Mientras Vladimir Putin espiaba para la KGB, algunos músicos dirigían y configuraban eventos masivos como si nada; otros más, los disidentes habituales, eran torturados, censurados y expulsados de facto. Así hasta la caída del Muro de Berlín, reventado por obra y gracia de una multitud que no soportó más represiones.

Aquel sistema fue perfeccionado al detalle por la Gestapo en Alemania, el país más “musical” de Europa, cuna de intemporales compositores. Si los asesinos entrenados para liquidar adversarios llegaban a las puertas de los domicilios para encarcelar a sus ocupantes judíos y desde afuera oían una melodía de Bach, Mozart o cualquier otro clásico, hacían pausa, escuchaban embelesados todo el concierto y culminaban su tarea baleando a quienes desde el interior se resistían a ser conducidos al sacrificio como piezas de ganado.

El castrismo lleva sesenta años marginando a la cubanía musical de los danzones y otros géneros derivados de fusiones, pero no logra imponer su exclusiva revolucionaria “Nueva Trova” y le teme a los cantos reguetoneros de las nuevas generaciones más que a una presunta invasión gringa.

Cubazuela nunca ha reconocido, divulgado ni apoyado estatalmente a los numerosos maestros tradicionales y modernos del importante quehacer musical venezolano. El trascendente Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles fundado en democracia, al margen de forjar educación musical desde la niñez con énfasis en las clases sociales más empobrecidas, sirve hasta hoy de primerísima propaganda gubernamental castrochavista.

Súbitamente reabre el Teatro Teresa Carreño, construido en democracia y luego por dos décadas convertido en sede principal de la oratoria militarista, por ahora liberada en lo externo para costear en especial con dólares remesados a famosos artistas internacionales y locales. Este arreglo le sirve para seguir ocultando en el exterior sus tesoros de dineral corrupto, lavar el que entra por drogas, aliviar un tanto las inmensas pérdidas financieras por el robo del dinero público y al mismo tiempo distraer, divertir, aletargar y resignar todavía más a una parte de la sufrida población secuestrada y necesitada de recuperar sus libertades básicas, entre ellas la artística musical que en el venezolano es de natura espontánea y de alta, sostenida calidad. Lo evidencia la gran cantidad de venezolanos nominados hoy para los premios Grammy de 2022.

Para los citados fines, la gobernanza palaciega se las arregla y convoca a quienes todavía pueden gastar de ahorros, o reciben boletos gobierneros que repletan espacios enormes. Eficaz publicidad y buen sustento de la delincuencial arregladera.

Es que la música, por encima de otras áreas creativas, siempre ha sido el área predilecta de apoyo para regímenes autoritarios y totalitarios. De allí el Shostacovichismo soviético y el hitlerismo wagneriano. No aciertan quienes afirman sin rubor que la música trasciende todo límite político. Lo suscriben para justificar su conducta interesada o sumisa ante un régimen criminal. Criterio que además refleja carencia elemental de conocimientos históricos. Les conviene de urgencia leer siquiera los artículos y reseñas del gran humanista, sabio melómano de origen europeo, profesor universitario George Steiner (1929-2020), escritos a lo largo de medio siglo ,seleccionados ahora en un solo volumen: Necesidad de la música (Edit. Grano de sal, 2019) y su reeditada autobiografía Errata (Edit. Arcadia, 2018). Ética musical de excelencia que remite a las clases iniciales que sobre la materia recibimos aquellos privilegiados alumnos adolescentes de los maestros venezolanos Moisés Moleiro (1904-1979) y Flor Roffé de Estévez (1921-2004) en la Academia Preparatoria de Música ubicada en el centro de la capital.

En su entraña el arte musical puede ser terreno limpio, debido a eso mismo y por conveniencias, el más usurpado, manipulado, relegado y hasta prohibido por mafias brutas y brutales en todo tiempo y lugar. No se logra destruirlo porque su secreto radica en la transmisión oral. Se pueden quemar o romper obras literarias, fílmicas y de la plástica, discos, cassettes, partituras y archivos tecnológicos. Pero el oído con su voz humana retiene, hereda, conserva, recrea, lega y preserva el alma legítima de los pueblos.

Como a la democracia y al árbol, a la música libre le debemos “solícito amor”. Hace veinte años en la ex Venezuela se incumplen los versos de ese himno inventado por Miguel Granado y Alfredo Pietri, más de un siglo atrás en tierras tachirenses. Claro, no se referían a la siembra y tráfico de la coca en esos lares que, junto a las de al menos quince estados borrados del mapa nacional, están invadidos por sanguinarias guerrillas ajenas, propias o en sociedad mercantil.

La música es legítima zona sagrada que expresa sin filtros el imaginario emocional particular y colectivo. Pero depende. Solo si no es violada por depredadores que se autosantifican con etiquetas patrioteras. Beethoven compuso su Tercera Sinfonía en homenaje al Napoleón Bonaparte cuando lo consideraba un libertador, al pasar este a tirano, el autor retiró esa dedicatoria y la tituló Heroica.

El coral estremecedor Aleluya de Handel es un sacrilegio en boca de soldados al mando del genocida Putin o emitido  por los micrófonos parlantes de la Academia Militar en el Fuerte Tiuna para celebrar sus fechorías contra la sociedad civil.

En cambio, sonará glorioso cuando Venezuela, Cuba y Nicaragua recuperen su libertad.

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