de “clásico navideño”. Hace falta más que una visión, la lectura entre imágenes de su penetrante guion capaz de diagnosticar la deshumanización de las masas que padecen silentes discriminaciones  por su aspecto, condición económica, dramas  étnicos y familiares. Y por otra parte, conjuntamente, el desprecio y la violencia ejercidos contra minorías de todas las profesiones y labores aún leales a principios éticos personalísimos.

Mucho más hay en el marco de dirección, trabajo actoral, producción y secuencia escénica que atrapan sin tregua. Y por encima de sus cualidades como ejemplar  pieza fílmica sobresale su homenaje al oculto humanismo de cada quien en este nuevo mundo insensiblemente ciberfeliz.

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