En el año 2000, el político y escritor George Walden publicó su libro, The New Elites: Making a Career in the Masses, en donde hace una brillante descripción del sistema socio-político y económico de Inglaterra, Walden brevemente postula la tesis de que las viejas élites británicas (aristócratas, políticos) estaban en decline, siendo sustituidas por una “nueva élite” (ejecutivos, periodistas, académicos), la diferencia fundamental es que la vieja élite se asumía como tal, la nueva no, por el contraria, se disfraza de “ antiélite”. La nueva sociedad británica, argumenta Walden, no es más democrática que la anterior, según su tesis: “Un pequeño número de los inteligentemente educados y bien conectados gobierna como de costumbre, pero con las ventajas añadidas de disfrazarse y con salarios mucho mejores. El resto de la población -a la que las nuevas élites se refieren como «Inglaterra Central», «el pueblo» o cualquier término que sea políticamente más conveniente- está llamado sólo a dar un vago, y no necesariamente genuino, peso popular a los planes ya preestablecidos”.

Recordé el libro leyendo el artículo “L’élite «de l’anti-élitisme», un paradoxe français de los politólogos franceses William Genieys (Sci-Po) y Mohammad-Saïd Darviche (Universidad de Montpellier), en el que los autores destacan el hecho del resonante triunfo de los candidatos con discurso antielitista en las pasadas elecciones francesas y les critica que el razonamiento de estos asesinos de la «oligarquía» se basa en una “simplificación terrible”: el mito de la existencia de una élite “consciente, coherente y conspiradora”. Esta simplificación del discurso populista encubre para los autores el hecho de que quienes encarnan este discurso son en realidad una nueva élite: “La élite antiélite se caracteriza por su perfil político profesional. Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon son ejemplos emblemáticos de ello, como lo demuestran sus carreras y su liderazgo partidista”.

Los autores concluyen que según los criterios de la sociología de las élites: el origen social, la formación, las hojas de vida, la larga duración de la carrera política, el tipo y acumulación de cargos públicos, muestran sin ninguna sorpresa que no hay ninguna distancia entre ellos (Le Pen y Melenchon) y las élites que ellos critican.

Los autores no lo dicen, pero yo agrego la coincidencia que ambos son de los polos extremos de la política, representando una tendencia antidemocrática (no por algo son admiradores y apoyados por Putin) que trasciende el conflicto izquierda-derecha que encubre entonces un engaño al electorado: son elitistas, que quieren acabar con la democracia representativa y establecer un régimen autoritario bajo el disfraz de un “gobierno del pueblo”.

Este extremo populista-autoritario también está presente en nuestros países representado por el engañoso y peligroso Foro de Sao Paulo-Grupo de Puebla: Lula, Evo, Chávez-Maduro, Ortega, Correa, Cristina, López Obrador, Petro, representan una élite política que engaña al pueblo con un discurso populista para entronarse en el poder, en un régimen autoritario que sólo los beneficia a ellos.

Su antielitismo es una farsa, ellos son una élite que usufructúa del poder para su propio beneficio, ya quisieran el “elitista” Fico tener la mansión y demás propiedades del “proletario” Petro, o Lara la mina de oro de la familia de la “esclavizada” Francia. O ya quisiera cualquier oligarca europeo, norteamericano o ruso tener las fortunas de los herederos de Chávez o Maduro y sus familiares. Qué cosas como en vez de “proletarios del mundo uníos” el marxismo contemporáneo se ha convertido en “populistas autoritarios del mundo engañen”. El próximo domingo el pueblo colombiano no se dejará engañar y Colombia seguirá siendo una democracia liberal excepcional como cuando lo fue en siglo XIX ante los caudillismos, en los setenta frente a las dictaduras militares o ahora en contra del socialismo del siglo XXI.


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