Problemas de seguridad e invalidaciones: los riesgos de que las víctimas expongan a Karim Khan sus testimonios antes de un juicio
Miguel Gutiérrez / EFE

Por vez primera en Latinoamérica, donde han ocurrido atrocidades como arroz picado, la Corte Penal Internacional abre una investigación por delitos de lesa humanidad. Otra guinda para el régimen del oprobio en Venezuela.

Comienza así a esclarecerse la situación generalizada con algunos casos, sobre delitos específicos. Algo del dominio público, a pesar de las confusiones que suelen ser habituales para los menos entendidos: que si la carencia de medicamentos, o la falta de un riñón. Todos esos aspectos son importantes, pero no todos serán objeto de investigación. La generalización del ataque -no de otra cosa se trata- contra la población es de tal magnitud que hace volar la imaginación en procura más de venganza que de justicia. Aunque las dos vayan adheridas a la mano, sin disimulo contra criminales.

Comienza la carrera para las determinaciones de hechos ocurridos y de agentes causantes. Así, lo que me interesa destacar hoy, se inicia la lluvia de excusas, de búsquedas enmascaradas de protección y de escurrideras de bultos ante las desgracias perpetradas a otros. Las exculpaciones propias y hasta ajenas, para evitar el señalamiento y el pago de delitos en la cárcel.

Algunos quedan indicados, indiciados, por los dedos acusadores de las barbaridades cometidas, esas que resultan tan inocultables como las manos y cerebros de quienes intervinieron directa o indirectamente en los crímenes. Pero quedan unos que se harán los rezagados. Los «inocentes» por no estar tan directamente marcados. Esos a los que tal vez no alcance, o no tanto, la justicia o la venganza, pero que son tan criminales, o casi, como los verdugos. Me refiero a los cómplices. La fuerza moral en una situación normal obligaría a preguntarse a algunos en este instante acerca de si la vida suya vale la pena seguirla viviendo, ante lo que les espera: la condenación y la prisión vergonzante. Pero el talante de estos es ajeno a escozor alguno. Se consideran más allá de todo. Sabemos que no es ni será así.

Los cómplices de cualquier calaña, inocentes no son. Son propiciadores u ocultadores de delitos. En este caso, de delitos contra la humanidad que están siendo investigados. Muchos tenemos las certezas de su ocurrencia. Otros procurarán hacerse los paisas. Sería justo que no caigan solo los ejecutores, quienes ordenaron de algún modo las realizaciones terroríficas, sino también quienes a sabiendas respaldaron, vieron hacia otro lado cuando se escucharon los gritos o los disparos y después aproximaron una palmada. En algunos eventos será difícil seguramente demostrar, pero los secuaces tienen tan carcomido el espíritu como quienes alzaron la mano o la voz.

Hay accionantes hasta por omisión y unos que se creen inocentes, porque no les salpicó, pero olieron, estuvieron, apoyaron y no evitaron. Los cómplices deberían también tener sus facturas pendientes.Siempre llega la hora. La del cochino. La de su sábado. Apelar a la conciencia de quien carece de ella no parece buena medida. Pero el momento llega, aunque hoy luzcan muchos, demasiados, quienes se sientan protegidos por la impunidad. Me complace saber que la cercanía de la justicia los emplace y los limite. Abomino la crueldad.


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