A mis amigos, la Dra. Nella Bozzi

y su esposo Kent Nakada,

quienes se están recuperando

del coronavirus.

 

Lo que está pasando es serio. Es algo horrible que nos agarró de sorpresa y ante lo cual aún no hemos podido reaccionar. Es algo antihumano que azota a la humanidad.

El año pasado, este horror pasó de ser una enfermedad rarísima, por allá, lejos, en China, para convertirse en una asesina que a diario llama a la puerta de nuestra casa. A todos nos está tocando de cerca. Nadie está a salvo. Tenemos amigos o familiares cercanos quienes han tenido o tienen tan terrible enfermedad, lamentablemente también hay gente muy querida que ha fallecido.

Literalmente, y ya es un lugar común decirlo, el mundo cambió para siempre. Así como en los años sesenta fueron símbolos de la paz la paloma blanca con una rama de olivo en el pico o el círculo con tres líneas en su interior en forma de huella de ave, en el siniestro y pavosísimo siglo XXI, el útil pero incómodo tapaboca, antes solo usado por enfermos terminales o fanáticos ambientalistas, es hoy nuestro símbolo.

Qué raro todo. Ya no debemos hacer lo que más nos gusta a los seres humanos: vivir agrupados compartiendo lo bueno y lo malo de la vida. Ya no podemos darnos la mano, abrazarnos ni besarnos. No podemos ir a despedir a nuestros muertos y lo peor, somos todos sospechosos de ser portadores asintomáticos e infectar a otros.

Viajar, como se conocía ancestralmente, es ahora dificilísimo y cuando lo hacemos hay que acatar rigurosos y costosos pero necesarios protocolos médicos. Las fiestas y reuniones, como las conocíamos, ya no deben hacerse Los restaurantes y bares son sitios rarísimos en donde todo el mundo se tiene asco y no nos atrevemos a mirar a quienes están sentados en una mesa lejana. Siempre estamos alertas de que el mesonero tenga bien puesto el tapaboca y nos fijamos, de manera acuciosa, por dónde agarró los cubiertos, los platos o la botella de agua, para nosotros desinfectarlos con el alcohol que llevamos en el bolsillo.

Resulta extraño ver al lado de una botella de whisky, ron o cerveza, un frasco de alcohol isopropílico para echarnos en las manos cada vez que tocamos la botella (qué ironía) que contiene el alcohol que pronto beberemos. Ahora, juntos, casi al mismo tiempo, el alcohol va para el hígado y para las manos.

Son dolorosas las muertes que han ocurrido en el mundo y muy tristes las del personal de salud a quienes les ha tocado combatir en primera línea. Miles de médicos y enfermeras han fallecido, sobre todo al comienzo de la pandemia cuando no se sabía muy bien cómo evitar el contagio.

En medio de esta locura y tragedia mundial, Venezuela, gracias a Dios, ha salido relativamente bien comparándola con lo que sucede en Colombia o en Brasil, en donde los muertos se cuentan por miles. Es innegable, afortunadamente, que hemos sido atacados con menos agresividad por el virus. Algunos dicen que el gobierno oculta las cifras reales, pero con el COVID-19 es imposible ocultar eso. Sí, hay enfermos y muertos. Sí, hay COVID-19 en Venezuela, pero los hospitales y funerarias no están colapsados por eso.

La gran pregunta es: ¿por qué pasa esto en Venezuela? Yo tengo una teoría que surgió durante una conversación con mi buen amigo Carlos Salas. Después de pasar horas investigando y discutiendo sobre este misterio, llegamos a la conclusión de que todos los venezolanos hemos comido en la calle perros calientes, de esos que llaman “asquerositos” o hamburguesas de esas que llaman “con todo”, es decir, carne rara, chuleta grasienta y ahumada, tocineta, huevo, caraota, queso parmesano, papas fritas, tajada, aguacate y chorizo, todo eso junto sobre un pan bañado con chorros de mayonesa, salsa tártara, salsa BBQ, mostaza, salsa rosada, ketchup y picante de bachaco culón.

Si después de comer lo anterior, usted se monta en las ruinas de lo que queda del Metro de Caracas y viaja con las puertas abiertas con un gentío arrimándole todo, aplastándolo, pisándolo y respirándole en el cuello y a esto le añadimos, además, que usted ha entrado a baños públicos de carreteras o ha estado comprando pollo, carne, pescado y legumbres en un mercadito al aire libre de los simpáticos gochos, quienes a veces tienen sus puestos de venta al lado de una alcantarilla destapada, entonces, no lo dude, ¡usted está inmunizado de por vida contra cualquier vaina!

Bueno, amigos, la cosa en serio es seria. No lo tomen a la ligera. Ya todos sabemos lo que hay que hacer. Recuerden que los venezolanos tenemos que estar sanitos y preparados para combatir a ese peligroso virus que nos ha arruinado y nos ha hecho infelices durante un tiempo que se ha hecho eterno (me refiero al COVID-19, mal pensados).

@claudionazoa

 

 


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