“A la hora del atraco y la pasión, cuando el infierno acecha en la escalera. Cuando pierde los nervios la razón y cruza el perseguido la frontera. A la hora de abrazar, a la hora de matar”. (Joaquín Sabina).

Maldita madrugada. No sé si será el calor agobiante de la noche madrileña, en este infernal verano de 2022 que no quiere morir, o quiere morir matando, o el enjambre de pensamientos que pueblan mi cabeza, casi ninguno bueno, pero el insomnio se ha adueñado de mí. Es verdad que, algunas noches, puedo vencerlo, gracias a la plomiza adicción al Orfidal, pero esa no es la cuestión. Se trataría de dormir sin ayuda química. Todo ser humano, aunque haya cometido los delitos más atroces, debería tener un momento de desconexión diario, algo que te permita apagar tus sentidos para poder descansar, aunque solo sea para poder afrontar el infierno que muchas veces se desata nada más abrir los ojos. Si existe un Dios, es sin duda un esquizoide, que no permite a los suyos ni un momento de descanso. Lo mínimo a lo que un hombre, una mujer, tienen derecho es a una desconexión diaria, siquiera para el olvido, momentáneo, pero olvido. Empiezo a no creer en un Padre, un Dios, que no nos permite eso.

“A la hora en que se afeita el violador, y duerme el centinela en la garita. Y sueña con la gloria el mal actor y deshoja el deseo su margarita. A la hora de apostar, a la hora de rezar. Cuando vuelan los pájaros de la ansiedad”. (Joaquín Sabina).

Esta terrible hora bruja, en la que se desatan las bajas pasiones, vencidos los principios y los miedos por los vapores del alcohol, por la certeza del fracaso y la oscura realidad del olvido, de la indiferencia. Esta hora en la que, sin embargo, todo parece posible, gracias a la ausencia de luz que anula las sombras que nos ciegan por el día, que nos dicen que no, que desvelan el fracaso. No hay una noche que no resucite el ansia, que no reavive el deseo, que no oculte la imposibilidad de recuperar lo perdido. La oscuridad enciende nuestros anhelos, ocultando los caminos del fracaso y dando luz a otros caminos, falsas visiones, espejismos de una posibilidad que el día, sin duda, nos hará descartar.

“ Cuando el olvido tarda en acudir, cuando diseña el preso el plan de huida. Y el usurero esconde su botín. Y cuenta las pastillas el suicida. A la hora del desamor. A la hora del sudor”.(Joaquín Sabina).

Es entonces, en la oscuridad, en la relatividad del ser, cuando nos damos cuenta de que cada uno es su mundo, de que lo que nos afecta o nos deja de afectar es externo, cuando podemos pensar que nuestra fortaleza está en nuestra individualidad. Que si no nos dejamos afectar por los demás, seremos por fin libres, para actuar, para resolver; para poder recuperar el sueño, profundo y lento, que nos abandonó hace tantos años, que está contaminado, que está maldito. Y, por qué no, cuando nos damos cuenta que la solución es tan fácil que se encuentra al otro lado de la ventana, en el cajón de la mesilla, en la suave y fría cuchilla de afeitar, es tan fácil terminar, que ser consciente de ello puede, incluso, reconfortarte y darte fuerzas para seguir, porque sabes que, si un día no puedes más, tienes la llave para la huida definitiva, el ahí os quedáis. Hasta nunca.

“ A la hora del primer despertador, cuando entra al metro el exhibicionista. Y llora el eyaculador precoz, y se masturba la telefonista. A la hora del ardor, a la hora del terror. Cuando cantan los grillos de la depresión”. (Joaquín Sabina).

Tras la noche insufrible, la madrugada inafrontable. En realidad, lo que te ha quitado el sueño. Tener que afrontar un nuevo día, una realidad áspera y amarga que te lacera el ánimo, que te impide poner el pie en el suelo. Que, de algún modo, es la ejecución de la sentencia que anunciaba la noche, el motivo de tu desvelos; saber que habrá un nuevo sol, que te obligará a salir de nuevo al ring, indefenso, sabiendo que la vida te va a ganar a los puntos, hasta el día que te noquee definitivamente. Salir a perder, sin fuerzas para la lucha.

“ Cuando los besos saben a alquitrán, cuando las almohadas son de hielo. Cuando el enfermo aprende a blasfemar. Cuando no salen trenes para el cielo. A la hora de maldecir. A la hora de mentir”. (Joaquín Sabina).

Cuando desde el mismo momento en el que te levantas, no hueles el café recién hecho, no hueles la hierba cortada. No eres capaz de descubrir, al otro lado de los árboles, el bosque de tu alegría. Cuando no eres capaz de discernir que tu posición es de privilegio. Cuando la ausencia de preguntas no te deja hallar respuestas. Cuando ya no eres capaz ni de mentirte a ti mismo. Cuando no te crees, cuando no te quieres. Cuando el tipo del espejo te es ajeno. Cuando todo es mentira.

“Cuando marca sus cartas el tahúr y rompe el músico su partitura. Y vuelve Nosferatu al ataúd, y pasa el camión de la basura. A la hora de crecer. A la hora de perder. Cuando ladran los perros del amanecer”. (Joaquín Sabina).

Cuando no te queda otra que hacerte trampas al solitario para dibujar si acaso una triste sonrisa para volver a afrontar otro día que no quieres afrontar. Asumir lo inasumible. Acostumbrarte a perder, ser un doblado, un obstáculo. Hasta que, el día menos pensado, optes por la solución fácil y rápida, el final de los problemas, el gran off. Pensando que no hiciste nada que no se pueda olvidar.

@elvillano1970

 

 

 

 

 


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