Trofim Lysenko | GETTY IMAGES

El nombramiento por el CNU de las autoridades rectorales de la USB constituye un paso más del régimen en sus propósitos de acabar con la autonomía, la libertad académica, la pluralidad del pensamiento y la democracia, valores que rigen nuestra universidad republicana desde mucho tiempo atrás. Avanza así en un proceso que empezó con la aprobación en 2009 de la Ley Orgánica de Educación, que estableció la participación en condiciones de igualdad de todos los sectores de la comunidad universitaria en la elección de sus autoridades, y que llevó luego a la sentencia del TSJ en 2011, la cual paralizó todas elecciones en nuestros centros de educación superior.

La paradoja de todo esto es que es el propio régimen quien rehúye realizar elecciones en las nuevas condiciones de igualdad que establece la ley, pues sabe que tiene un alto rechazo en todos los sectores de la comunidad universitaria, incluyendo los empleados y obreros, con cuyo apoyo contaba inicialmente para conquistar a los centros del conocimiento.

Como sabe que saldrá derrotado en cualquier elección que se haga en las universidades autónomas del país, el régimen está imponiendo un control de facto sobre ellas, llevando a cabo una intervención progresiva, para lo cual el primer paso ha sido la incorporación de las nóminas de profesores, empleados y obreros al sistema Patria, con sus perversos mecanismos de control político y social y sus exiguas y arbitrarias bonificaciones.

Más recientemente, aprobó la IV Convención Colectiva de Trabajadores, con la venia de un sindicato fantasma e ignorando a los gremios legítimos, violando así todas las leyes laborales del país. En este convenio se fijó un salario pírrico cuyo promedio máximo por sector es de 11 dólares, pero lo más grave es que se impuso abiertamente el adoctrinamiento político e ideológico en el marco del socialismo del siglo XXI, y, por si fuera poco, se proclamó a los miembros de la comunidad universitaria como milicianos y combatientes de la revolución, en perfecta unión cívico-militar.

Esta deriva hacia una academia socialista y revolucionaria nos lleva a recordar la experiencia de la Unión Soviética en la década de los treinta y siguientes, cuando el joven Trofim Lysenko, después de tener un modesto éxito en un experimento agrícola en su Ucrania natal, fue adoptado por Stalin como prototipo del científico revolucionario y popular. El régimen soviético ya atravesaba en ese momento por la más terrible de sus crisis alimentarias, que llevaría a la muerte de millones de personas (el conocido Holodomor, terrible hambruna que tuvo su centro precisamente en Ucrania) como consecuencia de la colectivización forzosa que emprendió, la cual contó con la resistencia de las mayorías de los estratos campesinos.

Y he aquí que la figura de Lysenko, un charlatán que rechazaba el núcleo de las teorías genéticas de Gregorio Mendel y el evolucionismo de Darwin, le vino como anillo al dedo a Stalin, ya que aquel se identificaba con la teoría de los caracteres adquiridos de Lamarck (rechazada por la mayoría de la comunidad científica) que permitía inferir que las sociedades humanas eran moldeables –burlando los dictados de los genes– lo cual favorecía los planes y pretensiones del padrecito. En adelante, durante casi tres décadas, sus teorías fueron adoptadas como línea oficial de la “biología revolucionaria rusa”, y sus numerosos detractores (favorables a Mendel y Darwin) perseguidos, encarcelados y eliminados, entre ellos el famoso genetista Nikolái Vavílov, quien moriría de hambre en 1943 en un campo de concentración.

Pese a que los experimentos de Lysenko terminaban en notorios fracasos, gozaron del intenso apoyo de la publicidad soviética en el período stalinista y aún en época de Jrushchov. Él era presentado como ejemplo del científico descamisado y práctico, que no estaba constreñido a los laboratorios y a la teoría. Fue nombrado presidente de la Academia de Ciencias Agrícolas y recibió todos los reconocimientos y privilegios. Era la encarnación, en fin, de la “ciencia revolucionaria y popular”. Pero, sobre todo, era útil porque sus periódicos “descubrimientos” y aportes eran presentados como verdaderos milagros que revitalizarían al campo soviético y salvarían del hambre al pueblo. Y él siempre estaba presto para esas manipulaciones.

A la postre, en la época de Brezhnev, Lysenko terminaría siendo destituido de sus cargos y despojado de sus privilegios, después de que los científicos soviéticos reaccionaran en su contra y lo acusaran del atraso de la biología y la genética rusas. Cabría agregar, en su descargo, que la ideologización y partidización de la ciencia fue algo extensivo a todas las áreas del conocimiento, como el caso de la cibernética, cuya ojeriza y condena por Stalin ocasionó, en parte, el ostensible retraso de la tecnología y la economía soviética.

La ideologización, politización y partidización de la ciencia y la academia, por tanto, tiene un largo trazado desde el siglo XX, y ha sido un despropósito perseguido por los distintos paraísos socialistas, así como por los regímenes fascistas.  La China de Mao, de hecho, tomó ese camino desde un principio, y podría decirse que llegaron a ser más radicales que los soviéticos, pues con la Revolución Cultural no solo fueron perseguidos y eliminados mies de hombres de la ciencia, la educación y la cultura moderna, sino que también fueron condenados y prohibidos todos los humanistas y creadores del pasado, incluyendo los sabios confucianos y taoístas. Solo con Deng Xiaoping, en los ochenta, se empezaron a realizar en China reformas que abrieron las universidades a todos los campos del conocimiento, a la par que se empezó a enviar a miles de estudiantes a las mejores universidades de Estados Unidos y Europa, con el fin de formarlos en las últimas innovaciones y aprender de la organización y las prácticas de los más avanzados centros de investigación del mundo.

Pero el régimen de Maduro –siguiendo a Chávez– siempre está viendo hacia atrás. Su inspiración y modelo, como en casi todos los terrenos de las políticas públicas, es la Cuba de los Castro, régimen anclado en el pasado, y donde el adoctrinamiento ideológico y político es la norma en todos los niveles de la educación, empezando desde la más tierna infancia con los pioneros (recordemos el mantra: “Pioneros del comunismo: ¡seremos como el Che!”). Es el mismo sistema de propaganda que inventa y vende milagros de la genética y la ciencia, como aquella vaca Ubre Blanca que producía más de 100 litros de leche diaria, aunque la verdad era que la producción nacional de carne y leche estaba por el suelo; o que de un día para otro crea vacunas y remedios milagrosos, que a la postre son un verdadero fraude.

Son asesores cubanos, de hecho, quienes están detrás de casi todas las decisiones importantes en materia de educación universitaria en Venezuela, incluyendo la ley que actualmente se “discute” a espaldas de la opinión pública en la írrita AN oficialista. Todos ellos son, en fin, los tragicómicos hijos tropicales de Lysenko.

@fidelcanelon

 


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