El país está perplejo. Nos hemos enterado de que casi todos pagamos más impuestos que el magnate presidente. Lo hemos sabido por una fuente que merece toda la confianza, cual es The New York Times, cuyos bien fundamentados informes de investigación, basados en las declaraciones de impuestos de Trump, por más de una década, han demostrado que el multimillonario pagó un total de 1.500 dólares (para ser precisos, 750 dólares en 2016 y en 2017). Un hogar de clase media estadounidense promedio (el de enfermeras, maestros, oficiales de policía o trabajadores manuales) tributa no menos de 5.000 dólares al año. Casi 7 veces más.

La revelación viene acompañada de otros datos inquiente: el jefe del Estado debe a prestamistas privados 420 millones de dólares.

¿Cómo puede un multimillonario, que opera en los mercados inmobiliario y de los casinos en grandes hoteles pagar casi cero impuestos durante una década? La tasa impositiva efectiva promedio en tales sectores, entre las empresas generadoras de dinero, ha sido de 22%, para los desarrolladores inmobiliarios; y de 17%, para los hoteles y los juegos, según una investigación de la NYU Stern Business School. Por lo tanto, o Trump está involucrado en una planificación fiscal evasiva y abusiva, ¡contra el país que gobierna!, o sus empresas están perdiendo dinero masivamente… en tiempos de expansión económica, ya que el país está fuera de recesión desde 2009.

Solo dos opciones pueden concluirse, a la luz de las declaraciones de impuestos de Trump, ha violado la ley o es un terrible hombre de negocios. Pero esto no es lo más alarmante. Finalmente, si Trump ha defraudado al Estado o es un empresario lamentable, estas son cuestiones personales. Graves, que claman al cielo, pero individuales. Lo verdaderamente desolador aflora cuando se asume que, como Trump y sus defensores aducen, esa suma de 750 dólares al año de tributación está ajustada a la ley. Si esto es así, estamos ante una aberración, puesto que en ese caso

el sistema está trabajando para beneficiar a los más ricos, a expensas de la clase media y trabajadora, que paga una tasa impositiva efectiva promedio de 19,7%, según una investigación y datos de Americans for Tax Fairness (organización no partidista).

Más allá de la arena de los impuestos y la política tributaria, nadie ha aclarado quiénes son los acreedores privados (no bancarios), de los 420 millones de dólares que adeuda el presidente de Estados Unidos. Un compromiso que, dada la investidura del deudor, es asunto de la ciudadanía en pleno.

Estos dos asuntos deben, sin duda, constar entre las prioridades del debate electoral. Si no bastara la exigencia ética que debe pesar sobre el gobernante, que se destaque, entonces, la coyuntura actual, en la que el déficit fiscal creció, de 2,8% a 4,8% del PIB, durante los últimos tres años, después de que Trump y el Partido Republicano redujeran los impuestos a las corporaciones más grandes y opulentas de Estados Unidos. Y si esto tampoco arrojara una sombra ominosa sobre el presidente candidato a la reelección, que se tome en cuenta el malestar social causado por el hecho de que  la tributación injusta, evaluada en investigaciones del Instituto de Política Económica, es uno de los impulsores de la desigualdad de ingresos en Estados Unidos.

Por donde se le mire, no hay manera de echar un vistazo a las planillas de impuestos de Trump y no sentir que hay algo muy anómalo en el paisaje. Y que si la sociedad le deja pasar esta, se convertirá en cómplice de su propio desmedro. Más que en lo económico, en lo moral.


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