El principio de la relatividad de la verdad se advierte con facilidad en la relación entre don Quijote y Sancho, pues cada cual ve la realidad según su manera de entender el mundo. En el capítulo 25 (primera parte) el Caballero de la Triste Figura le dice a su escudero: “Eso que a ti te parece bacía de barbero, me parece a mí yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa”. Este es para Américo Castro el pasaje más significativo de toda la obra de Cervantes, porque plantea el tema de la relatividad de los juicios de valor en la interpretación de los hechos.

La lectura del documento de la Conferencia Episcopal Venezolana debe hacerse bajo el manto de la señalada reflexión cervantina y recordar el principio de la tolerancia al analizar la opinión de quien piense distinto. En efecto, cada cual ha interpretado este texto desde su propia mirada, al amparo de la confrontación entre los abstencionistas y quienes piden votar, como es sobradamente conocido. El argumento es este: si no piensas como yo, eres un “traidor”, un “colaboracionista” y demás adjetivos calificativos. Dicha situación le saca el cuerpo a la confección de una estrategia unitaria de largo alcance que vaya más allá del acto “electoral” convocado por el madurismo.

A favor de la abstención militan, entre otras razones, las siguientes: (i) las elecciones fueron convocadas por el Consejo Nacional Electoral designado indebidamente por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia; (ii) la inhabilitación de líderes políticos y partidos; (iii) el control de partidos opositores a través de “lideres” escogidos a dedo por el Poder Judicial; (iv) las “elecciones” convocadas carecen de garantías democráticas; (v) las limitaciones a la libertad de expresión; (vi) la represión y la persecución de la disidencia. Todo lo cual lleva a la convicción de que el resultado electoral no está diseñado para respetar la voluntad popular sino para “legitimar” al madurismo.

Quienes están a favor del voto invocan como ejemplo el caso de las elecciones de noviembre de 1952, cuando Jóvito Villalba y Rafael Caldera decidieron enfrentar al dictador en el amañado proceso electoral de ese año. Acción Democrática y el Partido Comunista de Venezuela estaban inhabilitados pero los militantes de AD fueron instruidos por Rómulo Betancourt para sufragar en contra del dictador. Los resultados manipulados por el organismo electoral de la época corroboraron el carácter tiránico del gobierno de Marcos Pérez Jiménez. Asimismo, se sostiene que el voto es el instrumento democrático para realizar los cambios y que los abstencionistas no proponen una estrategia viable para cambiar al régimen. Sin embargo, ahora las cosas son distintas por el afán totalitario de confiscar la política por la vía judicial.

Aquí es necesario recordar lo que acaba de suceder en Bielorrusia. Con presos políticos, limitada la libertad de prensa, represión brutal y control de las instancias electorales, el dictador Alexander Lukashenko “ganó” las “elecciones” con ¡80% de los votos! y con la candidata “derrotada en el exilio”. Las elecciones no fueron convocadas para respetar la voluntad popular, sino para “legitimar” y perpetuar al tirano en el poder. Entonces, no es posible examinar los procesos “electorales” en regímenes como el bielorruso con parámetros democráticos. Aquí las cosas funcionan con unos bríos diferentes.

En este contexto surge el comunicado de la Conferencia Episcopal Venezolana. Hay que recordar el papel de la Iglesia en la defensa de la libertad. Buen ejemplo de ello lo constituye la Pastoral del arzobispo de Caracas Rafael Arias Blanco del día 29 de abril de 1957, con ocasión del 1 de mayo de ese año. Las palabras del arzobispo contribuyeron vigorosamente con los acontecimientos futuros que cristalizaron con los hechos del 23 de enero de 1958. Esto demuestra que la Iglesia Católica ha sabido interpretar los hechos políticos. Por eso, el comunicado de los obispos debe ser objeto de reflexión y no de descalificaciones aguijoneadas por la intolerancia.

El documento de los obispos, luego de señalar que el proceso es ilegítimo, proclama que “la simple abstención no basta”. Esto destaca un punto medular de la acción política opositora: la falta de una visión estratégica que contemple el día después. El cortoplacismo y la división entre los opositores son algunas de las críticas que pueden leerse en el referido documento. La falta de trabajo en equipo es palpable.

Lo narrado nos pone ante una situación que los griegos denominaron dilema porque, cualquiera que sea la decisión que se tome, el desenlace conducirá irremediablemente al mismo resultado: el madurismo saldrá fortalecido porque siempre será el “ganador”. Aquí cabe la pregunta: ¿cómo resolver este dilema?  La respuesta es sencilla: la decisión será más fácil si los líderes de la oposición construyen una estrategia que vaya más allá de las “elecciones” parlamentarias, con la mirada puesta en el porvenir. En este sentido, el Pacto de Puntofijo, cambiando lo cambiable, puede servir de referencia. Este pacto fue calificado por Manuel Caballero como “el documento más importante en la historia de la República de Venezuela después de 1830” (La peste militar, p. 20).

En efecto, para dar estabilidad al proyecto democrático que nació a la caída de Marcos Pérez Jiménez, Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba firmaron el 31 de octubre de 1958, en la quinta Puntofijo, residencia del penúltimo de los nombrados, el acuerdo de gobernabilidad que giró en torno a tres ideas: “a) Defensa de la constitucionalidad conforme al resultado electoral”; “b) Gobierno de Unidad Nacional” y “c) “Programa mínimo común”. Estos tres objetivos se respetaron sin vacilar. De esta manera se logró una alianza que dio soporte a la naciente democracia. El respeto a los resultados electorales fue determinante en el acuerdo celebrado. Los partidos políticos hasta 1958 habían sido perseguidos y acorralados a piedra y lodo por la represión de la dictadura, pero sus líderes adquirieron la madurez necesaria para entender la importancia de la unidad -más allá de las diferencias políticas e ideológicas- en la lucha por la libertad.

El Pacto de Puntofijo evidencia la importancia de los acuerdos y alianzas para lograr con inteligencia los objetivos que imponen las necesidades políticas. La conquista de la libertad es la obra de todos y en ella no hay espacio para exclusiones. Un acuerdo de gran calado es lo que puede permitir la derrota del proyecto autoritario.

Todas estas son reflexiones que surgen como consecuencia del documento de los obispos. Las decisiones que se toman deben hacerse al amparo de un plan estratégico, libre de sectarismos, de improvisaciones y de agendas individuales. Digo todo esto a riesgo de estar equivocado. Como dijo Albert Camus: “Debería existir el partido de los que no están seguros de tener razón. Sería el mío”.


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