Supongamos: en el hipotético caso de que al régimen del presidente Andrés Manuel López Obrador se le ocurriera “homenajear” a todos y cada uno de los seres humanos que han muerto por sus acciones y omisiones en estos poco más de mil días de administración, el gobierno de la llamada “cuarta transformación” tendría que colocar más de 825.000 ofrendas este Día de los Muertos; esto sin contar las más de 34.000 personas desaparecidas en este período.

Se trata de fallecimientos que pudieron evitarse, de pérdidas humanas que no sólo quedan en la estadística, sino en la memoria de cientos de miles de familias que en estos cuatro años tuvieron que enfrentar un luto inesperado como consecuencia de la indolencia, la displicencia o la ineficiencia de las autoridades federales que, por más que madruguen, no han tenido la valentía ni la determinación para enfrentar a un crimen organizado que hace de las masacres nuestro pan de cada día, para prevenir los 11 feminicidios diarios, para otorgar tratamientos a miles de niños con cáncer o para atender a los enfermos por covid, y así le podría seguir.

Y mientras en su casa, usted prepara flores de cempasúchil, calaveritas de azúcar, panes de muerto y la bebida “espirituosa” predilecta de quien se le adelantó en el camino para colocarlos sobre papel picado en una mesita improvisada de la sala o comedor, aquí van algunos datos:

En estos primeros 46 meses del gobierno actual suman más de 130.000 homicidios, 650.000 personas perdieron la vida como resultado de las malas decisiones adoptadas por las autoridades sanitarias federales para atender la pandemia por el covid, 11 .000 mujeres han muerto como consecuencia de la creciente violencia de género y más de 3.500 niños y niñas perdieron la batalla contra el cáncer al no recibir oportunamente los tratamientos que les habrían podido salvar la vida.

Hablamos de 825.000 vidas, sí, 825.000 seres humanos que hoy deberían seguir entre nosotros, con sus familias, persiguiendo sus sueños. Pero no. Para el gobierno son sólo números, pero en el seno familiar son tragedias de las que nunca habrán de reponerse.

Aun así, con una vulgaridad que ronda en el descaro, cada mañana, tarde y noche, la 4T intenta ocultar la verdad que está a la vista de todos al pretender maquillar las cifras que confirman lo que es evidente: este gobierno es el más violento, el más letal, en la historia moderna de México. Son los muertos de su República.

Dimensionando la gravedad de lo que les hablo, pongamos en perspectiva que en México hay nueve veces más muertos que en el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania. Es decir que la paz en México es más letal que la guerra en la Europa oriental.

Pero desde el púlpito mañanero nos quieren hacer creer otra cosa: que todo es culpa de las administraciones anteriores, que si los neoliberales, que si los conservadores, que si a “chuchita la bolsearon”. Además de las pérdidas humanas, lo más lamentable de todo es que el discurso polarizador que se lanza cada mañana desde Palacio Nacional forma parte de una propaganda política perfectamente diseñada que ha logrado su propósito: los mexicanos estamos por perder la capacidad de asombro mientras la cifra de muertes se incrementa día con día.

El discurso contrasta con la realidad

Mientras la secretaria de SeguridadRosa Icela Rodríguez, afirma cada mes que la tasa de homicidios va en declive, lo cierto es que la 4T ya acumula más muertos en cuatro años que los que Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón (principal adversario del huésped de Palacio) tuvieron en un sexenio completo.

Mientras Gatell afirma que durante la pandemia se registraron 135.000 defunciones en México, autoridades de la OMS lo desmienten al revelar que se trata de más de 650.000 fallecimientos. Y por eso Javier Coello Trejo está buscando justicia para los muertos de Gatell y sus familias.

Mientras 11 mujeres son víctimas de feminicidio cada día, la Sedena tacha a los colectivos feministas de ser organizaciones “terroristas” peligrosas, equiparando también a los padres de familia que pugnan por tratamientos para sus hijos enfermos de cáncer con cárteles criminales o Al Qaeda.

Para quienes hoy ostentan el poder político esas vidas no importan

No habrá ofrendas ni homenajes para ellas desde la administración pública federal. Mientras no afecten los pronósticos de una elección, es irrelevante el número de muertos, de personas que mueran en el último tiroteo o las mujeres que son atacadas por sus parejas o los niños y niñas que no reciben sus tratamientos médicos o las familias que, de un día para otro, vieron extinguir la vida de sus padres, madres, hijos o hermanos por la ineptitud con la que se enfrentó la pandemia.

Como todos los días, mientras usted lee este texto, el presidente habrá madrugado para escuchar los reportes sangrientos, resultado de su estrategia de abrazos y no balazos; las corcholatas seguirán haciendo campaña utilizando recursos públicos y los responsables de estas muertes seguirán no sólo ocupando sus cargos, sino gozando de una burda impunidad.

Total, al fin y al cabo, los muertos de la República ya no votan.

 

Artículo publicado en La Silla Rota


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