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En Colombia han llegado al poder los llamados “Nadie”. Como suele ocurrir, con la crisis del paradigma marxista, la izquierda mundial, y la latinoamericana en particular, anda en la búsqueda permanente del sujeto perdido. Sujeto que se interpela como el centro de su narrativa para que “haga” la “revolución”.

Al final de la historia, el sujeto que todas las izquierdas han preconstruido ha terminado por ser el peor tratado por el proceso que esas izquierdas han encabezado. Así ocurrió con los obreros y campesinos rusos, muchos liquidados por Stalin en el proceso de colectivización forzosa de la URSS, que culminó con millones de muertos y exiliados en Siberia y en Kazajistán o en el Holodomor, que terminó con 7 millones de ucranianos muertos por el hambre.

Ocurrió igual con los campesinos chinos que fueron las víctimas de la Revolución Cultural de Mao “cuyo objetivo declarado era limpiar a la sociedad de las influencias capitalistas y el pensamiento burgués. Y eso se tradujo en purgas políticas, exilio, ejecuciones y trabajo forzado para millones de personas, que fueron enviadas a granjas especiales para su ‘reeducación”. Por supuesto, ocurrió lo mismo con el abominable Pol Pot, ejecutor del genocidio camboyano.

Y no podemos olvidarnos de lo sufrido por los guajiros cubanos de los Castro y de los pobres de Chávez, etc. cuyo fracaso (de ambos regímenes) se mide por el número de migrantes que han salido huyendo del país que los vio nacer.

Así que en Colombia el pretendido sujeto del cambio revolucionario ha sido designado con el nombre de “Los nadie”, es decir, han llegado al poder “los ninguna persona” según la definición de “Nadie” de la RAE.

Con tal nombre, Francia Márquez, la vicepresidente electa colombiana en la fórmula de Petro, alude a los sectores vulnerables de la sociedad colombiana que ella dice representar: los pobres, los indigentes, los menesterosos, los negros, los marginados, los rechazados, los invisibles, los ignorados, los miserables, los hambrientos y famélicos, los débiles y debilitados, los necesitados.

Así comenzó el chavismo en Venezuela, interpelando al “pueblo” como sujeto de su proceso y construyendo un modelo en el cual entre ese sujeto “pueblo” y el líder Chávez no había absolutamente nada, ningún otro tipo de mediación, al ser sustituido el ciudadano por el pueblo, devino un resultado terrible: el culto enfermizo al líder, la dramatización de la política, la construcción de una religión civil que pretendió, con Chávez en vida, convertirse en doctrina dogmática y que con Maduro solo ha conservado el apelativo cada vez más gaseoso de “Bolivariana” y, por supuesto, un aspecto en donde, realmente, el chavismo ha sido exitoso: la formación de un nuevo sector económicamente dominante, su propia nomenclatura, que por su relación bastarda con el aparato de Estado se hizo millonaria.

Ahora, volviendo a Colombia, ¿terminará el proceso colombiano que se inaugura el 8 de agosto en lo que resultó el chavismo en Venezuela? Todo es posible, la izquierda que acompaña a Petro tiene en común con la venezolana el rasgo subrayado en un viejo artículo de Fernando Mires: su carácter asiático, es decir, el carácter no occidental de su proyecto.

Ello se puede constatar en la relación de toda la izquierda latinoamericana, por ejemplo, con China, Irán, Corea del Norte, en la toma de partido a favor de Rusia en la invasión de ese país a Ucrania. Igualmente, ese carácter no occidental se puede constatar en la llamada “izquierda democrática”, por ejemplo, Boric en Chile, Alberto Fernández en Argentina, Lula Da Silva en Brasil, etc.

Aparte de esa anomalía ideológica, está presente algo que es propio de la cultura latinoamericana de izquierda como es pensar que la historia comienza con ellos en el poder, así por ejemplo, Petro ha dicho que ellos en el poder construirán el capitalismo en Colombia, aduciendo que habían llegado a un país cuyo sistema económico era el feudalismo.

Le escuché y pensé que se había tomado unos tragos antes de subir a la tarima o se le atravesaron, en su cabeza, las viejas lecturas de los viejos textos del marxismo vulgar, que señalaban que la evolución de las sociedades se daba por etapas preestablecidas,

Afortunadamente no lo ha vuelto a repetir, pero estoy seguro de que los discursos venideros estarán llenos de exageraciones de este tipo, porque los procesos latinoamericanos discursivamente son hiperbólicos.

La expresión de Francia Márquez (“Los Nadie hemos llegado al poder”) también, es uno de los rasgos más distintivos de la izquierda latinoamericana, esto es, la obsesiva manía de colocarle nombres grandilocuentes a todos los procesos que logra protagonizar y de endosarle características singulares y constitutivas, de tal manera que cualquier evento por ellos dirigidos se asumen como “grandes hitos históricos”, “parte aguas”, “momento constitutivo”, etc.

Así que Petro ha ganado y, acto seguido, su triunfo es calificado no solo de hecho histórico, sin duda, importante (el primer presidente de izquierda en Colombia, la ruptura del férreo dominio de la oligarquía colombiana, etc.), sino que es, dicen todos los opinadores autorizados o simplemente seguidores incondicionales del nuevo presidente electo, el gran hecho histórico colombiano después de Boyacá.

 


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