La estafa no se limitó a vender pócimas revolucionarias, como ese menjurje del socialismo del siglo XXI. Chávez y su carnal Maduro fueron más allá de esa «feria de latiguillos» que resumían las más contradictorias ideologías habidas y por haber. También pisaron el terreno de la brujería, con todas sus supersticiones. De las andanzas de Chávez con la santería hay evidencias, así como de sus delirios espiritistas que le permitían «empotrar en sus carnes» al mismísimo espíritu de Simón Bolívar. También podía hacer las poses de buen cristiano, cada vez que se desgañitaba a ensalzar las hazañas de Jesucristo. Y de repente Chávez también era vidente, por eso adivinaba el futuro a su manera, pero ¿era prestidigitador?

Maduro era devoto de Sai Baba y siguió al pie de la letra las directrices de su maestro Chávez, sufragando los gastos de los santeros cubanos que servían al anillo más estrecho de la élite revolucionaria.

Esas ataduras a creencias sospechosas de racionalidad traen malas consecuencias. Por eso Chávez, mientras estaba preso en la cárcel de Yare, entretenía a sus compañeros de celda protagonizando sus extravagantes tertulias con el padre de la patria. Según Chávez, «el espíritu de Bolívar descendía y lo poseía». Más recientemente, Maduro nos quería hacer creer que tenía poderes mágicos para «entablar conversaciones con pajaritos». Pero la verdad sea dicha, la historia está llena de cuentos muy curiosos como el del papa Calixto III, que asumió decisiones muy estrafalarias como eso de excomulgar a un cometa. Resulta que al cometa Halley se le antojó pasearse por el espacio justo cuando reinaba el papa Calixto III.

Lo de Chávez y Maduro no fue contra cometas, sino contra prelados de la Iglesia Católica que tuvieron el arrojo de «cantarle sus verdades». Por eso los maltrató con sus peroratas escatológicas. Así fueron los casos de los cardenales criollos de mandatos recientes. Ni el cardenal Castillo Lara ni el arzobispo de Caracas, Ignacio Velasco, se libraron de sus insultos. Casi que los manda a quemar como hicieron una vez en Sevilla, el 13 de abril de 1660, cuando carbonizaron a 60 judíos presentes o representados en estatuas. Se lee en la historia que si se tachaba de rebelde al procesado, podía terminar en una hoguera; pero si no lo apresaban, entonces le echaban candela a una estatua que hiciera las veces del insubordinado.

En Venezuela las imágenes de nuestros santos y vírgenes «han recibido lo suyo» de parte de hordas enardecidas que no tienen miramientos a la hora de asaltar nuestros templos religiosos. Esta es parte de la crisis afectiva que padecemos, tan grave como la alimentaria o la moral. Todo eso debe ser restaurado. Seguro que lo lograremos y muy pronto.


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