Nayib Bukele va a ser reelegido como presidente de El Salvador el domingo 4 de febrero. Una encuesta aún caliente registra que tiene 70% de la intención de voto. Hay 20% de indecisos. Va a ser un arrase total.

No puede seguir siendo presidente, pero lo será. Esa cosa molesta a la que se le llama Constitución prohíbe la reelección inmediata. Es un saludo a la bandera.

Los intérpretes de la letra constitucional le dieron vuelta al asunto y el joven Nayib -apenas 39 añitos- va con todo para reelegirse. Su mayoría parlamentaria le concedió una licencia para dejar de ejercer el cargo mientras compite por mantenerlo -nunca había ocurrido en la corta vida democrática de El Salvador- pero ni siquiera nombró un interino de la presidencia. Sí una designada que ha sido su operadora financiera, según cuenta esta nota del diario digital El Faro. Se cobra y se da el vuelto, se dice en criollo.

Nayib Bukele parece diferente, pero no lo es. Es pulcro en el vestir y parco de gestos, le encantan las redes sociales, se anima y reanima mientras está en el centro de la polémica. La prensa le es un estorbo, como lo fue para Chávez y lo fue -y  lo será, parece- para Donald Trump. Como lo es para Maduro, que persiste en el plan de acabar con toda disidencia mediática. Pero Bukele, como otros tantos, va a cobrar sus servicios prestados -la guerra sin piedad, exitosa aunque con lesiones a los derechos humanos, contra las maras- haciéndose dueño, él y su grupo familiar,  del pequeño país centroamericano, del tamaño del estado Lara, densamente poblado y muy sufrido durante el siglo XX. Nada es gratis.

A mediados del siglo pasado El Salvador era el tercer productor mundial de café, el de mayor desarrollo capitalista en el área centroamericana y el que más turistas recibía. El país vivía tranquilo a pesar de que veinte años antes el general Maximiliano Hernández Martínez sembró de muerte la nación -entre 7.000 y 30.000 víctimas- para sofocar un levantamiento campesino. Era común, tiempo atrás, hablar de las «14 familias» que poseían la mayoría de las tierras de la nación. Entre los años ochenta y noventa el país vivió una guerra civil, que partió el territorio y dejó más de 70.000 muertes. Luego vino un período bipartidista de derecha e izquierda y después llegó Bukele. Que lo simplificó todo: ahora se habla de la familia Bukele.

El patriarca Bukele, Armando Bukele Kattan, ya fallecido, químico industrial, empresario y fundador de la comunidad musulmana salvadoreña, tuvo diez hijos en cinco uniones. Nayib está rodeado por tres hermanos Bukele Cortez -Karim y los mellizos Yusef Alí e Ibrajim Antonio- que aunque no tienen cargos oficiales, ni se sabe si devengan honorarios por sus servicios, constituyen su círculo íntimo del poder. Un primo preside su partido Nuevas Ideas y otros familiares y amigos de estudios integran el gabinete o están presentes en instituciones estatales.

La elección de este año es cosa resuelta: Nayib Bukele flota en popularidad y seguirá al mando y, además, con 57 de los 60 cargos parlamentarios, según los sondeos. Podrá acometer la reforma constitucional -siempre atractiva, aunque ahora no la necesitó- o decidir la sucesión. Hay para escoger. Empezando por su hermano Karim, señalado como el estratega político.

 


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