No pueden enmascararse más. Sus últimas acciones hablan, gritan, del desespero que padecen porque las «elecciones» decembrinas no cuajan por lado alguno. Obedientes irán (verbo) a inscribirse. Ahora plantean ir juntitos, haciéndose pasar por firmes oponentes al régimen. Su último invento con el afán de calibrar si es posible que la torta levante. La torta está puesta. No levanta. Y la incredulidad de su falso histrionismo es lo que más fácil salta a la vista y la audición.

Putativos entre ellos, como enmascarados de opositores, y más putativos con los otros, quienes «administran» el poder en Venezuela. Son su envés. Hermanitos, tiítos y hasta abuelos de la «revolución» venezolana de este siglo. Son los nuevos mejores amigos, hermanos, de los tiranos que buscan aumentar las piedras del pedestal donde tienen a los compradores de conciencia de cualquier modo. Por ahí van también, obviamente, los alacranes y todo bicho ponzoñoso y rastrero.

Esta vez sus antiguos mejores amigos no los acompañan. Tienen otros buenamente adquiridos hasta puestos en esa burla de CNE. Es como si los fueran mezclando, en esas batidoras de cemento; usando, botando a la Bonanza o cualquier otro vertedero, después de molerlos, claro está. Esta vez no cuentan con el Partido Comunista (PCV), aquellos aliados antes tan entregados, de renombre mundial, con el gallito. Tampoco con el afamado, en su momento, Patria para Todos. Han surgido otros «partidos», cada uno con su «líder», su yo Claudio, su Falcón sin costas. Su enredado Redes. Los nuevos putativos. Los renovados putativos.

Así, el reciclaje de siglas y partidarios se transforma vorazmente. Y surge la diatriba más sorprendente. Uno de los contenedores de antiguos mayores putativos resteados padece la sustracción de sus insignias partidistas, de la misma acción expropiadora, esa que antes aplaudían con empresas, con terrenos, con cualquier propiedad; los tupas también echados con violencia de su connivencia con el poder. ¿Cómo queda representado el 23 allí? Ya no hace falta. Están fuera, pero desgarrados (¿Aparentemente? Con estos del régimen nunca se tiene alguna certeza, son guabinosos, además) al arrebatarles banderas, nombre, todo lo que cobijaba su imagen. Se fueron a protestar al «Tribunal Supremo». Una forma evidente de reconocimiento a una instancia de echura y funciones tiránicas cohonestadas.

Muy extraño que a los tupamaros les den el mismo tratamiento o parecido al de Acción Democrática, Primero Justicia o Copei. Las «elecciones» fraudulentas deslucen también por lo poco coloridas y lo poco emocionantes que se vislumbran, chatas, así, de lejitos, con estupor inmenso. Con resultados cantados. Nada semejante a la emoción de justamente las parlamentarias pasadas. Aquellas donde el país les manifestó el repudio, el soberano asco, que ha crecido en las mismas dimensiones recientes de sus maltratos a los derechos humanos y políticos de los venezolanos. Esos a los que debe apuntar firme cualquier cambio como los que se avecinan raudos, no sé si tan veloces como los necesitamos.


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