Estamos en España, desde donde continuamos tratando de contribuir con el propósito de lograr la unidad de la oposición o al menos impedir su autodestrucción, tal como parece ser el pronóstico que hoy se percibe.

No todos los venezolanos son exiliados, pero sí se puede afirmar que todos –o casi todos– son migrantes, algunos con intención de regresar al país y muchos otros que ya han perdido o disminuido ese sueño luego de años de ausencia y de lucha por insertarse , sobrevivir y -si es posible- triunfar en los diferentes países de acogida. Hemos comprobado que entre estos últimos (los que ya no contemplan el regreso) el interés por los asuntos venezolanos ha decrecido sustancialmente, acompañando la percepción de que el interinato tiene sus días contados.

La posibilidad de que Estados Unidos dé un giro a su política de seguir reconociendo a Guaidó -negada siempre pero no descartable- junto con el triste espectáculo que ofrece una oposición cuya identidad y objetivos lucen confusos, más la escasa conexión entre el G4, el resto del estamento político y los millones de venezolanos de a pie, contribuyen a esa desilusión.

Es por ello que algunos grupos que aún mantienen viva la llama de contribuir sin color partidista, sino tan solo con el ánimo de la restitución de la democracia en nuestra patria, estamos haciendo esfuerzos por sumar voluntades y coordinar las acciones que puedan llevar al logro de ese objetivo. No es fácil pero afortunadamente hay compatriotas aún entusiastas, tanto en Estados Unidos como en Europa y en nuestra América, que siguen en busca de esa coordinación sin la cual no será mucha la influencia de varios millones de venezolanos para hacerse sentir.

En Estados Unidos, no habiendo relaciones diplomáticas ni consulares  con Venezuela, se hace imposible registrarse, incorporarse al Registro Electoral ni votar. En otros países, donde sí puede haber consulados que representan al chavismo/madurismo, la composición mayoritaria de la emigración venezolana no sugiere que tengan la información, ni la posibilidad ni el interés de participar.

Piense usted en Lima, Perú, que acaba de convertirse en la primera ciudad del mundo que ya supera la cantidad de 1 millón de venezolanos cuyo perfil socioeconómico no permite suponer que puedan abandonar sus usualmente ultramodestas ocupaciones para ir a hacer  cola ante una oficina consular que además les solicitará -sin que sea requisito de nuestra legislación- prueba de su estatus migratorio legal, lo cual no pareciera ser muy razonable para quienes han caminado por medio continente o quienes han afrontado el horror del cruce del Darién o quienes sobreviven con hambre, humillación e indignidad del lado mexicano de la frontera con Estados Unidos, después del drástico giro de la política migratoria norteamericana resultante de las presiones políticas generadas en las semanas preelectorales que lucían poco favorables para el gobierno del Sr. Biden.

Suena poco consistente que una nación fundada en la inmigración como Estados Unidos vea hoy cuestionada su tradición de acoger generosamente a los que llegan a sus fronteras, tanto más la demanda de fuerza laboral excede ampliamente en número la oferta de trabajadores (hay más de 10 millones de vacantes) y que dirigentes políticos relevantes de origen netamente latino e inmigrante, como el gobernador de Florida (DeSantis) o el senador Cruz de Texas (cubano nacido en Canadá) y otros, se hayan convertido en cancerberos  de las puertas de la inmigración después de que los suyos se sirvieron de ellas.

Cierto es que el debate sobre lo que es la inmigración legal frente a la ilegal, no es estéril y tiene defensores y detractores. Este opinador, en su condición humana de cristiano tiene la natural tendencia a comprender -no necesariamente justificar- a quienes en su desesperación afrontan inenarrables peripecias para llegar a la frontera de cualquier país o específicamente la de Estados Unidos para cruzar el Río Grande o Bravo con riegos para  sus vidas, tal como se ha visto reiteradamente en dramáticas escenas de ahogamientos, etc. Tampoco falta razón a quienes postulan que si ellos tuvieron que pasar por todos los requisitos exigidos no ven con simpatía a quienes no lo hacen. Entre ambas alternativas acogemos la humana sin dejar de reconocer que la legal es formalmente procedente. Lo vemos como si después de haber finalizado nuestros estudios en la Facultad de Derecho hubiésemos promovido el cierre de la misma para evitar que haya más abogados graduados disputando las oportunidades existentes. Es un tema suficientemente espinoso como para despacharlo en una conversación informal de sobremesa.

En todo caso, es necesario tomar nota y criticar que en medio de tan difíciles condiciones nacionales e internacionales los principales actores políticos -que no necesariamente son representación legítima del pueblo- se presenten al mundo dando un espectáculo francamente decepcionante que no invita ni a la solidaridad ni al esfuerzo conjunto. Los tiempos que vienen revelarán cuán grande o pequeño sea el espíritu de los actores. Me temo que no será el mejor.

@apsalgueiro1

 


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