Bueno, pues ya llevo una semana de vacaciones.

Decía Gabriel García Márquez en El coronel no tiene quien le escriba que “hasta Dios se va de vacaciones en agosto“. Puede ser, aunque últimamente creo que Dios está en un ERTE perenne o se jubiló hace tiempo.

Lo cierto es que aquí no cabe ya un alfiler.

Esta sociedad tan bonita que se nos está quedando aspira a vivir de vacaciones más que a ninguna otra cosa. Yo el primero, no me interpreten mal. Lo demuestra el hecho de que, cada año, vengo a la playa con la expectativa de que, en estas cuatro semanas, me toque la lotería y no tenga que volver a Madrid salvo para hacer turismo y visitar a la familia. Hasta ahora no ha ocurrido, pero ocurrirá, y lo contaré en este foro con toda seguridad.

Yo, al menos, compro el décimo, porque los hay que le piden a Dios que les toque sin comprarlo. Eso ya es de matrícula de honor. De cualquier modo, siempre está el pontífice que te dice que si hubieras guardado todo el dinero que, a lo largo de tu vida has gastado en loterías, ahora serías rico. Falso. Para eso tendría que haber guardado lo que me he gastado en cañas. Así si saldría en la lista Forbes, pueden apostar por ello, pero también hubiera sido bastante más infeliz. No quiero decir con esto que el alcohol produzca felicidad, pero ¿y lo bien que la imita? Si José Mota imitase así de bien, otro gallo cantaría.

Hay quien viene de vacaciones con la expectativa de descansar su cuerpo. Yo, sin lugar a dudas, vengo para descansar mi espíritu, labor mucho más ardua, se lo puedo asegurar. En cualquier caso, en los cinco días que llevo en la playa, aún no he cenado en casa, apenas dos días he comido en ella, he jugado al pádel, he ido de concierto, he acudido al supermercado al menos tres veces, he celebrado mi cumpleaños y  todos los días nado con mis hijos hasta la boya, cuya distancia desconozco.

Si a esto le sumamos que mi hijo de catorce años suele llegar a la 1:00 de la mañana, el mediano a las 2:00 y el mayor a hora indefinida, con el consiguiente ruido de puertas, cisterna, nevera que se abre y botella de plástico que suena como las lluvias amazónicas, todo ello en un apartamento de apenas 50 metros, pueden imaginar el nivel de intimidad.

Podrán suponer que si no he incluido mi vida sexual entre las actividades físicas que he enumerado, el motivo queda claro. ¿Quién se concentra en según qué labores cuando tus hijos suben siete veces a lo largo de la tarde a por agua, a por el balón, la raqueta, a cambiarse la camiseta, a cargar el móvil? Imposible de todo punto. Y si alguna vez se intenta es porque alguien, en un momento de absoluta clarividencia, inventó la cadena de la puerta. Si no, ¿cómo evitar el psicólogo, incluso el psiquiatra, en según qué traumáticas circunstancias?

Para rematar el asunto, nosotros vivimos enfrente de un club de pádel. Me gusta el pádel. Es un deporte que permite que cincuentones como yo salgamos a la pista y la abandonemos sin la sensación de haber hecho el más absoluto de los ridículos. Y sin tener que recurrir al desfibrilador.

Como decía, me gusta el pádel, pero es que hay gente que juega al padel hasta la 1:00 de la madrugada y, por el contrario, hay otros a los que les gusta jugar a las 8:00 de la mañana. Eso te deja siete horas de margen para dormir. Horas en las cuales, como ya he comentado, se intercalan las llegadas al hogar de mis hijos queridos.

Eso sin contar algún bacaladero, reguetonero o como coño se llamen que pasa por la calle con la música a tope a las 4:00 de la mañana. Me despertaría igual si fuera escuchando a los Hombres G, pero me jodería menos.

Para que se hagan una idea de lo que pienso del reguetón, no hace mucho mi hijo mayor, en un viaje en el coche familiar, me dijo que me iba a poner una canción a ver qué opinaba de ella, por si me gustaba.  Tengo que decir que mis hijos tienen, por lo general, unos gustos musicales excelentes, a mi modo de ver, producto de que a mí me encanta la música y tuve la suerte de vivir mi juventud en la época más productiva, más creativa y más brillante de la historia reciente en cuanto a música se refiere. La música en general y el pop en particular que se componía a mediados de los ochenta y en los noventa, tanto nacional como extranjera, no tiene parangón en la actualidad.

Pues en este contexto, mi hijo me plantó un reguetón, o género similar. Tengo que decir que, según mi opinión, la letra de la mayoría de estas canciones ya tendría que ser considerada delito. No puedo entender que, en estos tiempos podemitas que sufrimos, el piropo se pueda tipificar como acoso sexual y, sin embargo, un tipo que en una canción dice cosas como que “te voy a coger del pelo y te voy a dar por detrás, bien fuerte”, sea candidato a los Grammy latinos. Si alguien puede explicármelo, le ruego que lo haga. Ahí dejo mi cuenta de Twitter (@julioml1970 ) para tal fin.

Pues una vez escuchada la cancioncita, mi hijo me preguntó qué opinaba. Mi repuesta, sin ambages, fue que yo a ese cantante le colgaría de cualquier farola de las que, en ese momento, alumbraban nuestro camino. Por el cuello, por si había dudas. Si alguien se escandaliza por esta respuesta, que quede claro que, además, yo piropeo si la ocasión lo merece. Por tanto, determinados delitos de doña Irene Montero me los paso por los huevos.

En cualquier caso, mi hijo captó el mensaje.

De cualquier modo, como decía Elbert Hubbard, “el hombre que más necesita vacaciones es aquel que acaba de tenerlas”.

Sean felices, pero con moderación. No se acostumbren.


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