Difícil escribir en estos tiempos sobre asuntos que no estén relacionados de alguna manera con la pandemia del coronavirus, la mayoría de ellos afectados de manera negativa como serían la industria,  finanzas,  servicios, empleo, sistemas de salud y hasta la psique de familias e individuos por el confinamiento y la incertidumbre del fin de este “cisne negro” en el presente siglo. Sin embargo, también se comenta de quienes se están aprovechando de este fenómeno en algunos casos para aumentar sus fortunas o realizar sus proyectos políticos nacionales o internacionales. Me referiré a este último aspecto.

Hay analistas políticos que están coincidiendo en que China puede salir fortalecida de esta crisis a pesar de las acusaciones acerca de su responsabilidad en la gestación y propagación del covid-19. Su actuación en la escena internacional pareciera corroborarlo, pues lejos de asumir una posición defensiva busca consolidar sus proyectos hegemónicos como el expansionismo territorial y consolidar sus áreas de influencia. La anexión de Hong Kong a su sistema político-jurídico y cada vez mayor agresividad en relación con Taiwán desdicen en mucho de aquellas repetidas negaciones de su pretendida expansión. Si a esto le agregamos las ventajas que toma del unilateralismo de Donald Trump ejerciendo de manera cada vez más decidida el Soft Power no solo en América Latina y África, sino también de manera abierta en el sistema de Naciones Unidas, especialmente en la Organización Mundial de la Salud, a través de una cuantiosa donación por un período de dos años, observamos que existen temores fundamentados en que va a ser la protagonista de una nueva “guerra fría” con Estados Unidos.

Putin, por su parte, debió aplazar la votación de las reformas que le llevarían a su sueño de emular a Pedro el Grande, lo cual no significa que lo haya abandonado toda vez que la represión en aumento que ha ejercido en estos tiempos de pandemia refuerza su talante autoritario y, por otra parte, la reconfiguración de sus relaciones con China con una “hermandad conveniente” pareciera estar diseñada para su política exterior respecto a Ucrania y frente a Estados Unidos.

En Europa cuatro casos son motivo de preocupación por países que escudándose en el combate al coronavirus han impuesto políticas totalitarias como Hungría, seguida muy de cerca en sus pasos por Polonia. El régimen de Erdogan, ya de por sí autoritario en Turquia, ha acentuado la represión hacia quienes se expresan a través de las redes sociales y de otra manera, en España, el detentor de la franquicia del socialismo del siglo XXI, Pablo Iglesias, intenta tomar mayor control político y eludir la justicia en medio de serias acusaciones por corrupción y con el telón de fondo de la controversia política sobre las medidas de confinamiento y el manejo de la pandemia.

Ahora, en relación con este tema, ¿qué está pasando en nuestro continente? Pareciera que a excepción de Venezuela y El Salvador los actores no estatales, los “progres” y antisistema son los que han tomado la delantera para sacar ventajas de los daños por el coronavirus. Llámese Grupo de Puebla, Antifa, Frente Sandinista o chavistas, aliados o no, han sido participes, según reseña la prensa, de los terribles actos vandálicos ocurridos en varias ciudades de Estados Unidos en repudio al asesinato de George Floyd. A pesar de ser justificable el derecho a la protesta, los actos de violencia y la penetración de grupos con fines distintos nos trae a la mente sucesos recientes en Colombia, Ecuador y especialmente en Chile, donde se identificó un mismo patrón de comportamiento y la presencia de grupos incitadores ligados a gobiernos como el de Cuba y Venezuela. Los hechos que aún no han concluido al momento de este escrito pudieran comprometer seriamente la reelección de Donald Trump y darle el poder a la cuasi izquierda representada por el candidato demócrata. Por lo pronto, ya existen arrestos e investigaciones en curso sobre la vinculación de estos grupos y su financiamiento externo.

En América Latina existe actualmente la amenaza latente de acciones desestabilizadoras planeadas por los “progres” y afines justificadas en el “mal manejo de la pandemia” o en la ejecución de las medidas de confinamiento. Brasil pudiera ser la víctima potencial más visible seguida por Colombia y es por ello que muchos países deberían o están desde ya preocupados por las consecuencias políticas que pudiesen devenir. Habría que entender que en muchos espacios en el mundo se está comprometiendo la existencia de la democracia, tanto por movimientos de izquierda, totalitarios o extremistas y que es necesario crear un muro de contención porque las actitudes defensivas de los Estados sin coordinación efectiva no ha dado buenos resultados. Bastantes voces se han alzado en el continente advirtiendo de estos peligros y no han encontrado eco suficiente.

El espacio idóneo hasta ahora sigue siendo la Organización de Estados Americanos para tratar aquellos temas que afecten o amenacen a la democracia en el continente. Su actuación en incorporar estos asuntos en su agenda debe ser pronta, toda vez que organismos como el Fondo Monetario Mundial, el Banco Mundial y la Comisión Económica para América Latina pronostican graves problemas económicos y por ende sociales en un escenario pospandemia, caldo de cultivo ideal para los desestabilizadores y su afán de poder. El tiempo conspira en favor de los enemigos de la democracia.

Vinieron los sarracenos y nos cayeron a palos. Dios ayuda a los malos cuando son malos cuando son más que los buenos. Del Mio Cid

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