«Maduro puede dormir tranquilo, la campaña en contra de Juan Guaidó y su llamado a marchar este 16 de noviembre es bestial.  No sé tú, pero yo si saldré a la calle. O nos unimos o nos liquidan por separado». Léster Rodríguez.

Por otra parte, enlazándome con el profesor Rodríguez, esta verdad expresada por el ex rector de la Universidad de los Andes es un llamado general, es un grito que debe instruir a aquellos que no tienen la capacidad de medir con exactitud el riesgo que se corre si esa convocatoria de salir a la calle este 16 de noviembre es desoída por los compatriotas que rechazan el régimen de Nicolás Maduro. Otro aspecto: no le falta razón al abogado Moisés Domínguez, hijo, cuando aduce: “No se preocupe profesor Léster por los que están tratando de desmotivar para que no asistamos a la marcha, son los mismos que nunca han salido a la calles a protestar, los mismos que siempre nos quieren dar órdenes desde Twitter”.

Más aún, hay sectores, realmente son minorías, pero echan lavativa, quienes a través de grupos de WhatsApp, grupitos de cuarenta o más personas, muchos de ellos insignes desconocidos, sin ningún peso específico, que creen formar parte importante de la sociedad civil y por consiguiente tienen el derecho de decir cuánto despropósito les pasa por sus descompuestas neuronas chamuscadas prematuramente. Hay muchos jóvenes allí, ignorantes la mayoría, que tan solo colocan un pensamiento de alguien probado en el mundo de las letras o de la política; por esta razón, se consideran con suficientes credenciales para hacer y deshacer a su antojo. Creen estar amparados por una autoridad de sumo peso para echar abajo lo que se mueva a su lado. Están carnetizados por la sociedad civil y como consecuencia de un manto de infalibilidad, aunque se equivoquen con excesiva reincidencia, entienden que lo cuantitativo les da derechos ilimitados sobre lo cualitativo que desechan con un desparpajo temerario. Por lo demás, estos personajes, escudados en el respeto a la libertad de pensamiento y de expresión, consideran que están en el derecho de decir y hacer cuantos disparates se les crucen por sus inconscientes cabezas. Como, por ejemplo, hacerle daño al único líder político que, con sus imperfecciones naturales como todo ser humano, ejecuta y toma decisiones puede incurrir, no es un mofletudo, como las catervas disminuidas, valga el oxímoron, que activan conjuntos de inciviles digitales. A los errores de los partidos políticos pocas líneas les dedico porque bastante han sido vapuleados, y no siempre justos…

Al lado de estas nulidades están los escogidos por el gobierno para conformar la mesa de negociación de la Casa Amarilla. Una suerte de ánimas solas que se postran frente a Nicolás Maduro —para una vez más, son expertos en estas triquiñuelas, darle pie a unas futuras elecciones sin la designación por parte de la Asamblea Nacional de un nuevo CNE como lo establece la ley, sin auditoría del padrón electoral, sin veedores u observadores internacionales— en otras palabras, sin esos requisitos cubrir de un manto de legitimidad a las votaciones que instaure el régimen. La verdadera oposición venezolana que lidera Juan Guaidó y los compatriotas que les acompañan está de acuerdo en ir, en primer lugar, a elecciones presidenciales y cualquiera otra siempre y cuando, insisto, existan garantías para ello. A grandes rasgos, estas duplas, me refiero a los de la Casa Amarilla, son encubridoras del régimen al que más de 90% de los venezolanos combate sin evasivas.

En suma, en estos momentos embarazosos de la democracia, cierro con la doctrina maniquea: los que no estén con Juan Guaidó, están entonces con Nicolás Maduro y su régimen devastador y caótico. No hay matices…

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