Días antes del referéndum vi, en las redes sociales del gobierno del estado Zulia, el acto en el que el tren ejecutivo de la entidad: gobernador, alcaldes, diputados, concejales, secretarios del gobierno, más rectores de las universidades, etc., hacían un llamado “llenos de fervor patriótico” a votar en el referéndum del domingo 3 de diciembre.

Los discursos henchidos o ¿hinchados? de emoción patriotera de Iraida Villasmil, de la rectora de la Universidad del Zulia y sobre todo del mismo Rosales me hicieron pensar que estábamos en presencia de un grupo de patriotas recientes, recién llegados, pues nunca antes los habíamos visto tan entusiasmados tocando casi redobles de guerra.

Aquello era realmente un espectáculo, a los expositores parecía -en video no se puede apreciar si realmente estaban emocionados- temblarles la voz, mientras iban saltando de fecha en fecha: desde 1777 con la creación de la Capitanía General de Venezuela; luego, dieron un salto al 1823, porque al Zulia no se le ningunea, aquí se selló la independencia de Venezuela con la Batalla del Lago de Maracaibo, decía Rosales y también la rectora de la Universidad del Zulia. Se pasaron de largo varias décadas hasta llegar a 1899 para hablar del funesto Laudo Arbitral de París y aterrizaron, uno a uno, en 1966, para rescatar el Acuerdo de Ginebra y coincidir con el régimen en que había que desconocer a la Corte Internacional de Justicia.

Los invitados aplaudían y sonreían: Néstor Reverol miraba de reojo a Delcy Rodríguez con esa media sonrisa de los que asumen que están sobrados y Delcy Rodríguez aplaudía rabiosamente y, ambos, no tenían por qué no estar satisfechos, pues ninguno de los ponentes de aquel acto mencionó el año 2004, aquel año en el que un exultante Hugo Chávez torció todo lo construido durante la república civil en el caso del diferendo y aconsejado por Fidel Castro cedió ante Guyana y nos trajo a esta situación de hoy, en la que estamos más cerca de perder lo que siempre nos ha pertenecido que a recuperarlo.

He escuchado también (pero por casualidad) a Antonio Ecarri, que me ha sorprendido por la virulencia de sus declaraciones, llamando casi a la guerra contra los guyaneses (casi igualando al ministro Padrino López). A él también, al igual que los zulianos, se le olvidó mencionar que los guyaneses han actuado delincuencialmente porque Chávez, quien era amigo de aquellos que robaban por necesidad, les dio permiso a los guyaneses para que robaran lo que es nuestro.

No he escuchado a Capriles, ni a Ramos Allup ni a otros opositores que se embarcaron en apoyo a un referéndum innecesario que perjudica más que beneficia al país. No sé sus razones, pero no deben estar lejos de lo dicho por todos los demás: el deber de la patria y de los patriotas en defender este pedazo de tierra, como se lo escuché a Vladimir Villegas.

El caso es que a pesar del nacionalismo exacerbado de la campaña realizada y de los cánticos patrióticos, la gente no se conectó con el mensaje. ¿Es, acaso, la gente indiferente e insensible a que recuperemos lo que históricamente y legítimamente ha sido y es nuestro? No. Es solo que la gente está llena de angustias, de precariedades e inseguridades económicas, sociales y hasta simbólicas.

Ahora, el referéndum se ha realizado y Amoroso, como todo fascista, que lo es, sin saberlo (o lo sabe) adelantó una mentira (“han votado 10 millones, victoria histórica”) que va a repetirse mil veces (victoria histérica) hasta que el poder que organiza el orden la haga pasar por verdad. Solo que esta vez, me atrevo a señalar, la gente, el ciudadano o el pueblo, como le gusta decir al régimen, supo leer correctamente la naturaleza y el objetivo del referéndum y prefirió hacer silencio, quedarse en sus casas y empezar a apostar por otras maneras de hacer las cosas y por otro liderazgo que pueda traducir de manera adecuada dónde está el origen de su sufrimiento.

Y ha descubierto que es cierto, que hay muchas verdades, solo que esta vez la verdad que ha logrado imponerse es la soledad del régimen.


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