En principio pensé titular esta nota con la palabra pirómanos en lugar de incendiarios. Sin embargo, la que mejor se ajusta a los hechos ocurridos el viernes pasado que afectaron los galpones del CNE en el sector Mariche de Caracas es incendiarios. Porque a diferencia de pirómanos, esta lleva la intención de provocar incendios con premeditación, con ánimo de lucro o simplemente por hacer daño, y no una tendencia patológica.

Este incendio hizo que saliera de su escondite, como del búnker de Hitler se tratara, con la velocidad del rayo, la funestamente celebérrima Tibisay Lucena. Ella, sin mayores averiguaciones ni previas investigaciones, diagnosticó con la astucia de Sherlock Holmes que el incendio se debió a un acto de sabotaje, sin dejar espacios a la duda.

Cabe entonces hacerse las siguientes preguntas a quemarropa: ¿en manos de quién está a resguardo ese material electoral, los equipos, el parque de máquinas de votación, las maletas en las que se almacenan y trasladan las máquinas, las baterías que sirven de respaldo para fallas eléctricas y los equipos captahuellas? Por supuesto que la seguridad, la responsabilidad, debe estar en manos del propio CNE que preside precisamente la señora Lucena. ¿A quiénes no les conviene y se oponen con terquedad a que haya elecciones en este país porque saben de antemano de que van a ser brutalmente revolcados por las fuerzas democráticas venezolanas? ¿Acaso no ha sido Diosdado Cabello, segundo en orden de mando del régimen, quien repetidamente ha dicho: “en este país no va a haber elecciones, olvídense de eso”?

Esta destrucción de los equipos electorales representa un serio inconveniente para llevar a cabo un proceso electoral manual, a pesar de lo cuestionadas que han sido las fulanas máquinas electrónicas. Sin muchos rodeos, uno de los inconvenientes que se presenta para la oposición es que el manejo del material electoral, el traslado de las actas de votación estaría a cargo del Plan República; es decir, de la Fuerza Armada que sabemos para quién juega, a quién obedece.

En las últimas semanas se han presentado varios hechos que llaman poderosamente la atención, que se pueden concatenar de alguna manera con el incendio de los galpones del CNE; aunque pudieran parecer unas semejanzas retorcidas, llevadas a juro o traídas por los cabellos. Me voy a referir en primer lugar, sin orden de aparición, al lunes 2 de marzo, cuando en horas de la mañana se vieron colgadas de las paredes del Panteón Nacional de Caracas varias pancartas con la figura del ex inspector del Cicpc Óscar Pérez, quien fuera enérgico adversario del régimen. Es de elemental lógica suponer que ese altar de la patria está custodiado por numerosos y destacados miembros de la Fuerza Armada Nacional. ¿Qué pasó allí? ¿Hubo complicidad de la FAN? ¿Se quedaron dormidos? ¿Están en complicidad con los sectores de oposición?

No obstante, a lo que me voy a referir ahora no tiene el objeto percibido como el de un edificio del CNE ni el del Panteón Nacional, pues, aun así, puede sumarse a estos dos sucesos que dejan al desnudo cómo la obediencia del régimen dejó de ser compacta. Por ejemplo, Freddy Bernal expresó tres semanas atrás, en contravía de lo que debe ser la conducta de  un militante disciplinado, que sería un acto suicida enfrentarse a las tropas del Estado norteamericano; mientras que NM, por el contrario, vociferaba por todos los micrófonos que las enfrentaría hasta el último respiro. Semanas después aparecía Bernal, con solemnidad de jefe de Estado, entregándole a Diosdado Cabello la réplica de la espada del Libertador. En esta oportunidad el régimen calló, la oposición no se inmutó…

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