Los últimos reportes de popularidad y aprobación de López Obrador han generado muchos comentarios, como es lógico a un año de las elecciones presidenciales. Algunos insisten en algo extraño: casi parece que los buenos números del presidente son culpa de la oposición, que no entiende por qué la gente lo aplaude a pesar de tan malos resultados de gobierno. Por mi parte, me resisto a repartir responsabilidades por igual, y mientras no sepa yo qué proponer en contra de la perpetuación transexenal, prefiero suavizar mis críticas a la oposición. Es lo que hay.

No obstante, las encuestas más recientes arrojan datos interesantes que podrían escudriñarse para extraer conclusiones prácticas, al igual que los del estudio de Lexium y GAUSSC en el número de mayo de Nexos. Quisiera detenerme en los números de Reforma, porque encierran una continuidad histórica que no todos poseen. El primer dato es el más importante: la aprobación presidencial se ubica en 60%, más o menos igual que la de Fox en el mismo momento (56%), según el mismo diario (no el mismo encuestador).

Lo interesante reside, sin embargo, en los datos de aprobación –“ha dado resultados”– por rubros de gestión gubernamental. Cualquier cifra inferior a 60% significa que existe un número x de mexicanos que aprueban a AMLO, pero no se encuentran satisfechos con sus logros, resultados o desempeño en dichas categorías.  Por ejemplo, en materia de “combatir el narcotráfico y crimen organizado”, solo 26% lo aprueba. Eso significa que entre sus seguidores, o simpatizantes, o admiradores, hay 34% del 100% (o más de la mitad de 60% convertido en 100) que piensan que no ha dado los resultados que prometió. En mejorar la economía del país, 49% lo ve positivamente, es decir, 11% del 100 de los suyos (no los de oposición) lo ve mal. Incluso en “mejorar el ingreso de las familias”, el ámbito más favorable para López Obrador debido a la pensión para adultos mayores, 55% lo aprueba, pero 5% de sus adeptos lo rechaza. Casi 20% de sus hinchas -1 de cada 5- no consideran que la corrupción en el gobierno federal haya disminuido.

En materia económica, donde muchos analistas se han sorprendido de los buenos datos que revela la encuesta, 40% de la gente siente que la economía del país ha mejorado en los últimos 12 meses -lo cual es en buena medida cierto, a pesar del magro crecimiento y la inflación. Esto significa que 20% de seguidores de López Obrador (sobre cien) piensan que no, o que sigue igual. Lo mismo sucede con la apreciación a propósito de la economía personal.

En otras palabras, en términos de consultores norteamericanos, el apoyo a López Obrador es “soft”, o blando. Mucha gente que lo estima, o le cree, o lo respeta, no se encuentra satisfecha con su gestión de gobierno, rubro por rubro. Esta gente podría votar por la oposición, si el tema en cuestión es decisivo para ellos, y si en esa materia, la oposición puede convencer que lo haría mejor. Esto es distinto a la menor aprobación del desempeño del gobierno que la de AMLO; nos referimos a la evaluación de los partidarios de AMLO sobre la gestión de AMLO rubro por rubro. ¿Hay aquí tela de donde cortar?

El estudio de Nexos nos proporciona un dato adicional. El único terreno en el que Guido Lara y Benjamín Salmón hallaron «softness» en el apoyo a la 4T fue en el aspiracionismo. Los mexicanos son profundamente aspiracionistas (o aspiracionales: prefiero este adjetivo); quieren más zapatos, más educación para sus hijos, un coche más grande, y mejor atención médica. López Obrador exalta la pobreza, la austeridad, la frugalidad; el mexicano, no. Su discurso antiaspiracional choca, según este estudio, con el alma profunda del mexicano.

¿Debe la oposición concentrarse en identificar los frentes blandos de Morena? ¿O debe dar una batalla de “carpet-bombing” generalizado y global contra la 4T en general? No tengo idea, pero confío en que los líderes de los partidos y los activistas de la sociedad civil, así como los académicos e intelectuales afines a la oposición, sí saben que hacer.


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