Foto AFP

A todos los atletas que nos representaron en Japón

Los historiadores cuentan que a finales del siglo XIX, en el año 1896, bajo la inspiración de un evento realizado muchos años antes de Cristo, se llevaron a cabo en Atenas los primeros Juegos Olímpicos de la época moderna, sobre la base de un formato aún visible en nuestros días, pensado por Pierre Freddy, barón de Coubertain, quien lo elaboró como una filosofía de la vida, que exalta y combina, las cualidades del cuerpo, la voluntad y el espíritu, contribuyendo a crear un mundo más pacífico y fraternal. Dentro de este marco se consagró el principio de la igualdad de condiciones, el “fair play”, como fundamento del conjunto de normas que regulaban la actividad deportiva, que debía ser desarrollada por atletas aficionados (“amateur”) y de la que quedaban excluidas las mujeres. Resumió su idea expresando que “… como en la vida, en el deporte lo importante no es el triunfo sino el combate; lo esencial no es haber vencido, sino haber luchado bien”. También fundó el Comité Olímpico Internacional (COI), cuya estructura y fines son pautados por la Carta Olímpica.

Contra viento, marea y coronavirus

Como se sabe, tocaba hacer los Juegos Olímpicos el año pasado. La pandemia se encontraba, entonces, en su primer año y la decisión fue suspenderlos. Sin embargo, oponiéndose a buena parte de la opinión pública mundial, incluyendo a la mayoría de la población nipona, el COI y el propio gobierno del país anfitrión, cambiaron de idea y acordaron realizarlos este año. En función de ello trataron de maquillar la preocupación respecto a las secuelas económicas derivadas de una nueva postergación, justificándose en el objetivo de «inspirar a la humanidad, revisitar el valor del olimpismo y reconectar a todo el mundo…” , comprometiéndose así mismo a tomar todas las medidas necesarias frente a la emergencia sanitaria.

Una muestra más, así pues, de que, mientras el coronavirus hace de las suyas y hasta se da el lujo de mutar y presentarse con distintos disfraces (la versión Delta es la última), los humanos preferimos mirar hacia otro lado, igual que con el cambio climático.

La trampa como presunción

En fin, más de un siglo después de Atenas, el evento aterriza en Tokio, reiterándose como un fenómeno social universal, epicentro de un rentable espectáculo, armado en torno a negocios que van dejando huella por todos lados y dando pie a contradicciones respecto al evangelio que se predica en la ya citada Carta Olímpica. Así, el cuerpo sano es sustituido por el cuerpo rendidor, las naciones reclaman para sí la victoria de sus atletas (véase la relevancia que se le otorgó a la lucha por las medallas de oro entre Estados Unidos y China), el amateurismo desapareció y el dopaje se vuelve una sospecha generalizada.

Aunque con diferencias que dependen de cada disciplina, el dopaje rompe claramente la igualdad en la competencia entre los atletas. El reciente caso de Rusia permite mostrar una buena parte de su complejidad. Dicho país no está oficialmente presente en Japón, aunque algunos atletas participan a título individual amparados por la bandera del Comité Olímpico Ruso. Su equipo nacional fue vetado, dado que, entre 2011 y 2014, se dopó sistemáticamente a centenares de deportistas, sin que, por cierto, los alegatos de Putin hayan conseguido mostrar que su gobierno no tenia la mano metida en el asunto. Desde luego, no es la única nación que lo ha hecho (los casos abundan) y no es para nada raro que algunos países (y atletas a título individual, desde luego) lo estén haciendo.
Para evitar las irregularidades la Asociación Mundial Antidopaje (AMA) ha tomado diversas medidas, pero las mismas parecieran insuficientes, al punto de que las estimaciones asoman que entre 10% y 40% de los atletas de Tokio podrían haber transgredido las normas. Cierto que la organización se encarga del control, pero la mayor parte del trabajo corre a cargo de las autoridades nacionales. Más aún, según leo en un informe, el hecho de que los países y las compañías financien el deporte de alto nivel e igualmente a la propia AMA arroja justificadas dudas sobre los juicios de esta última.

El problema se encuentra muy lejos de haber sido resuelto. No solo por la creciente sofisticación en los tipos de dopaje, sino porque además no hay posiciones tajantes al respecto. En este sentido, en medio de grandes controversias diversos especialistas han desarrollado la idea de un nuevo concepto de fair play que “… tenga como pilar no la pureza del cuerpo, sino la igualdad en las condiciones en que se compite”.

Atletas transgénero

Como ya dije, en el inicio del deporte moderno, las mujeres quedaron por fuera. Sin embargo, la situación ha cambiado al punto de que hoy en día son millones las que participan en todo el mundo y en todas las disciplinas, estimándose que en Tokio su asistencia es semejante a la de los hombres. Si embargo, en lo que respecta a su visibilidad y a su reconocimiento todavía deben enfrentar los restos de cierto machismo que pareciera negarse a morir, esgrimiendo razones cada vez menos razonables.

Pero desde el año 2004 el tema del género ha subido a la palestra de otra forma. Si entrar ni, mucho menos, en la consideración de los varios aspectos que lo arropan, apenas diré que en el escenario deportivo la cuestión se ha complejizado. Aludo en particular a la presencia de atletas transgénero (se apreció en varias decenas su presencia en los actuales juegos) y particularmente los que implican una transformación de hombres a mujeres que intervienen, por tanto, en las competencias femeninas.

