Los visibles resortes de la maquinaria del totalitarismo no han variado mucho en más de una centuria y nada lo ha hecho su carácter deliberadamente manifiesto. La deformación del lenguaje, la exacerbación de resentimientos, la siembra de odio y desconfianza, la perversión de la justicia y de las instituciones del Estado, y la persecución, la tortura y el asesinato a la luz del día siguen siendo hoy, como en los albores del comunismo soviético o del nazismo, algunos de los medios preferidos para engañar, ofuscar, dividir, excluir, amedrentar, paralizar y desesperanzar allí donde las ambiciones de pocos, sus operadores, apuntan al secuestro y sujeción de las mayorías. Son esos los rasgos que siempre se ha esforzado por dejar a la vista aquella bestia devoradora de leviatanes, indistintamente del camuflaje elegido para cautivar a incautos aunque no tan bienintencionados sectores, ora de «izquierda», ora de «derecha», pero sobre sus ocultos mecanismos de presión y manipulación es más lo que se puede especular que afirmar.

No obstante ello, muy lejos están de ser descabelladas las suposiciones a las que conduce el sentido común respecto a los resortes que en sus sombras sostienen la sentina para malhechores de todas las especies, y también para tontos útiles, a la que no le cabe el nombre de «política», por cuanto abundan los testimonios y las pruebas que han develado prácticas que parecen constituir varios de los denominadores comunes en la historia tras la historia de los regímenes totalitarios, incluyendo el envilecimiento, el tráfico de conciencias y el chantaje, y quizá entre tales factores se han contado esos porqués acerca de la «imposibilidad» del cambio que tantas sociedades sojuzgadas no pudieron o no pueden todavía hallar, aun cuando a menudo se han distinguido sus contornos en jactanciosas penumbras hacia las que solo no dirigen su mirada los apologistas de la idea de la «decencia» como cualidad inherente a los opresores y a todos sus «adversarios»; una idea que tiempo ha que habría puesto en entredicho tesis como la de la existencia de «alacranes» y fauna afín de ser cierta. ¿Y no han sido acaso profusas, verbigracia, las evidencias periodísticas e historiográficas de la proliferación y medra de estos en distintos lugares y épocas?

Sea lo que fuere, de las suposiciones en cuestión, la del chantaje es la más inquietante, ya que en una sociedad global pletórica de prejuicios, que empujan a muchos a armarios, áticos y sótanos de toda índole, tal práctica reduciría cada vez más el margen para una auténtica política, libre de presiones y, por consiguiente, propicia para la efectiva implementación de estrategias emancipadoras en contextos de opresión. De ahí que jamás hayan sido inoportunas e irrelevantes las exhortaciones —como las que yo mismo he hecho en este medio y otras tribunas— a participar en el juego político, dentro de estos, con las propias virtudes, imperfecciones, orientaciones, preferencias, creencias, circunstancias e historia a la vista de todos, y en especial con lo que no les gusta a las ignaras y odiadoras «masas» —que no mayorías, insisto— en un destacado primer plano, aunque tales exhortaciones, me temo, seguirán cayendo en saco roto por mucho tiempo y tanto los «perfectos» odiadores como los no menos numerosos oteadores del «bien», esclavos unos y otros, continuarán confiándoles su destino y el de sus hijos a tartufos, guiñapos y marionetas.

Pero lo más trágico, sin embargo, es que la otra cara de esa moneda corriente es incluso peor, porque la caprichosa selección de cada tartufo, de cada guiñapo y de cada marioneta ha implicado con frecuencia, sobre todo en esta era de colisiones entre una mal entendida e inconveniente «corrección» y una «contracorrección» más nociva aún, el descarte de algún imperfecto ciudadano probo y preparado para liderar luchas por la libertad en tiempos de esclavitud y trabajos para el desarrollo en tiempos de libertad por esos mismos prejuicios. Y los más perspicaces, a estas alturas de un siglo XXI que no es lo que se creyó que sería en aquellas postrimerías ricas en extraordinarios futuribles del XX, no deberían autoengañarse en lo relativo a las reales posibilidades de su aceptación a corto o medio plazo en una realidad que tampoco es como se podría creer en las longuísimas horas de inmersión en una «digitalidad» compartida con más ficciones que universos humanos.

Al escribir y reflexionar acerca de esto último recordé, valga la «digresión», una publicación difundida con entusiasmo en Facebook por una «ilustrada» mujer negra que ha visto los rostros del racismo y del machismo, y conoce sus falaces recursos, cuyo contenido, acompañado de la garra de un lobo envuelta en una bandera arcoíris, «conminaba» a todas las personas no heterosexuales, desde el supuesto respeto, a no «meterse» con los niños; el más engañoso y tóxico de los clichés usados ex profeso para mantener encendida la hoguera de la homofobia y formas de prejuicio y odio semejantes, y una clara reminiscencia de las piezas de propaganda goebbeliana utilizadas para alimentar la idea de la supuesta propensión de los judíos, entre muchas otras cosas, a la pederastia y al estupro, y de otras similares empleadas en diversas sociedades como parte del otrora arsenal justificativo de la segregación racial.

En tiranizadas sociedades en las que ideas perversas y sin fundamento como esa siguen siendo todavía pilares de mil prejuicios en el imaginario colectivo, ¿pueden la probidad y las mejores competencias reunidas en personas que son blancos de estos predominar sobre la falsedad, la deshonestidad, la avaricia, la mezquindad, la pusilanimidad, la cortedad y la poca preparación de otras que únicamente benefician a sus opresores?

Es hacia todo lo que subyace tras esta cuestión que deberían dirigirse los esfuerzos de análisis y de búsqueda de estrategias para la generación de los cambios que, al sí permitirlo, impulsen los que en ellas se requieren para la conquista de la libertad y el difícil tránsito por el camino del desarrollo; no diluirlos en discusiones estériles en torno a seudonegociaciones y «elecciones» que solo llevarán a las siguientes que, a su vez, conducirán a otras y otras más dentro de una interminable senda de engaños.

@MiguelCardozoM


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