San Carlos, en el estado Cojedes, no es llano propiamente dicho, pero tampoco es montaña, aunque sus colinas, suaves como el viento y el resplandor de los cocuyos en la noche, acaricien los frágiles pies de la cordillera de la Costa. Ni llano ni montaña, San Carlos le acolcha su piedemonte, su fachada meridional. Esas montañas, cubiertas de selva, grandes árboles de enormes hojas, grandes ríos e inmensas piedras semejantes a grandes felinos y temibles culebras, bajan de cerros aún más altos para abrazar las inmensas llanuras que van a dar a los grandes ríos que conforman el eje Orinoco-Apure. Grande todo como el corazón de sus gentes. San Carlos es, casi, un suspiro de montaña con aliento de llano o un rumor de planicies con voz de cimas.

En las montañas que se extienden, al norte de San Carlos, hacia el sur del estado Yaracuy, de donde bajan esos caudalosos ríos que truenan en época de lluvias, desde siglos muchos se conservan pétreos testimonios humanos. Los ornan esbeltos troncos y mil especies de orquídeas. El entorno resguarda sus secretos y riquezas.

De la sierra que une las montañas sancarleñas con las de Nirgua, al otro lado de la frontera estadal, de allá era el matrimonio conformado por José Asunción Véliz y Silveria Manzanero, de cariño Bellita. Allí, en la montaña, tuvieron su hogar. Se trataba de una hermosa casa de paredes de barro con techo de palma y muchos frutales en el patio. Un día, de manera accidental, debido al juego ingenuo de uno de los hijos de la pareja, al lanzar al cielo un tizón encendido, el hogar, la casa «montonera» y su mobiliario íntegro, ardió hasta reducirse a cenizas, quizá como una forma también de renovarlo y enaltecer todo inmortalizándolo en el recuerdo y su constante evocación sanadora.

A los pocos días, acogidos cada uno de los miembros de la familia Véliz Manzanero en la casa de un hombre caritativo llamado Félix Flores, ya octogenario, el padre rehízo la casa. Impresionado por la terrible experiencia, el buen hombre evitó, en adelante, el uso de la palma, curada por el humo, fresco a no poder más y bastión contra la lluvia y las tormentas, pero frágil ante el fuego. Años después la familia entera se trasladó a San Carlos, a una nueva casa que reproducía el afecto y el calor de la primera montonera de la montaña. En la montaña y en la ciudad, la familia rendía homenaje con sus voces a la Cruz donde murió el Salvador del mundo, a su Madre y a todos sus santos.

Los Véliz Manzanero fueron dotados por el Cielo con los trinos de la montaña y la llanura. Son, sin duda, aves sublimes, cantores excelsos, decimistas y rimadores como los de las antiguas tradiciones métricas castellanas. El grupo familiar, conformado por los hermanos José, María, Albina y Modesto Véliz Manzanero, su esposa Carmen Elena Ramos de Véliz y sus hijos Julio César y Yeidy Véliz Ramos con motivo de la celebración del día de la Cruz cantaron y, al hacerlo, oraron en la ladera sur del cerro de San Juan, frente a la histórica y emblemática casa de La Blanquera, muy próxima también a la iglesia de San Juan, el sábado 4 de mayo de 2024.

Esa cruz adornada expresamente para la festividad fue construida, junto a su casa, por la familia Brito y sus descendientes. Precisamente, la señora María Brito hace muchos años inició, en ese sector de la ciudad, la tradición de vestir y ornar la cruz con flores de papel, cuya elaboración encargaba a los niños de la familia bajo su propia supervisión. Legada la fecha, el 3 de mayo, día de la santa Cruz, la señora Brito obsequiaba a los asistentes y cantores bebidas y manjares, elaborados por sus manos. Allí, en los predios de la familia Brito, los hermanos Véliz Manzanero entonaban décimas y canciones a la Santa Cruz:

«Fue Poncio pilatos

quien vendió a Jesús

para crucificarlo

Larailará

en la santa cruz».

Se repetía el coro y las onomatopeyas musicales. Proseguía la narración rimada y cantada:

«si Jesús nació en Jerusalén

y murió en la cruz

y murió en la cruz

para nuestro bien»

Las últimas estrofas son de despedida o cierre. Las hermosas y angelicales voces de los Véliz Manzanero indicaban que era ya hora de

«descansar la voz

que está muy cansada,

que está muy cansada».

Al final, entonaron una salve dedicada a la santísima Virgen, a quien llamaron

«la madre de Dios,

hija de la señora Santa Ana,

la abuela de Dios».

Llama la atención el énfasis en los vínculos familiares, la cercanía y el cariño a los parientes, valor esencial de los grupos familiares sancarleños y venezolanos, en especial en los ámbitos rurales y tradicionales.

Prosigue la alabanza a la

«madre de San Andrés,

madre de San Jacinto»

y al final se anuncia la conclusión:

«aquí termina la salve,

Larailalá

Ay, Santa María bendita,

la madre de nuestro Rey».

El lunes 6 de mayo se repitió el canto devocional en el cerro de Las Tres Cruces y, antes y después, en diversos lugares de San Carlos. Se trata de un hermoso homenaje a la santa Cruz que, como una manera de conservar y rescatar lo perdido o en peligro de perderse, se sigue celebrando durante todo el mes de mayo, el mes de la Virgen, el mes de la Cruz, el mes de las flores y las siembras, la llegada de las lluvias después de la inclemente sequía o «verano». Son hermosas tradiciones, comunes en la Venezuela de antaño, hogaño objeto de revalorización y rescate por parte de tantos cultores y devotos en distintas partes del país, como los Véliz Manzanero y otros artistas populares sancarleños.

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