Encima de los dilemas éticos, filosóficos, jurídicos, científicos y hasta religiosos que, con respecto a este punto se vienen presentando en diversos países a partir de algunas iniciativas legales, cabe señalar que en lo que concierne al deporte, el tópico remite directamente al “fair play”. En efecto, de acuerdo con lo que se argumenta, las mujeres transexuales poseen una ventaja, distinta según disciplinas, al generar una nueva configuración biológica, más fuerte y vigorosa.

Con respecto a lo anterior, el COI y la AMB se rigen bajo dos normas básicas a fin de establecer el género de un deportista: la identificación sexual -a partir de la manera como se define la propia persona- y el examen de los niveles de testosterona de su organismo, e incluso de la realización de un estudio cromosómico que, de acuerdo con la opinión de algunos investigadores, es más confiable. No obstante las decisiones que se han tomado, la polémica continúa y no se ve un despeje a corto plazo.

¿Se resignifica el deporte?

En lo escrito anteriormente se deja ver el desconcierto, así como las disyuntivas que encaran hoy en día los seres humanos ante una sociedad en la que el marco de lo posible se ha abierto a tal extremo, que la comprensión de las transformaciones que ya están ocurriendo, así como las que se avecinan en lapsos relativamente cortos, evidencian con nitidez que «la ciencia reúne el conocimiento más rápido de lo que la sociedad reúne la sabiduría», según el alerta que dió Isaac Asimov.

No son pocos, entonces, los que proponen la necesidad de redefinir el deporte en virtud de los cambios sociales radicales, en gran medida tejidos desde el desarrollo de tecnologías “disruptivas” (ingeniería genética, robótica, neurociencia, big data, nanotecnologías). Cambios que obviamente impactan, ya lo están haciendo, al deporte, influyendo la definición los criterios de acceso de los atletas que compiten, en el desempeño de los mismos, en las disciplinas que se practican, en los instrumentos y dispositivos que se usan, así como como en el formato que tendrá como espectáculo, insinuado ya a partir de estos Juegos Olímpicos virtuales y de lo que se avizora en las dimensiones que han cobrado los E-sports.

Siguen, pues, varias preguntas abiertas y las posibles respuestas apuntan en direcciones divergentes. La tarea pendiente no es menor. Además de todo lo mencionado habría que mirar al deporte ubicado en lo que, en medio de grandes y serios debates, emerge como la posibilidad de una sociedad trans humana (harina de otro costal que tal vez trate en una próxima oportunidad).

Las medallas como espejismo

Referirse a nuestros deportistas es el epílogo imprescindible de estas líneas referidas a los Juegos Olímpicos de Tokio.

Desde las alturas del oficialismo, se festejaron las medallas obtenidas por el equipo venezolano, al igual que la excelente actuación de otros atletas. Lo conseguido en Japón se presume como un éxito de la política deportiva gubernamental, repitiendo el discurso de “la Generación de Oro”, la «Venezuela Potencia» y otras exageraciones por el estilo, parte integrante de su paquete retórico. Lamentablemente, y según cualquiera pudo haberlo previsto sin ser Pávlov, esas declaraciones fueron respondidas de manera automática por algunos opositores, descalificando e irrespetando a aquellos deportistas que estimaban como simpatizantes del chavismo.

El mero sentido común indica que la crisis que atosiga al país también llega a orillas del deporte. Como muy bien lo diagnosticó recientemente el periodista Jesús Elorza, estamos hablando de una situación marcada por canchas insuficientes y deterioradas, programas operativos sin recursos, violación de la autonomía de las federaciones, suspensión de los juegos deportivos nacionales, déficit de entrenadores, falta de roce internacional, abandono de los Centros de Preparación de Alto Rendimiento, progresiva reducción de los programas de Asistencia Social Integral al Atleta, desatino en la planificación y en la elaboración de programas, todo como parte un cuadro, presente incluso en años en los en que se dispuso de buenos presupuestos.

Es, en suma, la fotografía de un proceso de deterioro que obviamente se ha manifestado en los resultados obtenidos en los campeonatos internacionales y no hablemos de la pregonada masificación de la actividad deportiva, cuyos bajos niveles actuales implican la violación del derecho al deporte de los venezolanos, establecido en la Constitución.

A Japón viajaron 43 atletas (entre ellos, el boxeador Eldric Sella Rodríguez, primer latinoamericano en el equipo de refugiados), en contraste con los 108 atletas que estuvieron en las Olimpiadas de Pekín 2008. Llegaron en virtud de ciertos apoyos provenientes de diversos lados, pero en general cada uno se arregló como pudo. Lo logrado por estos jóvenes no es, por tanto, el resultado de una política gubernamental, sino más bien todo lo contrario. Son las suyas victorias logradas a pulso, con el viento soplándoles en la cara. De allí pues mi admiración y cariño a todos ellos Y de allí, también, mi tristeza al ver que su desempeño es, apenas, la representación engañosa de las circunstancias por donde se desenvuelve el deporte nacional.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!