Los juegos del hambre, primera película de la saga basada en el libro de Suzanne Collins, le generó a la empresa Lionsgate Entertainment en el año 2012 una recaudación de casi 700.000.000 de dólares. Todo un éxito reflejado en taquilla, que catapultó a la fama a Jennifer Lawrence, sobre un tema que se ha hecho recurrente en el ámbito cinematográfico del que recordamos en especial el filme Cuando el destino nos alcance, con su Soylent Green, protagonizado por los grandes Charlton Heston y Edward G. Robinson, entre otros. También representó un éxito en taquilla y muy premiada.

Caben ambas referencias por el mismo carácter que tiene nuestra afectada sociedad en un país en el que la distopía es una cruel realidad y la utopía, como un natural ejercicio del pensamiento, es criminalizada, perseguida y encarcelada. También son pertinentes esas referencias cuando tienen como temas centrales a la pobreza extrema y al hambre.

En Venezuela la manipulación de ambas constituyen objetivos fundamentales para la dictadura que las asume como una política de Estado.

Lemas como el de “Con hambre y sin empleo, con Chávez me resteo”,  o aseveraciones como las de Jorge Giordani sobre que “los pobres tendrán que seguir siendo pobres, los necesitamos así” y la de Héctor Rodríguez cuando dijo «no es que vamos a sacar a la gente de la pobreza para llevarla a la clase media, para que después aspiren a ser escuálidos” constituyeron las mejores expresiones del pensamiento y acción de la antihistoria con el llamado socialismo del siglo XXI, que no es otra cosa que una excusa ideológica para enmascarar la real naturaleza delictiva de quienes se han apropiado del país. Les inocularon a buena parte de los venezolanos el populismo tercermundista, conforme al cual solo quienes están en el poder velarían por su sustento, suprimiendo la iniciativa privada y exacerbando el poder estatal, manejando, así, y a su antojo, al hambre y a la pobreza.

Nunca llegaremos a tener con precisión la magnitud del daño que en este aspecto se le ha causado al país, tanto en calidad de vida como en emigración, y al patrimonio nacional. Del entramado mecanismo de abastecimiento, manejado principalmente por militares, en coto otorgado por los favores recibidos y por recibir, aún depende en buena parte la hegemonía del régimen. Puede asegurarse que de momento es uno de los pocos pilares en los que descansa su ya vulnerable estabilidad.

Antecedentes de vieja data dan cuenta del comienzo de este drama nacional. Es largo el rosario de corruptelas que cometidas bajo el amparo castrense han quedado impunes. Desde el Plan Bolívar 2000, creado, entre otras áreas, para disminuir la pobreza y distribuir comida, que devino en uno de los más simbólicos casos de corrupción,  pasando por las turbias negociaciones de los CLAP en México y la carne en Brasil y Argentina, la importación de comida podrida, hasta el más reciente caso que ha escandalizado a Venezuela y al mundo entero, en el que se encuentran comprometidos familiares de la pareja presidencial y sus testaferros liderados por el mafioso Álex Saab, se ha “administrado” a discreción por la dictadura el hambre del pueblo venezolano. Esto explica la negativa del régimen a aceptar y a dejar entrar la ayuda humanitaria internacional. No podían poner en riesgo el control de los necesitados.

Y es en este medular punto en el que radica la mayor similitud de nuestra situación con los filmes mencionados. Tanto en el parecido con la sociedad distópica que describieron sus guiones como con el récord de taquilla. Es interesante el dato de que Los juegos del hambre recaudó aproximadamente 700.000.000 de dólares, casi el mismo monto con el que  —sin el esfuerzo y trabajo que supone el montaje de una obra fílmica— se enriquecieron de manera fraudulenta esos familiares y testaferros.


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