Reino Unido se convierte en el primer país europeo en superar las 100.000 muertes por covid-19
Foto AFP

Uno de los efectos del covid-19 es haber traído a la conciencia de una parte de la humanidad antiguos problemas, frecuentemente olvidados por ella. Se trata de dificultades lejanas, mimetizadas o encubiertas por la falacia de haber sido superadas. Países hasta hace poco considerados prósperos y fuertes se resienten hoy de nuevos viejos problemas que ponen en evidencia sus debilidades y muestran realidades hasta ahora solo descritas por los noticieros o los estudios sociológicos.

Inequidad, pobreza, desigualdad, han sido precisamente algunos de los temas tratados en el reciente Foro de Davos. Estos son tópicos inusuales en su agenda tradicional o han sido tratados desde perspectivas diferentes. El tono de los líderes parece haber cambiado de acento. Para ellos y para los observadores de la política mundial se hace cada vez más evidente la desarticulación económica y social que caracteriza nuestro mundo de hoy y que, a raíz de la pandemia, no ha hecho sino acentuarse. «Saldremos de esta pandemia solo con una economía que piense más en la lucha contra las desigualdades», ha declarado el presidente Emmanuel Macron.

Las medidas tomadas para paliar la actual crisis económica mundial han inundado de dinero la economía en proporción mucho mayor que en la crisis financiera de 2008. El resultado para el futuro es, sin duda, un nivel de deuda inquietante, consecuencia que ahora mismo se expresa en una paralización económica que ha redundado en una devastadora pérdida de empleo y una creciente inequidad. Hay que dar la razón a Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI, cuando afirma que la pandemia ha ampliado la brecha entre las naciones ricas y las pobres. Según su información, el año pasado desaparecieron en el mundo al menos 225 millones de puestos de trabajo, cifra cuatro veces mayor que la de la crisis de 2008. Por contraste –según Oxfam, organización sin fines de lucro contra la pobreza–, mientras las 1.000 personas más ricas del mundo recuperaron sus pérdidas en cuestión de meses, para los más pobres el tiempo de recuperación del impacto económico podría tardar más de una década.

La desigualdad que hoy agita el mundo no es solamente la económica. El fenómeno se agrava con múltiples formas de desigualdad: social, política, racial, de género. Tampoco la desigualdad es el fruto de las diferencias de talento, productividad u oportunidades, sino lo es también de la especulación, como la que ahora mismo sacude el mundo bursátil con el enfrentamiento de Main Street contra Wall Street y la posición de muchos inversores minoristas organizados en línea para cambiar los esquemas de un grupo de fondos de cobertura.

Es hora de preguntarse, por ejemplo, por el rol empresarial y el de los líderes de gobierno para hacer frente a una situación mucho más compleja e imprevisible de lo vivido hasta ahora. Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial, propone el concepto de capitalismo de stakeholders (partes interesadas, grupos o públicos de interés) como un enfoque para la formulación de políticas económicas y comerciales que atiendan los intereses de los accionistas y el bienestar de la sociedad. Se trata, nada menos, que de reordenar el juego y de cubrir, superar o aliviar las enormes inequidades que produjo la pandemia, pero que venían creciendo silenciosamente. Darren Walker, presidente de la Fundación Ford, se atreve incluso a afirmar que «si se quiere sostener el capitalismo, debemos poner intencionalmente el clavo en el ataúd de la ortodoxia neoliberal”, la cual, a su juicio, ha abandonado el “andamiaje ideológico” sustituyéndolo por políticas y visiones del mundo que están profundizando la desigualdad.

Habrá mucha presión sobre los líderes occidentales para ocuparse más de las dificultades de su respectivo país o de su región, reduciendo su participación en los problemas internacionales o atendiendo con prioridad solo aquellos que afectan o agravan los propios. El aislamiento en el que vivimos en Venezuela y la atención a nuestra propia dramática circunstancia ha deformado nuestra visión de esos problemas y nos ha llevado a interpretarlos solo en función nuestra.

La realidad es que el mundo occidental, constreñido a la solución de sus propios conflictos, se va a preocupar más por los suyos que por los nuestros. Será nuestra responsabilidad asumirlos y resolverlos.

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