Tragedia en Güiria
Referencia naufragio. Foto: AFP

“Yo, entre tanto, junto al mar,

esperaré tu venida

y en un eterno esperar

se me pasará la vida”.

Andrés Eloy Blanco

 

Es una pena recurrente, sí, dolorosa e incisiva que hinca en lo más íntimo del alma del país venezolano. Pero se sabe que son más de 19 las vidas truncadas de connacionales que huyen buscando lo que aquí no encuentran o la peste gobernante, mejor dicho, les niega con maldad y sin el fantasma ético del arrepentimiento.

Desaparecidos por el tráfico o trata de personas, por bandas delictivas que actúan a sus anchas, al parecer con impunidad garantizada. Venezolanos que echan sus vidas a la suerte del mar más cercano, porque tienen la certeza de que aquí, en su país, no sobrevivirán.

Es el riesgo que supone llegar al puerto más seguro, en este caso la isla de Trinidad y Tobago, cuya crueldad ha quedado de manifiesto al no actuar conforme con los estándares internacionales en materia de protección de los derechos humanos a quienes califican como refugiados. Y en evidencia también la más absoluta insensibilidad y el desprecio del régimen venezolano por estas pobres gentes, seres hambrientos y sedientos, no solo de agua y alimentos, sino también de democracia.

No importa quién haya sido el primero en informar sobre esta tragedia que debe avergonzarnos a todos y dolernos en las fibras más íntimas de nuestra dignidad. No esperemos lo mismo de la peste que se halla aposentada en Miraflores, empeñada en su terco afán de gobernar a troche y moche, ad infinitum y de consuno con sus amigotes capaces de servir la mesa, la mesita y el mesón para celebrar sus malandanzas y triunfos mal habidos.

La tragedia de Güiria nos expone y atañe a todos. Igual la que viven y padecen los que se atreven a salir por trochas o fronteras, caminantes tratando de hacer camino al andar, corriendo el riesgo de ser presas del hampa común y de la administrada que, sin miramiento alguno, los asaltan y los vejan de las formas que no vale la pena describir ahora.

Mientras siga la desgracia mandando, porque aquí no se gobierna, se manda, estos casos seguirán ocurriendo, por desdicha. ¿Cuántos más, cuál destino, cuál es la mafia en la trata de personas y en la comisión de delitos conexos con esta perversión?

Nunca tendré autoridad para reprochar al que se va del país, argumentando la grave e inocultable pesadilla veinteañera que hoy padecemos, así como tampoco al que se queda –pudiendo o no irse– con la convicción de poder hacer algo desde este suelo o desde la distancia que en los más de los casos nos duele tanto.

Se trata de defender el derecho de los que quieren irse, y desde luego –como se ha dicho– de los que deciden quedarse. Porque eso es la libertad, el albedrío, en eso consiste el ejercicio de las libertades públicas, a pesar del desgobierno que se empeña en coartarlo a cada rato, sin miramientos y teniendo en mala hora entre sus garras, todo el andamiaje del poder del Estado.

Pero las víctimas de Güiria o el triste episodio, por así decirlo, reviste otras características y connotaciones. Es un problema dentro de los múltiples que hoy vive el país, resultado de una pésima gestión de un mal gobierno, señalado incluso de ilegítimo. La desgracia de los paisanos orientales, como tantas otras, pugna ante la conciencia humana y la misma debe ser tratada y resuelta en la inmediatez que exige y reclama un mínimo de sentido común y de respeto por la dignidad de las personas.

Estamos mal, pero obligados a estar bien o mejor. Así esta ligera radiografía del país, este triste retrato hablado de lo que somos y que muchos no queremos que sea. Y además nos duela en el alma y la piel.

No solo se naufraga en el mar, sino también a diario en tierra firme. Es la peste que nos ahoga, nos niega la posibilidad de soñar un mejor país, alcanzarlo e instalarnos en él con intenciones y aspiraciones de mejores condiciones de existencia.

Todos estamos ahogándonos, y no en un vaso de agua. El mar es bravío y sereno. Uno viaja por mar, uno espera en el mar y en el mar piensa y olvida, según el amor o la nostalgia… el mar no mata, es su naturaleza, su forma de ser, más son los cantos que los lamentos y las lágrimas que se traga.

Una oración por las víctimas, eso pido. Y el repudio absoluto a gobiernos indolentes, parásitos del erario, despreciables traficantes de las miserias humanas.


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